Punto Final, Nº792 – Desde el 25 de octubre hasta el 7 de nobiembre de 2013.
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Llegó la hora de abrir la puerta clausurada

 

A menos de un mes de las elecciones, el debate de ideas demuestra un nivel patético. Michelle Bachelet en 2010 afirmaba textualmente: “¿Cómo va a ser que no podamos debatir? Ese es uno de los problemas que yo veo: la ausencia de debate”(1). ¡Cómo se nota que ha tomado muy en serio sus propias palabras! La sigue de cerca Evelyn Matthei, quien en 2009 tachó de ignorante al obispo Alejandro Goic cuando demandó un salario “ético” de 250 mil pesos. Pero ahora, ella misma promete fijar el sueldo mínimo en 300 mil pesos. Mientras tanto, un asesor de Tomás Jocelyn-Holt califica de “escort” a Karen Doggenweiler, la esposa de Marco Enríquez-Ominami. Y para remate, Marcel Claude afirma suelto de cuerpo que “el 73 todos querían el golpe”(2). Un debate de alto vuelo. El único que parece sacar cuentas alegres es Parisi, que como dijo el presidente de RN, Carlos Larraín: “Es un hombre, en fin, que da como para todos los gustos”. Y Roxana Miranda ha confesado que, en la televisión, “no hay relación con los otros candidatos. Algunos ni saludan, se van rápidamente. Lo cortés no quita lo valiente, y ni siquiera por deferencia saludan”.
¿Esta es la democracia?
Recapitulemos un poco para verlo con perspectiva. En el liceo seguramente nos contaron que la democracia nació en Grecia. Pero esa es una verdad a medias. Mucho antes, las sociedades arcaicas, tribales, y los pueblos indígenas, ya disponían de mecanismos de deliberación permanentes, que no se regían por el principio de mayoría sino por la búsqueda del consenso: un círculo alrededor del fuego en el que se discutía y se discutía hasta llegar a un punto de acuerdo, ya que todas las fuerzas, hasta la del más joven o la del más viejo, eran necesarias para garantizar la sobrevivencia del grupo.
Lo que se inventó en Atenas fue el mecanismo del voto y el principio de mayoría, propio de sociedades complejas y urbanas. ¿Pero cómo llegaron a eso? Unos 500 años antes de Cristo los atenienses estaban involucrados en guerras contra otros pueblos de Grecia, como Esparta y Corinto. Durante muchos años, el pueblo había soportado la dictadura de los Pisístratas, por lo que se había acumulado un ansia de igualdad y libertad. Debido a su papel en la guerra, dos clases sociales adquirieron conciencia de su poder: los hoplitas, que eran ciudadanos de “clase media” que ejercían como soldados. Y los thetes, que eran los ciudadanos más pobres, obligados a remar en los barcos de guerra. En medio de las batallas, estos ciudadanos, soldados o remeros, se percataron que eran irremplazables y exigieron traducir su importancia militar en términos políticos. Y lo consiguieron.
La palabra “democracia” es muy tardía, de fines del siglo V a.C. Durante mucho tiempo al sistema que nació por la presión de los hoplitas y los thetes no se le llamó democracia, sino “isonomía”. Ese fue el término que encontraron para definir la nueva forma de gobierno en la que vivían: ison, igual, nomos, norma. Lo que viene de nemein, distribuir. Se podría traducir como el gobierno en el que hay igualdad para participar en la redacción de la ley. No era la igualdad ante la ley. Eso ya existía. Ahora había igualdad para participar en las definiciones legales de la sociedad. Se había llegado a la isocracia, un gobierno de iguales, donde había isogonía, igualdad para intervenir en la administración de lo público, ya que muchos cargos se asignaban por sorteo. Y donde había isogoría, igualdad para tomar la palabra en el ágora, la asamblea de los ciudadanos.
