Edición 675 - Desde el 21 de noviembre al 4 de diciembre de 2008
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Las pérdidas en los fondos de pensiones de los trabajadores chilenos, administrados por firmas privadas, llegaban a 26.400 millones de dólares el lunes 17 de noviembre. Este monto que ya no es posible denominar fondo, suma o ahorro, sino negación, error o, tal vez, desfalco, avanza diariamente en su deterioro. Con el paso de las semanas este agujero medido en dólares sólo se ensancha. Desde el origen del reflujo financiero por la implosión de las hipotecas subprimes en julio del año pasado, el fondo de los trabajadores chilenos se ha reducido en un 27 por ciento. Y sigue perdiendo presión. Lo sigue haciendo a vista y paciencia del gobierno y de sus administradores privados. Y ante la impaciencia de sus dueños, los trabajadores.
Las pérdidas son ingentes, históricas. Además de empobrecer a la población, a los futuros pensionados, esta merma, que es un gran borrón que comienza a perfilarse como una gran tachadura a todo lo hecho, pensado y hablado durante los últimos veinte años de religión neoliberal, se ha adherido a la economía chilena como uno de los mayores cortes de su historia. Como una herida, como un gran hueco lleno de distorsiones, de pérdidas. Como, citando al economista Aníbal Pinto Santa Cruz, un nuevo episodio de nuestro frustrado desarrollo.
Ya no hay duda de la magnitud de la actual crisis global. Sólo tiene un parangón en la de 1929. La controversia es si la supera. Ese es un recuerdo también muy amargo para la historia de la economía chilena, que vivió entonces uno de los peores trances del mundo. Chile fue el país que peor resistió los efectos de aquella crisis mundial y fue el más endeble en la crisis más reciente de 1980: podemos recordar la tasa de desempleo del 30 por ciento, recordamos programas infames como el PEM y el POJH. La que hoy padecemos apunta a superar esta marca: Chile ya es una de las naciones del mundo más afectadas por la crisis.
Y lo será aún más: si se hecha a andar la memoria económica, las crisis de finales de la década pasada, como la asiática, rusa, brasileña y argentina, contrajeron el PIB chileno. Los anuncios para la que se gesta -no levantados por agoreros, sino por las propias autoridades políticas- podrían superar esas marcas. Y en ese trance se han inscrito las recientes movilizaciones de los empleados públicos, que buscan una necesaria protección para tiempos de crisis. El antecedente es muy reciente, la inflación de 2008 superó todas las proyecciones de 2007: de una estimación de 5,5 por ciento ha subido casi a un diez por ciento, con la consiguiente pérdida en el poder adquisitivo de los trabajadores. Y si así fue para el año en curso, nada puede asegurar que otra vez las cifras no se amplifiquen. La demanda de 14,5% de la Anef corresponde a un reajuste real del 4,5 por ciento. El otro diez por ciento se refiere a recuperación de lo perdido por la inflación.
El problema no es sólo un guarismo salarial. Es la crisis financiera mundial en plena maduración expresada en sus efectos económicos y sociales locales. Su extensión y reproducción en gestos y movilizaciones en otros sectores y gremios se expresarán por necesidad y con seguridad. Lo que viene en 2009 no será fácil y tampoco tranquilo. “Lo peor está por venir”, ya repiten dirigentes gremiales, políticos y funcionarios.
Para el economista Orlando Caputo no hace falta esperar mucho: lo peor de la crisis ya está aquí. Chile es uno de los más afectados por la recesión. Por una parte, están las pérdidas de los fondos de pensiones -más de 25 mil millones de dólares-, por otra, las pérdidas de ingreso por exportaciones de cobre a los precios actuales (desde abril a la fecha el precio del metal ha caído desde casi cuatro dólares a 1,7). En un año, éstas también hacen un agujero de 25 mil millones de dólares. Si se suman ambos, el número que aparece, 50 mil millones de dólares, equivale al 40 por ciento del PIB anual al tipo de cambio actual.
Para dar una idea de la magnitud de las pérdidas, Caputo establece comparaciones: “Estas grandes pérdidas equivalen también a dos años del presupuesto total del Estado chileno y a diez años del presupuesto del Ministerio de Salud”. Y podrían ser mayores, porque “no consideran los impactos en los precios e ingresos de otros productos de exportación, así como el impacto de sectores que producen para el mercado interno y el impacto sobre el empleo”.
Están las pérdidas crecientes y está también una legislación que impide alterar la situación, algo de mayor gravedad, afirma Caputo, “que el conocido corralito en Argentina, porque el corralito era transitorio y los dueños de los recursos, en un período de años, podían, aunque con pérdidas, retirar sus ahorros”.

