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Kafka, todo Kafka
Que en la derecha esté en curso el fenómeno de la transmutación para el efecto higiénico de deshacerse de los que no están leyendo bien lo que pasa, no significa que la derecha, una de las más peligrosas y agresivas del mundo, quiera cambiar su esencia. Sólo estamos testificando un ajuste para que las piezas se acomoden a los vaivenes de nuevo tipo que experimenta el tránsito intacto del modelo.
No es nueva esta mecánica. La ultraderecha tiene meridianamente claro que sus partidos son meros mecanismos disponibles para fines bien específicos, ubicados en tiempos determinados y no fines en sí, ni tótems sagrados ni iglesias perfectas, con dirigentes eternos, infalibles e inmutables.
No. La derecha sabe que lo suyo es administrar los vaivenes de la política para el efecto de perpetuar un orden en el cual las atrocidad de ser millonarios hasta la locura, es un propósito bien visto. Y donde el egoísmo no es sino una manera de expresar un punto de vista del orden natural de las cosas.
Así, cuando a la ultraderecha un partido deja de prestar la utilidad para la que fue diseñado, se intenta por otras vías, nombres y configuraciones. Es cosa de ver la historia de los partidos de derecha para confirmar el aserto: una eterna mutación en la cual caben de sobra los elementos de la dialéctica.
La derecha funda herramientas, no parroquias. Y las hace trabajar hasta cuando el objeto de su aplicación y sus sacerdotes, cumplen con lo que se espera de ellos, y cuando la fatiga de material hace lo suyo, pues se procede a la renovación, al upgrade necesario. O se acude, de visu, a las fuerzas armadas y de orden.
Pero esas mutaciones no implican un cambio en sus ideas cavernarias, criminales, inhumanas. En apariencia, echando mano a palabras atractivas que hablan de renovación, modernización o democratización, propone vías y caras nuevas. Pero en el fondo, donde residen las bases y fundamentos de sus ideas más peligrosas, las cosas quedan como siempre. Por eso es que en esta nueva reinvención ultraderechista, los nombres que utilizan para sus nuevas herramientas son tan etéreos, inofensivos, acaramelados:
Evopolis, que sugiere una ciudad suspendida en el aire en la cual vive una tribu de excitantes Evas vestidas con tules transparentes.
Amplitud, que hace pensar en un espacio abierto, fresco y limpio, que permite el libre transcurrir de ideas y personas nuevas, en donde reine la tolerancia y la diversidad.
Estos por ahora. Porque los machos alfa que han salido al coto para desplazar a los desdentados, pero no menos peligrosos machos viejos, aún no se desplazan del todo.
El corrimiento al centro como método para salvar el modelo por la vía de aparecer acabando con él, ha generado estas interesantes vistas, sólo comparables al espectáculo que ofrece el hielo cuando se descuelga de sus glaciares. Eso sí, con diferencias metodológicas notables entre un sector y otro de los dos que se reparten las funciones de sostenedores y mejoradores del modelo. Es que entre ambos hay vasos comunicantes que trasmiten ondas de un lado hacia el otro. Cuando aletea una mariposa en la derecha, quizás corra viento en la Nueva Mayoría.
El corrimiento al centro no se enfrenta igual en la ultraderecha que en la Concertación. Ya vemos cómo el PC se arremolina hacia la DC para “abordar históricas diferencias”. Veamos qué sale de ese menjunje. Como se han visto muertos cargando adobes, no es imposible que la DC aparezca reconociendo sus nexos financieros con la CIA para desestabilizar el gobierno de Salvador Allende. O al PC, desmarcándose de Cuba, Venezuela, Bolivia, Ecuador, tal como lo propone la DC.
Pero después de toda esta ingeniería lo que queda es un modelo reafirmado en nuevos y más reforzados pilares. Las grietas convenientemente cubiertas por el estuco de las buenas intenciones. Las estrías otrora angulosas y ásperas, ahora limadas por la perspectiva que ofrece el desposte del animal del Estado, y su reguero de puestos, cargos y estipendios.
Y las anteriores reconvenciones serán entendidas como excesos de énfasis y propias del fragor de la política, pero nada que deje moretones indelebles, ni que no se pueda arreglar tomándose un cafecito.
Es la metamorfosis del modelo. Y cuando despertemos, aún va a estar ahí.
RICARDO CANDIA CARES
(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 798, 24 de enero, 2014)
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