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El crimen fue en Granada, hace 76 años
Ultimos días de García Lorca
Pablo Neruda escribió que el asesinato de Federico García Lorca -el 18 de agosto de 1936- fue el punto de viraje de su propia vida y de su poesía. Era una de las catedrales del idioma español y constituye todo un símbolo de la criminalidad fascista en la guerra civil. Los detalles de su fusilamiento han sido ampliamente esclarecidos y ya no existe misterio acerca de cómo ocurrieron los hechos.
Federico nunca fue militante de algún partido, pero adhirió con entusiasmo a la República española y a su despertar cultural. Era un brillante director de La Barraca, un teatro itinerante del Ministerio de Educación, cuya misión era ofrecer representaciones de los clásicos españoles en el campo y en los pequeños poblados. Sus ideas sociales eran claras: “Yo soy -decía- partidario de los pobres que no tienen nada, y hasta la intranquilidad de la nada se les niega”. Así expresó su adhesión pública al Frente Popular que ganó en las urnas las elecciones españolas de febrero de 1936.
El Frente Popular mostraba un impresionante respaldo de masas, pero las fuerzas que lo integraban no se ponían de acuerdo sobre una política común para fortalecer la República. Los anarquistas querían acelerar el proceso y desencadenaban el desacuerdo y el caos. Lo mismo hacían otras fuerzas de Izquierda con sus prácticas sectarias. Mussolini había invadido Abisinia y Albania. Hitler emprendía las purgas contra los judíos y amenazaba con la guerra mundial. Se acumulaban negros nubarrones sobre España. En Madrid había sido asesinado el político falangista José Calvo Sotelo.
Los presagios de una guerra civil provocaron en el poeta -en el cénit de su gloria- una gran depresión y cierta ansiedad sobre su destino personal. ¿Debía irse a Granada, donde su cuñado Manuel Fernández Montesino era reciente alcalde socialista? ¿Era mejor adelantar su viaje a México, donde la actriz Margarita Xirgú representaría sus obras? ¿Debía quedarse en Madrid?
“ESTOS CAMPOS SE VAN A LLENAR DE MUERTOS”
El 19 de julio de 1936 la guarnición militar de Marruecos, apoyada por la ultraderecha, se alzó contra el gobierno republicano. Ese mismo día, Federico había convenido reunirse con Pablo Neruda y otros amigos para asistir a un espectáculo de catch-as-catch-can, cuyo empresario era el chileno Boby Deglané. Faltó a la cita. Dos días antes se había marchado a Granada para asistir al cumpleaños de su padre, Federico García Rodríguez. Ese día, 17 de julio, fue a comer a casa de su amigo Rafael Martínez Nadal, a quien trató de convencer inútilmente que le acompañara a Granada, pero Martínez se limitó a dejar al poeta en la estación madrileña de ferrocarriles. Allí Federico le dijo: “Estos campos se van a llenar de muertos”. Ya instalado en el vagón, tuvo un sobresalto al divisar entre los pasajeros a Ramón Ruiz Alonso, ex diputado fascista por Granada, “un obrero amaestrado” protegido por el siniestro líder Gil Robles. Al preguntarle Martínez quién era, dijo “es un gafe y una mala persona”. Luego el poeta agregó: “Mira Rafael, vete y no te quedes en el andén. Voy a echar las cortinillas y me voy a meter a la cama, para que no me vea y no me hable ese bicho”. Algunas semanas después, el tal Ruiz Alonso sería el jefe del operativo que fue a detener al poeta y lo condujo al cuartel del gobierno golpista como primera estación de su asesinato.
El golpe de Estado planeado por los fascistas al comienzo fue un fracaso. No pudieron apoderarse del gobierno central del país. Consolidar su dominio en la zona, donde habían obtenido un relativo control, suponía llevar a cabo una represión feroz que les asegurara que en su avance no iban a ser atacados por la retaguardia. El general Mola, que había diseñado el golpe, escribió en sus instrucciones el 19 de julio de 1936: “Es necesario propagar una atmósfera de terror. Tenemos que crear una impresión de dominación. Cualquiera que sea defensor del Frente Popular, secreta o abiertamente, debe ser fusilado”. El general Franco declaró el estado de guerra en las zonas dominadas por los leales a la República. Era considerado delito de rebelión militar todo lo que se opusiera a los golpistas.
