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¿Cómplices pasivos?
Revuelo causó en la derecha la expresión “cómplices pasivos” que utilizó el presidente Sebastián Piñera para referirse a los civiles que colaboraron con la dictadura. Y la verdad bien dicha, es que Piñera se equivocó.
Quienes apoyaron y colaboraron con la dictadura fueron cómplices muy activos; entusiastas partícipes que hicieron con esmero su trabajo; desde el soplón que delató a sus vecinos o a un compañero de oficina por ser de Izquierda, hasta el ministro que firmó oficios o decretos exiliando chilenos o negando la existencia de detención de personas por parte de la policía o los organismos de “seguridad” que actuaban con absoluta impunidad.
También fueron cómplices activos los periodistas que ocultaron la verdad, o los diplomáticos que defendieron a la dictadura en el extranjero, llegando así a negar, como hiciera Sergio Diez ante las Naciones Unidas, la existencia de los detenidos desaparecidos y otros atropellos a los derechos humanos que se cometían en Chile.
Cómplices, de igual manera, lo son aquellas figuras de la televisión que contribuyeron al montaje del gran show de la pantalla, mediante el cual se pretendía distraer al país de lo que estaba sucediendo y, cómo no, embrutecer de pasada a una sociedad aterrada y dispersa.
Lo anterior, a simple modo de ejemplo. La lista de cómplices activos podría ampliarse hasta el infinito, incluyendo a los que, en su momento, señalaron haber vivido en una burbuja.
Porque, la verdad, nadie que haya dirigido un servicio público, un ministerio, ningún directivo en una empresa, o un medio periodístico, pudo ignorar lo que ocurría en el país. Personas que por sus trabajos salían regularmente del país, debieron conocer lo que se decía afuera sobre Chile o enterarse de las declaraciones que, en más de una ocasión, al interior del país, hicieron diversos organismos defensores de los derechos humanos o la Iglesia Católica, en especial cuando estuvo encabezada por el cardenal Silva Henríquez.
Aún más, muchos de aquellos que de buen grado colaboraron con la dictadura no solo fueron cómplices activos, sino que vieron con regocijo como se encarcelaba y asesinaba a los comunistas, socialistas y miristas.
No hay que engañarse, en la dictadura existió, y todavía se mantiene vigente, un núcleo duro de pinochetistas fervorosos, que creen que el 11 de septiembre de 1973 fue una “gesta heroica” y no aceptan que algunos de sus héroes del pasado estén en la cárcel condenados por asesinatos. Son los mismos que salieron a las calles a llorar la muerte del dictador y que están dispuestos a repetirse el plato de la represión, en la medida que las demandas ciudadanas de hoy lleven al necesario desmontaje de la estructura económica heredada de la dictadura.
La complicidad de los civiles durante la dictadura tuvo mucho que ver con el desarrollo de la vida cotidiana de los chilenos. La agresión física fue uno de los aspectos más evidentes. Pero también estuvo la sicológica, que traducida generalmente en miedo, afectó e inmovilizó a muchas personas.
La instalación de ese miedo fue muchas veces obra de civiles. En su última entrevista televisada por CNN, Manuel Contreras dijo que llegó a tener 50 mil colaboradores. De ser verdad, la gran mayoría de ellos debieron ser civiles, y de sus actuaciones seguramente muchos chilenos tendrán una historia que contar.
El asunto de la complicidad activa puede ser un buen pie para revisar lo que fue la vida cotidiana de los chilenos durante la dictadura. Una vida de entrañas en las que crecieron y se nutrieron seres abyectos, y cuya conformación hizo posible la colaboración de aquellos civiles que apoyaron a la dictadura. Todavía hay mucho que cortar en el enorme paño de nuestra historia más reciente, y en eso mucho tienen que seguir aportando la literatura o el periodismo. En el cine hay algo de este clima y de estos personajes. Se encuentran en películas como Tony Manero, de Pablo Larraín, y en el documental de Ignacio Agüero, El diario de Agustín.
Ramón Díaz Eterovic
(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 791, 11 de octubre, 2013)
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