El Fondo A ha perdido casi la mitad de sus ahorros

La Superintendencia de Administradoras de Fondos de Pensiones, institución que debiera cuidar los fondos y no administrar las pérdidas, lo que hace es informar sobre el fracaso del sistema. Dice: “El valor de los fondos de pensiones alcanzó a 69.084 millones de dólares al 31 de octubre de 2008. Con respecto a igual fecha del año anterior, el valor de los fondos disminuyó en 25.168 millones, equivalentes a -26,7 por ciento”. Ante esta cifra global, el economista de Cenda, Manuel Riesco, agrega que la Superintendencia ha preferido silenciar las escandalosas pérdidas de los fondos invertidos en acciones, los denominados fondos A y B. Riesco dice que las pérdidas en doce meses, al 30 de octubre de 2008, alcanzan a -45,07 por ciento. ¡Las personas que han colocado sus ahorros en esos fondos han perdido prácticamente la mitad de capital!
Desfalco para los trabajadores, pero gran negocio para los administradores. Riesco afirma que, históricamente, desde la creación del sistema hasta 2006, los administradores privados y las compañías de seguros, generalmente relacionadas con las AFPs, se han quedado con uno de cada tres pesos aportados por los trabajadores. ¿Cómo? Por ley, por comisiones y otras invenciones. Los otros dos pesos, dice Riesco, “se traspasaron en su mayor parte a unos pocos grupos económicos en Chile (sólo doce grupos tienen en su poder la mitad de las inversiones en el país) y el resto lo apostaron a inversiones en renta variable en el extranjero”. Hoy pierden ese dinero a destajo. Un dinero que no es suyo. Ya hay una cuarta parte que nunca van a devolver, y en el caso del Fondo A, se trata casi de la mitad. Y siguen perdiendo ese dinero sin pudor, sin decencia.
Los oficiantes del modelo -que van desde los ejecutivos de las AFPs, políticos de la derecha y de la Concertación, dirigentes empresariales, funcionarios gubernamentales-, lo que han hecho es desinformar y mentir. A veces embozadamente. La gran mayoría, con absoluto descaro. Han dicho a los trabajadores próximos a jubilar que se esperen. ¿A qué? ¿A quién? ¿A un alza mágica de las acciones? ¿Al Mesías? ¿A la muerte? En poco más de doce meses lo que han perdido los fondos es, en algunos casos, la mitad de lo acumulado durante toda la vida. Lo que ha tardado tanto tiempo en juntarse, no se recupera en meses, ni tampoco en años. Un trabajador próximo a jubilar, que ha perdido la mitad de sus ahorros, tendría que esperar por lo menos una década para recuperar su fondo.
Si se observa la evolución internacional en el precio de las acciones, donde transan y especulan los ejecutivos de las AFPs con los ahorros de los trabajadores chilenos, se puede detectar que sus afirmaciones son falsas. Es desinformación. Acaso, ilusiones. La principal plaza bursátil del mundo, Wall Street, ha tardado más de diez años en acumular las ganancias que ha perdido en sólo uno. Es ésta la relación entre lo que suben y lo que bajan las acciones, por tanto cualquier referencia a una rápida recuperación es una invocación a la magia. Hace más de diez años, hacia el segundo semestre de 1997, el Dow Jones, que es el indicador principal de Wall Street, marcaba un mínimo de 7.600 puntos. Desde entonces tuvieron que pasar diez años para que el índice alcanzara su máximo: en octubre de 2007 marcó 14.164 puntos. Desde entonces, hasta octubre pasado, en apenas un año, el indicador cayó hasta los 8.100 puntos. Lo que ganó en una década, lo ha perdido en un año.
 El colapso de los fondos de pensiones ha sido un evento anunciado. Desde la década pasada varios especialistas han advertido sobre los riesgos de un sistema que cada día necesita de más especulación y riesgo extremo para subsistir. Por este motivo es que, estimuladas por las mismas autoridades de gobierno, las AFPs aumentaron progresivamente las inversiones en acciones y en el extranjero. Todas las debilidades del sistema, todos sus errores derivados del diseño, forzaron la especulación y la apuesta bursátil. Para obtener una buena rentabilidad había que arriesgarse.
Las falencias del sistema -desde los malos salarios a los largos períodos sin cotizaciones- forzaron a la reforma previsional, un subsidio a todos los que no logren reunir la cantidad suficiente para una pensión mínima. El economista Marcel Claude nos recuerda los otros grandes males del sistema: “Cerca de un 60 por ciento de los trabajadores no tiene al día sus cotizaciones debido a la precariedad del empleo en Chile. Esto contribuye a que casi el 50 por ciento de los trabajadores no alcanzará a autofinanciar su pensión, equivalente al mínimo garantizado. Y, en muy corto plazo, el Estado deberá subsidiar más de la mitad de las pensiones”. Si ya antes de la crisis el modelo no lograba cumplir con el objetivo de otorgar una pensión digna -que permita al jubilado mantener su nivel de vida y no bajarlo de forma violenta-, la crisis ha convertido el problema en un drama, en una catástrofe.
La gran mayoría de los afiliados tiene sus depósitos en los fondos más riesgosos. Según los últimos datos publicados por la Superintendencia de AFPs, el 13,8 por ciento estaba en el Fondo A, el 39,6 en el B y el 37 por ciento en el C. Más del 90 por ciento de los afiliados estaba en los fondos más riesgosos, aquellos con rentabilidades negativas del 41,3 por ciento, 31,8 y 21,2 por ciento. A la inversa, el Fondo E, que ha caído apenas en un punto en el último año, sólo absorbe al 0,74 por ciento de los trabajadores.
Manuel Riesco llama la atención sobre “el elevado número de afiliados mayores de 55 años que tiene sus ahorros en los fondos más riesgosos: hay 9.014 afiliados de ese tramo de edad en el Fondo A. ¡Más que en el E, donde sólo hay 7.305! En otras palabras, más afiliados próximos a jubilar han perdido casi la mitad de sus ahorros en el A. Adicionalmente, hay 64.796 afiliados mayores de 55 años que han perdido un tercio de sus fondos en el B, y otros 246.958 que han perdido más de una cuarta parte en el Fondo C”. 

