Punto Final, Nº813 – Desde el 19 de septiembre al 2 de octubre de 2014.
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Los amantes del miedo

 

El atentado explosivo en la estación del Metro Escuela Militar, y más ampliamente, el clima de inseguridad provocado en torno a este 11 de septiembre, ha dejado abiertas más preguntas que respuestas. Bombas que estallan al paso de trabajadores que usan el transporte público, gasolina sobre un periodista, balas perdidas en las poblaciones, falsas alarmas destinadas a enervar la tensión en lugares insospechados… Y todo ello, sin que ningún grupo organizado se atribuya esos actos ni los asocie a alguna demanda o revindicación concreta. Violencia desnuda y a secas, que retumba en las entrañas con mucha más fuerza que en las conciencias.
En un contexto político enrarecido y marcado por profundas desconfianzas entre los actores políticos y sociales, estos hechos violentos han venido a agravar un clima de temor que se ha construido deliberadamente desde el inicio del actual gobierno. Los responsables de esta campaña son diversos, y no se pueden catalogar, bajo un esquema simplista, en el eje izquierda-derecha o solamente bajo la lógica binaria gobierno-oposición. Sabemos que los amantes del miedo provienen de distintos rincones de la realidad chilena. El único punto en el que se encuentran es en su interés de conducir las relaciones políticas a un cauce en donde se aparte toda argumentación y se valide únicamente la fuerza coactiva como criterio de decisión.
Por supuesto, los “poderosos de siempre” aspiran a un orden donde el temor discipline mecánicamente toda demanda. Pero reducir el actual ciclo de violencia a este análisis es demasiado reduccionista. Las innumerables teorías de la conspiración que inundan el debate tampoco aportan a clarificar las responsabilidades criminales ni abren cauces de prevención y resguardo del derecho a la seguridad que poseen todas las personas. Lo único que siembran estas elucubraciones es mayor crispación y desconfianza, en un momento en el que se requieren amplias alianzas sociales a favor de cambios profundos, que perfilen en el horizonte de 2015 un momento de transformación constituyente.
Lo que todos los amantes del miedo parecen compartir es su afán de mantener el statu quo, porque les conviene. Los grandes grupos económicos, los sostenedores de colegios que lucran con recursos públicos, los evasores tributarios, los partidos políticos sobrerrepresentados por el sistema electoral, tienen mucho en común con los narcotraficantes y las mafias criminales que también aspiran a que nada cambie en este país. A todos estos actores les viene muy bien que el miedo paralice las aspiraciones transformadoras de la población. Y todos ellos profitan descaradamente de la memoria viva y doliente del 11 de septiembre para inocular el pánico paralizante en las calles y en las mentes. Los amantes del miedo, sean los que sean y vengan de donde vengan, saben que ante la inseguridad y el temor las personas están dispuestas a ceder su autonomía a un soberano, con tal de obtener protección para sus vidas y sus pertenencias. Este gran Leviathan no actúa por la fuerza de los argumentos ni por criterios de justicia. Como pensaba Hobbes, en ese escenario “el que fija la ley es la Autoridad, no la Verdad”. No se necesitan argumentos racionales ni criterios de justicia, basta el poder y la riqueza.
Estos sectores encuentran en los grandes medios de comunicación una caja de resonancia perfecta a sus intereses. A los amantes del miedo les interesa exacerbar los efectos de la violencia. Poner en portada o ante las cámaras la piedra, la sangre, el fuego. Pero nunca aparece la pregunta crítica por todo lo demás. Basta reseñar el esperpéntico reportaje de Canal 13 en el que vinculó abiertamente el atentado en el Metro con los colectivos de estudiantes universitarios. O la portada de La Segunda, bajo el titular “El retorno del miedo”. Un regreso que el vespertino aplaude de pie y recibe con alfombra roja, porque viene acompañado por un reclamo por inmovilismo político y autoritarismo jurídico.

ROMPER EL CIRCULO DEL TEMOR
El miedo siempre opera bajo la lógica del circuito integrado. Se retroalimenta de sí mismo. A más temor, mayor necesidad de ceder libertades y derechos a un poder despótico que brinde protección. A mayor dependencia de este poder, menos autonomía y capacidad de decisión de las personas. A menor capacidad de acción, más miedo e inseguridad. Este es el ciclo perverso que ha alimentado las dictaduras y los fascismos más variados. La respuesta del pensamiento crítico y emancipador no puede reducirse a denunciar o analizar ese proceso. Debe entrar en el núcleo de ese engranaje y romper sus mecanismos.
No colabora a este objetivo banalizar estas formas de violencia, justificarlas como expresión de la tensión social o minimizar sus efectos. Hay que tomar muy en serio este ciclo de construcción de temor político y exigir que la justicia llegue al fondo de estos hechos lo antes posible. Es necesario entrar en el debate sobre las políticas de inteligencia y combate del terrorismo, desde el supuesto que el resguardo de la vida es un derecho humano fundamental y un deber prioritario de todo gobierno. Pero a la vez, este objetivo no puede servir para alimentar el circuito que pretenden instalar los amantes del miedo, recortando libertades y garantías en nombre de la seguridad.
El proyecto de los amantes del miedo no se supera con discursos “buenistas”, que apelen ingenuamente al diálogo, los valores, el valor de la vida humana o el respeto de las formas y procedimientos democráticos. Quienes han franqueado la puerta del terror ya han roto un pacto social fundamental y obligan a la sociedad a hacer uso del derecho, con todas las imperfecciones y contradicciones que contenga. Porque el peor sistema legal siempre será preferible a la ciega arbitrariedad de la fuerza. Ello significa mostrar que no hay otra vía a la libertad, la justicia y a la dignidad que recorriendo los caminos que estas mismas palabras encierran.
 
Alvaro Ramis

(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 813, 19 de septiembre, 2014)

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