Por supuesto, no todos podían hacer uso de la palabra de igual a igual. Quedaron excluidas las mujeres, los esclavos y los extranjeros. Pero en el contexto de las sociedades de la época, llenas de déspotas absolutos, Atenas era una sociedad extremadamente igualitaria. Para mantener ese sistema dividieron su territorio en pequeñas comunas, llamadas demos, a las que dotaron de poderes judiciales, administrativos y legislativos. La idea fue de Clístenes, para romper con la lógica tribal e integrar a las gentes de distinta clase social: “Quería entremezclar a un mayor número de ciudadanos a fin de que fueran más los que participaran en los derechos políticos”(3).
Tenía razón el historiador Arthur Rosenberg cuando decía: “Democracia es el nombre que recibe el régimen que se instaura como consecuencia de la lucha de clases, cuando las clases explotadas, numéricamente mayoritarias, se constituyen en sujeto político, con proyecto político común, y reclaman el poder para sí”(4). La democracia nació cuando la mayoría, los despreciados, los desposeídos, tomaron conciencia de su propio poder. Y comenzaron a ejercerlo, sin más trámite y sin permiso.
No es extraño que la democracia hoy en día cause rechazo. La asociamos a las millonarias pancartas que vemos instaladas en todas las carreteras. O a una ley electoral tramposa que por arte de magia hace que 33% sea igual que 66%. Democracia es hacerse de un cupo parlamentario a golpe de codazos y billetes. Es sonreír en pantalla e insultar durante los comerciales. Es prometer en 2013 lo mismo que se prometió en 2005 y en 1989. Es ir a cenas de campaña en las que el cubierto vale 350 mil pesos (500 mil pesos si se va con pareja). Democracia es un Parlamento lleno de caciques, dueños de por vida de su “cupo”. Gente tan “invotable” como Hosain Sabag, Camilo Escalona o Daniel Farcas, sólo por nombrar a los peores de los peores. Si eso es la democracia, muchos no queremos tener nada que ver con ella. Pero la democracia es otra cosa.
En estricto rigor no es un “sistema de gobierno”. La democracia es una metáfora que de vez en cuando, muy de tarde en tarde, se hace realidad. Y eso sucede cuando el pueblo toma conciencia de sí mismo y se apropia de su destino. Deja de delegar el poder y lo administra. Y entonces, se constituye lo que Lincoln llamó “el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”. Por supuesto eso nunca llega a suceder de forma absoluta y total. Pero la experiencia nos muestra que existen destellos, verdaderos chispazos democráticos que pueden ser efímeros, pero que cambian el curso de los acontecimientos: París entre el 18 de marzo al 28 de mayo de 1871. Santiago el 4 de septiembre de 1970. La séptima papeleta colombiana en 1991. Cochabamba entre enero y abril de 2000. Buenos Aires el 20 de diciembre de 2001. Caracas el 13 y 14 de abril de 2002…
¿Qué pasaría si el 17 de noviembre se abriera una pequeña ventana de oportunidad para cambiar el curso de la historia? Seguramente si hablamos del nombre de nuestros candidatos preferidos, no llegaríamos a ningún lado. Pero a lo que podemos llegar fácilmente es al acuerdo de marcar el voto con “AC”, el llamado a la Asamblea Constituyente. ¿Podría llegar a ser ese gesto un verdadero acontecimiento democrático? Nada garantiza lo que podría pasar. Pero lo peor que podría suceder es que no ocurriera nada. El presidente del Servicio Electoral declaró que serán válidos los votos que hagan esta marca. ¿Por qué no atreverse a intentarlo? Todos sabemos que ni las dictaduras ni los regímenes oligárquicos caen con un lápiz y un papel. Tampoco caerán marcando el voto “AC”. Pero una señal electoral en el momento oportuno puede ayudar a abrir una puerta clausurada. Y una vez abierta, sólo en ese momento, podremos saber si somos dignos de autogobernarnos o deberemos seguir siendo hoplitas y thetes por el resto de nuestras vidas.

ALVARO RAMIS

Notas
(1) The Clinic, 3 de abril de 2010.
(2) Diario Financiero, 9 de octubre de 2013.
(3) Aristóteles, Constitución de Atenas. En: Constituciones griegas, Alianza, Madrid, 2007.
(4) Arthur Rosenberg, Democracia y lucha de clases en la Antigüedad. El Viejo Topo, Mataró, 2006.

(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 792, 25 de octubre, 2013)

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