Punto Final, Nº 752 – Desde el 2 al 15 de marzo de 2012.
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Burda campaña

Es año de elecciones. De las que equivocadamente se entienden como locales, reñidas con las tendencias generales y las ambiciones de poder mayor. Y como buena temporada de espectáculos de cartel popular, ya reaparecen los llamativos números de egocentrismo político en busca del esquivo voto que permita asegurarse algún puesto con bonos de alta pretensión. Es el pan y circo de siempre, ese que no debiese extrañar a quien sea que maneje o tenga conciencia del pedante mundillo de los partidos mendigando convocatoria. Pero entre tanto verso oportunista hay ciertas conductas que deberían cuidarse. O definitivamente desterrarse de la mediocre tradición de embaucar a quienes tienen la responsabilidad de elegir entre tanta alternativa desprovista de ideas y atiborrada de discursos inconsistentes.
Apelo a la vivencia, como muchas veces. Hace poco tuve la triste oportunidad de adentrarme en la tragedia de decenas de familias de un sector llamado Toconao, un villorrio pobre, dividido en pequeñas siembras y huertos de esforzado emprendimiento en medio de la soledad del árido desierto. Y a unos cuantos kilómetros de la opulencia de resorts en torno a las bellezas que adornan a San Pedro de Atacama.
Allí, en medio de la desgracia provocada por aluviones inmisericordes me encontré con ministros del gobierno de Piñera en plena tarea de vender un producto etiquetado como “eficiencia”. Personajes de alto vuelo mediático con verborrea envolvente, gente de tradición política o fulgurante figuración en medio de bizarras encuestas de popularidad. No es nada contra Golborne, Lavín o Longueira. Probablemente, ellos son sólo otro ejemplo de la mentira eficiente emanada de La Moneda, que no obedece a esta administración sino que asume una tradicional postura engañosa, independiente de quién sea el que esté sentado en la oficina de las decisiones. Pero duele, molesta y aturde. Cuando la mentira es tan vil y manejada no hace más que acrecentar la duda acerca de a quiénes le debemos fidelidad, cuando ellos mismos no la tienen con el electorado en el momento en que más se necesita.
El ejemplo es simple. La región de Antofagasta sufre cada año de un episodio meteorológico conocido como el invierno altiplánico, que cada vez deja penumbra, destrucción y tragedia en distintos poblados que obedecen a la tradición andina de levantar casas con barro, piedras y algo de madera y ornamentación nativa. Esta realidad nunca es atendida, como esperando que ocurra un shock para conocer de reacciones.
Es una zona tan extensa como desconocida. Allí se soporta el drama del olvido, renuente a esfuerzos reales y que en ocasiones -como la de febrero de este año- sólo se usa para la parafernalia barata e indecente. Allí estaban los ministros, entregando mediaguas precarias y alardeando por la rápida acción que permitió poner caminos a disposición del turista que desembolsa grandes cantidades de dinero con el objeto de empaparse de naturaleza pura enclavada en los límites del abandono.
La mala noticia es que esos mismos personeros abanderados de optimismo, reconocieron, en plena fiesta del ninguneo, que no conocían la realidad de otras comunidades también afectadas por los duros embates de la lluvia y el mal tiempo. No sabían de sus precariedades, no recorrieron sus carencias, no se impregnaron de historias de constante anonimato a pocos kilómetros del epicentro del drama.
¿Qué puede pensar uno ante semejantes ejemplos de desidia gubernamental? Probablemente, queda sólo apelar a que algo estamos haciendo mal, para que los medios de comunicación levanten heroísmos inocuos en beneficio de cambiantes números de encuesta. Eso mientras cientos de chilenos no acceden a la mínima ayuda que la Constitución reza incoherentemente en nombre de la igualdad.
Y llama a la rabia, a la reflexión y al proceso de entender que, en estos meses, vale más un corte de cinta que la real tarea de adentrarse en las necesidades del compatriota que fielmente se somete a una papeleta plagada de artificios, sin la mínima confianza de esperar que ese gesto sea devuelto con aportes, afinidad y empatía por el prójimo. O en último caso, con acciones que entreguen espaldarazos a la continua petición de evaluar al poder desde una perspectiva justa, reñida con la crítica fácil y sustentada en la objetividad de sopesar el trabajo en terreno de los que exigen reconocimiento a su desinteresada labor.
No lo hacen. Ni estos ni los que estuvieron en el mismo sitial alguna vez. Nos siguen decepcionando. Sus sonrisas en cámara, sus frases para el bronce o su coladero de influencias en el mundo de la información aún no les alcanza para ratificar lo que pregonan, ese absurdo membrete de “la pega bien hecha”. Es mentira, y siempre habrá alguien que pueda desenmascarar su verso. Aunque, por desgracia, la mayoría sigue creyendo. Siguen siendo presa fácil de la burda y decepcionante campaña que ensalza su valía.

Ricardo Pinto Neira.

(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 752, 2 de marzo, 2012).

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