Alquimia financiera

¿Dónde está ese dinero? Es pregunta sin respuesta. Tiene que ver con la alquimia financiera, con la capacidad de crear dinero de la nada. Tiene que ver con la lógica financiera, con la especulación. Podría decirse que quien entra en ese juego acepta sus reglas, sus riesgos, tanto la ganancia como la pérdida: como en la Bolsa o en el casino.
Pero hay una diferencia. El origen del sistema está adulterado, es antidemocrático, autoritario. Fue una operación más de la dictadura para favorecer al sector privado y despojar de todo poder a los trabajadores. Como lo fueron todas las privatizaciones de los servicios públicos entregados a precio de oferta a los funcionarios del régimen e instigadores del golpe de Estado. También se hizo lo suyo con los ahorros de los trabajadores. El afiliado fue forzado a incorporarse al sistema privado de pensiones y hoy, pese a todos sus errores y perversiones, es un rehén de él. Porque el sistema de AFP no fue diseñado para entregar una buena jubilación a los trabajadores. Fue diseñado para usar los ahorros de los afiliados en el sector privado, como afirma Riesco. El sistema de AFP es un efecto evidente de las reformas neoliberales, de las políticas desarrolladas por Hayek, Milton Friedman y la escuela de Chicago. Un sistema que tenía como dogma -en Chile lo sigue teniendo- la contracción hasta la mínima expresión posible del aparato del Estado.
Se puede decir que esos fondos jamás existieron, que eran especulación, parte de la burbuja financiera mundial: números y estadísticas abultadas con fuerza durante los últimos años en perfecta sintonía con la orgía bursátil mundial. Una hinchazón, una ganancia no apoyada en el trabajo -recordemos que estos fondos son, originalmente, fruto del trabajo- sino en el lucro, la usura, la apuesta. Y ante este exceso, ante esta destemplanza económica, que hizo crecer los ahorros del trabajo como una burbuja o un tumor, no puede extrañarnos el actual colapso. Es parte del juego, es el riesgo.
Lo que se ha perdido es el trabajo. Es el pasado y también el futuro. Es la vida, medida en este caso como bienestar de las personas. Una culpa doble que radica en la omisión del Estado y en la intervención malvada de los privados.
El regreso de la cordura está en seguir el camino argentino (ver págs 8 y 9). Traspasar los fondos al Estado y restablecer un sistema público, como los que han operado en el mundo desde hace más de un siglo. Un sistema capaz de entregar pensiones claras, definidas, de por vida y decentes. Que la jubilación no signifique un cambio brusco en el modo de vida, que no signifique una catástrofe al final de la existencia

PAUL WALDER

 

(Publicado en “Punto Final” Nº 675, 21 de noviembre 2008)