25 MIL FUSILADOS
Granada había caído en manos de los sublevados en virtud de un rápido golpe de fuerza. No obstante, todos los territorios que la rodeaban se habían mantenido fieles a la República. La posibilidad de que los republicanos recuperasen la ciudad llenaba de miedo histérico a los ocupantes. Eso significó una espantosa carnicería. Ian Gibson, el biógrafo de la vida y muerte de García Lorca, señala con documentación exacta que fueron fusiladas 25 mil personas. El grupo que se hizo más célebre en Granada por su bestialidad fue la “Escuadra negra”. “Eran -dice Gibson- poco menos que un centenar de individuos que mataban por el placer que encontraban en el asesinato y a quienes José Valdés -el gobernador franquista- había dado carta blanca para que cometieran cuantos crímenes les vinieran en ganas. Funcionaban en colaboración con el gobierno civil y muchos de los que actuaban en la Escuadra eran criminales que se afiliaron a la Falange en los primeros días del movimiento, a menudo delincuentes de medio pelo. Otros vieron en la Escuadra la posibilidad de satisfacer su rencor contra la sociedad”.
El poeta ingresó inocentemente a esa boca de lobo el 17 de julio de 1936. Le esperaban en la estación de Granada su cuñado alcalde, Fernández Montesino, y su hermana Concha, además de sus padres. Al día siguiente celebrarían en la huerta familiar los santos de los dos Federico. Hubo canciones, amigos, abundante comida. Pocas horas después, la familia se enteró consternada que el general falangista Queipo del Llano había tomado Sevilla por sorpresa.
El pueblo granadino andaba inútilmente pidiendo armas para defender la República. El 20 de julio la guarnición militar se lanzó a la calle y el personal de la comisaría policial también se unió a la sublevación fascista. El gobernador civil republicano fue detenido en su lugar de trabajo. Poco después, los generales alzados entraban en el Ayuntamiento y tomaban preso al alcalde. Centenares de granadinos se atrincheraban en las calles donde resistieron tres días. Fueron abatidos sin misericordia.
Federico no quiso salir de allí a pesar de los ofrecimientos de fuga. Consideró una felonía abandonar a su familia. Pensaba que nada le ocurriría en vista de que era el poeta más famoso de Granada y sin militancia política. Permaneció en la finca familiar sin asomarse a la calle. Al cabo de una semana, observó que era vigilado por dos individuos de punto fijo frente a la casa. Recibió una carta anónima que confirmó sus temores. Contenía insultos sobre sus supuestos hábitos sexuales seguidos de amenazas de muerte.
“SABEMOS QUIEN ERES”
Luego vinieron unos hombres a buscar a un servidor de la finca. Le acusaban de incendiar un templo. Al no encontrarlo golpearon a su hermano en presencia de todos. Federico intervino en defensa del maltratado y se identificó creyendo que así lo salvaba de la paliza. Uno de los hombres le dijo: “Sabemos muy bien quien eres, Federico García Lorca”.
La situación se volvió alarmante. Después de un rápido consejo de familia se decidió que el poeta se refugiara en la casa de su amigo el poeta falangista Luis Rosales, en vista de que su hermano José tenía gran influencia en la Falange local. Así, Federico se instaló en la casa de la familia Rosales, comerciantes ricos, fervorosos católicos y antirrepublicanos. Lo alojaban en una agradable alcoba del piso alto, en la que había, incluso, un piano. La casa poseía una buena biblioteca y el huésped, que no podía escribir en tal situación, se dedicó a leer. No abandonaba el piso alto ni siquiera para comer en la mesa de los Rosales. Allí dijo: “Nunca me he metido en político. Soy demasiado miedoso. Para tomar partido se necesita un valor que me falta”.
No sospechaba que tenía los días contados. Aunque estaba protegido por una destacada familia falangista, ¿quién le aseguraba que la clerical Ceda -la otra fuerza represiva- no lo tenía en la lista negra?
El 18 de agosto de 1936 el general Varela rompió el sitio de Granada. Ya no surcaban los aviones republicanos. El 16 de agosto había sido asesinado su cuñado edil. Fue fusilado junto a otros funcionarios del municipio en las tapias del cementerio.
A LAS CINCO DE LA TARDE
Ese mismo día, a las cinco de la tarde, la hora fatídica inmortalizada por Lorca, el poeta dormía la siesta ignorante de la suerte corrida por su cuñado. Eso le impidió darse cuenta que la casa de los Rosales estaba rodeada de militares y guardias civiles y que se habían instalado vigías en los techos del vecindario. Ni el padre ni los hermanos Rosales estaban en la casa. Sólo se encontraba allí la madre de la familia.
En total cuarenta hombres llegaron a detener al poeta. Al frente de ellos estaba Ruiz Alonso, que exhibió una orden del gobierno civil. Venía en un flamante auto requisado y eso significaba que se trataba de una operación oficial a la luz del día. Federico no trató de huir y le dijo a sus aprehensores: “Si me juzgan, no encontrarán nada en mí”. Subió al auto acompañado por Miguel Rosales, que fue al único de los tres hijos que pudo encontrar la madre.
