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La Torre de Papel
La quimera del oro
Paul Walder
En el mediano y largo plazo, la economía global exhibe no sólo numerosos obstáculos, sino grandes posibilidades de nuevos quiebres y recesiones. Si dejamos a un lado aquellos informes que surgen desde el corazón del establishment, como el FMI, son muy pocos los analistas que prevén un futuro radiante para la economía global. Aun cuando hacia mediados de abril el FMI pronosticó un crecimiento de la economía mundial del 2,8% para el año en curso, y del 2,9 por ciento para 2012, que marcarían el fin de un periodo de bajo crecimiento, esta información, que estimuló a algunos medios nacionales a redactar titulares del tipo “Un positivo panorama económico mundial”, no considera el verdadero trance que sufre el mundo globalizado.
Las cosas están mal: hay muchas señales. Unas claras, otras opacas y algunas extrañas, que llevan a no pocos analistas a prever una nueva crisis, que estaría a la vuelta de la esquina. El déficit fiscal estadounidense, la incapacidad de pago de ya tres países europeos -Grecia, Irlanda y Portugal- y las sospechas, con atisbos de certeza, de un contagio a España, son sólo algunas de estas señales. Sólo con estas variables sobre la mesa la cosa es suficientemente oscura.
Pero en la tercera semana de abril sucedió algo increíble para cualquier observador de la economía y la política mundial. Es sabido que la deuda fiscal de Estados Unidos ha batido todas las marcas, para elevarse en estos meses sobre los 14 trillones de dólares, y es también conocido que el Partido Republicano y los multimillonarios han arrinconado al presidente Obama para que recorte los gastos sociales. (¿A nadie se le ha ocurrido subirle los impuestos a los multimillonarios?). En este escenario, que es bastante más complejo, apareció un informe de la agencia de calificación de riesgo Standard & Poor’s (S&P), que apuntó negativamente las perspectivas crediticias de Estados Unidos. Concretamente, S&P dijo que si la deuda sigue creciendo -Obama ruega hoy en día para que el Congreso aumente el límite de endeudamiento del gobierno-, en poco tiempo tendrá que rebajar la calificación de riesgo de los bonos soberanos de Estados Unidos.
Lo que resulta increíble es pensar que los bonos de Estados Unidos, que es y ha sido la inversión más segura pues es el país que puede emitir dólares, comiencen a tener un nivel creciente de riesgo. Tal vez la calificación de S&P ha sido una señal al gobierno y al Congreso, pero lo cierto es que el informe es inédito e inaugura un proceso de pérdida de confianza. Aquel día cayeron con fuerza todos los mercados de acciones y de materias primas.
Pero hubo un commodity que no aflojó: el oro, que aquella semana alcanzó los 1.500 dólares la onza, proceso que no ha mostrado freno ni estancamiento desde hace más de diez años. Si miramos la evolución de este metal desde los tiempos de la crisis, veremos que su alza ha sido impresionante: desde comienzos de 2009 a la fecha el precio del oro ha duplicado su precio. Hace diez años la onza valía poco más de 200 dólares.
Quienes invierten en oro son los inversionistas que ya no creen en los papeles, lo que es también una nueva señal para estos extraños tiempos. Pero, ¿quiénes son estos inversionistas? Hace muy poco apareció una información en Bloomberg sobre una compra por mil millones de dólares en oro realizada por la Universidad de Texas, la segunda mayor institución académica de Estados Unidos. No se trata de una simulación, sino de lingotes de oro físico, que serán depositados en una bóveda de Nueva York. ¿Cuáles son las implicancias de todo esto? Es la preparación del arca antes del diluvio. Pero también la total pérdida de confianza en el valor de los papeles. Se trata de una evidente desconfianza en todo el sistema financiero, que deja un gran precedente. Si lo ha hecho una institución universitaria de esa magnitud, ¿cuáles otras le seguirán?
Y llegamos a Chile. Siempre “blindado” ante las turbulencias externas, vive en estos días en un estado de complacencia económica. Hacienda, un poco complicada con la inflación, goza con las proyecciones económicas, el precio del cobre y otros guarismos en “equilibrio”. Pero Hacienda no es la única voz. Agencias internacionales han comenzado a sugerir que Chile debiera protegerse ante los flujos de capitales por medio de la aplicación de un encaje, mecanismo eliminado durante el gobierno de Ricardo Lagos para complacer a los negociadores del tratado de libre comercio con Estados Unidos.
¿Protegerse de qué? No sólo de los flujos de capital especulativo, sino de la posibilidad de una nueva crisis. Hace unos días el economista Jorge Desormeaux dijo que “Chile capeó relativamente bien la crisis global, pero eso no quiere decir que esté preparado para la próxima crisis financiera. Nuestro sistema tiene una importante presencia de conglomerados financieros y la regulación no está preparada para cautelar y mitigar los riesgos sistémicos si sobreviene una crisis. Si la próxima crisis financiera sorprende a la regulación chilena en su situación actual, se asumirán costos absolutamente desproporcionados”. Para allá vamos.
(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 732, 29de abril, 2011)
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