Edición 733 desde el 13 al 25 de mayo de 2011
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Gerónimo EKIA (*)

Autor: Jorge Faundes

“…esta noche recordamos una vez más que Estados Unidos puede hacer lo que se proponga”.
(Obama; la noche del asesinato oficial de Osama bin Laden).
Cuando hace 37 años (en mayo de 1974) estuve junto a otros compañeros de infortunio esposado, maneado, vendado, despojado de toda dignidad y de toda esperanza, sin distinguir el día de la noche en un recinto de la Fuerza Aérea en Temuco, desde un lugar muy próximo se escuchaba al que parecía ser un telefonista reiterar con cierta frecuencia, cada vez que repiqueteaba el teléfono: “No. Aquí no hay prisioneros”.
El propósito manifiesto de aquella voz era entorpecer la búsqueda de quienes estábamos allí (después supe que tras mi detención y desaparición mi familia hacía gestiones a diversos niveles y con distintos amigos, conocidos y contactos para tratar de encontrarme; y lo mismo, con toda probabilidad, harían los familiares de los otros secuestrados, ya que esa era nuestra real situación). El efecto colateral -y quizás también deseado por los jefes del cabo de guardia (ese debió ser el grado militar de la voz)- era nuestra desmoralización: la tremenda angustia de saberse inexistente, negado y a merced absoluta del enemigo. Debo admitir que en esos días y noches de desamparo recuperé mi abandonada condición de creyente con una oración que era una síntesis de todos los salmos, y que resonaba en mi conciencia como un mantra perpetuo: “¡Señor, existe y sálvame! ¡Haz que no me torturen!” (como si aquella misma condición no fuera ya una tortura, pero, parafraseando a Julio César Rodríguez y su programa de Radio Biobío, sabía que “podría ser peor”…). Aquellos que me tenían en su poder (absolutamente en su poder) tenían licencia para hacer lo que se propusieran. Y así como yo y otros prisioneros finalmente recuperamos nuestra condición de “existentes” -de “sujetos de derechos”- y el control relativo de nuestro entorno, otros fueron ejecutados o desaparecieron para siempre.
Mi testimonio quedó literariamente consagrado cuatro años después (1979) en mi cuento “Prisionero”, que ganó una mención honrosa en el Primer Concurso Nacional de Cuentos “Manuel Castro Ramos”, del Colegio de Periodistas, que fue traducido y publicado ese mismo año en la revista católica francesa La Vie.
La voz del telefonista estaba en diálogo con habitantes de aquella dimensión de la realidad social que es la “institucionalidad jurídica”, que existe en algún grado aunque sea en dictadura para revestirse de legitimidad, como aquella tanqueta pinochetista que una noche de septiembre de 1977, bajo toque de queda absoluto, se detenía y avanzaba al ritmo mecánico y somnoliento del rojo, amarillo y verde de un semáforo, según relató el ex presidente español Felipe González que observaba aquella absurda escena desde una ventana del Hotel Carrera, frente a La Moneda. En prisiones posteriores, como en 1986 cuando fui jefe de redacción de la revista opositora Cauce, estar preso en una comisaría de carabineros, en la Penitenciaría o Capuchinos, con registro de ingreso y eco en prensa internacional y hasta en “Escucha Chile”, de Radio Moscú, era una garantía de supervivencia. Existías en la dimensión “jurídica”.
Lo angustioso es estar en aquella otra dimensión, la de la excepcionalidad y despojo de todos los derechos, donde la supuesta universalidad de los derechos humanos deja de serlo, y como dicen Michael Hardt y Antonio Negri en Imperio: “…ha nacido, en nombre de la excepcionalidad de la intervención, una forma de derecho que es, realmente, un derecho de la policía…”. La policía y el emperador tienen todos los derechos sobre la libertad, la vida y la muerte, como en Guantánamo. O sea: “…Estados Unidos puede hacer lo que se proponga”, como bien sostuvo Obama.
¿Está muerto Osama bin Laden? Oficialmente. Hasta un supuesto comunicado de Al Qaeda confirmó el viernes 6 su muerte y prometió mantener la guerra santa. Pero ya sé que la voz “oficial”, sea de telefonistas, de un emperador o de un comunicado, sólo es válida para la dimensión jurídica. En la otra, Bin Laden puede estar literalmente en el infierno. O no.
El discurso cristiano-occidental sobre los derechos humanos es válido sólo dentro del marco del sistema que asegura el dominio y la riqueza a la clase propietaria global de los medios de producción. Cuando ese equilibrio es amenazado, sea desde los explotados o desde competidores situados en campos culturales diferentes (como el Islam), quienes atentan contra ese dominio son calificados de “terroristas” y despojados de su condición de sujetos de derecho. Es como cuando a los habitantes originarios del llamado Nuevo Mundo se les calificó de “indios”, lo que implicaba la calidad de “sin alma”: des-almados. Así, es simbólico que el nombre en clave que la CIA puso a Osama bin Laden fuera Gerónimo, el líder de la resistencia apache durante el siglo XIX

(*) EKIA: Acrónimo de “enemigo muerto en acción” (Enemy Killed in Action).

 

(Publicado en “Punto Final” edición Nº 733, 13 de mayo, 2011)
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