El edificio del gobierno civil estaba cerca y hasta allí lo condujeron. Los guardias lo trataron sin consideración, a pesar de que sabían que era el hombre más famoso de Granada. Uno de ellos golpeó al detenido con la culata de su fusil, porque éste saludó a una muchacha del vecindario que miraba con ojos espantados. Por primera vez Miguel Rosales empezó a inquietarse. Observaba un ambiente de hostilidad extremo hacia su amigo. Temió que lo interrogara un sujeto llamado Italo Barbo, que tenía fama de sádico y de arrancar cualquier confesión después de terribles torturas para luego aplicar la condena a muerte.
La familia García Lorca recibió con angustia la noticia de la aprehensión de Federico. El padre fue incapaz de decirle nada a su esposa, Vicenta Lorca. Las autoridades lo tenían controlado económicamente. Sólo podía sacar del banco las cantidades que necesitaba para las necesidades mínimas. De todos modos, llamó a un abogado de prestigio para que asumiera la defensa de su hijo. Al día siguiente, la fiel criada Angelina, niñera de los sobrinos del poeta, fue al gobierno civil para llevar tabaco y comida al preso. Lo encontró tranquilo, preocupado de la reacción de sus padres, abrumado por el fusilamiento de su cuñado.
LOS DUEÑOS DE LA VIDA
La noticia de la detención de Federico corrió por Granada y se filtró a todo el país. Se supo que José Rosales, el hermano con mayor peso político en la Falange, consiguió entrevistarse con el gobernador Valdés. Este le expresó que el poeta estaba acusado de formar parte de un comité de amigos de la URSS, de haber aprobado públicamente el asesinato de Calvo Sotelo, de ser espía de Moscú, “y por más señas, homosexual”. Por último, para quitárselo de encima, le dijo que Federico había sido fusilado. Por esos días, los dueños de la vida de la gente eran los militares. El haber sido falangista durante la preparación del golpe no le confería derecho a nadie para salvar una vida. Todas las gestiones, incluidas las del gran músico Manuel de Falla, fracasaron por completo. El poeta en sus últimos días sólo pudo ver a José Rosales y a la criada Angelina, que le llevó comida en dos ocasiones.
Es posible que el poeta fuese torturado y que su estado físico resultara lamentable en los últimos días. No es extraño pensar que su fragilidad excitara el sadismo de los torturadores.
El gobernador Valdés condenó a muerte por escrito a Federico. Lo hizo después de consultar con Queipo del Llano, el jefe militar. Este es el parecer de Ian Gibson en su libro El terror de Granada: “Creo que la decisión fue tomada en la noche del 18 de agosto con todas las formalidades. Uno de los íntimos del gobernador, un tal Fernández Ramos, contó a un amigo suyo antes de morir, cómo se había dado la orden de matar a García Lorca. Valdés tenía una radio en su oficina y todas las noches entraba en contacto con su inmediato superior, Queipo del Llano, después de la habitual arenga de éste por Radio Sevilla. Valdés no sabía qué hacer con García Lorca, y una noche, el 18 de agosto, le informó que había detenido al poeta. ¿Qué hago con él?, le preguntó. Queipo contestó: ‘Dale café, mucho café’. Esa frase significaba ‘quítalo de encima cuanto antes’. Valdés hizo lo que le ordenaron y en la madrugada el poeta ya estaba muerto”.
Federico fue fusilado en Viznar, un pueblito situado al pie de la Sierra de Alfacar, a ocho kilómetros de Granada. En 1936 contaba con mil habitantes. Eran los dominios del capitán falangista José María Nestares, quien tenía estrechos vínculos con Valdés.
ULTIMAS HORAS
Al anochecer del 18 de agosto, Federico y un banderillero de la plaza de toros, Francisco Galadí, fueron sacados del edificio del gobierno civil. Iban atados y les hicieron subir a un coche manejado por el agente Juan Trascastro, a quien acompañaban tres guardias de asalto. Permanecieron tres horas en la prisión de Viznar. Los sacaron de allí para unirlos a otros tres condenados llevados desde Granada: Joaquín Arcollas, también banderillero, Dióscoro Galindo, maestro de escuela a quien le faltaba una pierna y su hijo, obligado a seguir al grupo por el simple delito de haber intentado defender a su padre. Gibson dice: “Los prisioneros eran llevados al borde de un foso, atados entre sí con cuerdas o alambres y los verdugos los mataban con un tiro en la nuca. Luego la fila de cadáveres quedaba esperando que llegaran los enterradores”.
Al salir al aire libre, Federico entendió que no había esperanzas. Se dice que después de una ráfaga de ametralladoras se alzó gritando: “Estoy vivo”. Pero nadie lo ha comprobado.
Quizás sea sólo un rumor de la fértil imaginación granadina. Lo que sí es verdad es que en Viznar había un valle sembrado de olivos. Algunos vecinos se despertaron al oír los tiros. El gallo cantaba. Era la hora de empezar las faenas. Y con toda seguridad corría “una brisa triste por los olivos”: como en el poema de Federico “Llanto por Ignacio Sánchez Mejías”.
LUIS ALBERTO MANSILLA
(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 763, 3 de agosto, 2012)
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