Edición 634 - Desde el 9 al 22 de marzo de 2007
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Dolorosa verdad frente
a la cobardía extrema
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Dolorosa verdad frente
a la cobardía extrema

Autor: VICTORIA Y VIVIANA DIAZ  CARO

VICTOR Díaz López y su esposa, Selenisa Caro Ríos, en Valparaíso, 1965.

A 31 años de búsqueda de nuestro padre, Víctor Díaz López, recién empezamos a conocer la verdad, esa verdad que, como siempre hemos dicho por dolorosa que ella sea hay que enfrentar, es la única manera de empezar a vivir el duelo que sólo con la justicia verdadera podría quizás cerrarse. Y en realidad es muy terrible saber de los meses de horror que vivió en manos de sus torturadores, todos miembros de las fuerzas armadas de Chile y la forma cruel, inhumana y cobarde como fue asesinado.
Hoy, en el verano de 2007 -como miles de veces- estamos acudiendo a tribunales, pero esta vez para escuchar los alegatos sobre la libertad de los militares asesi-   nos y secuestradores de nuestro padre. Los abogados de los criminales no tienen argumentos para sus defensas, defienden a “honorables personas y padres de familia”, sin embargo el juez los procesó por secuestro y homicidio calificado.
Recordamos el sangriento golpe de Estado de los militares y personeros de la derecha política que truncó no sólo la vida de miles de chilenos, sino que destrozó toda la esperanza del mañana mejor; recordamos los golpes de los militares y agentes civiles de la Dina en la puerta de nuestra casa buscando a Víctor Díaz López, subsecretario general del Partido Comunista por el solo hecho de haber sido partícipe del triunfo de Salvador Allende y de ese hermoso proyecto de la Unidad Popular.
Ustedes nos conocen en este largo caminar de hace ya más de treinta años y por ello queremos compartir con ustedes algo de nuestra historia. Cómo no recordar lo esperanzadas que estábamos junto a nuestra madre y hermano aquella vez que concurrimos a los tribunales de justicia a interponer el primer recurso de amparo en favor de nuestro padre, a los pocos días de haber sido detenido por la Dina en el allanamiento realizado en calle Bello Horizonte 979, comuna de Las Condes, el 12 de mayo de 1976. Meses más tarde sabríamos por el testigo presencial de su detención que fueron más de 25 los agentes que participaron de su secuestro, quienes se identificaron como agentes de la Dirección de Inteligencia Nacional (Dina). En ese momento no le permitieron vestirse y al sacarlo de la casa ya estaba semi inconsciente producto del primer brutal interrogatorio, llevándoselo con destino desconocido.
No se puede olvidar el doloroso episodio vivido con el ex presidente de la Corte Suprema José María Eyzaguirre, que al momento de relatarle sobre la detención de nuestro padre y de la información entregada en la Vicaría de la Solidaridad por una persona que acababa de salir en libertad de la siniestra Villa Grimaldi   -quien había compartido celda con Marta Ugarte la que se encontraba detenida y muy torturada en ese recinto- enviaba un mensaje expresando que ni ella ni nuestro padre saldrían con vida de ese lugar. Al expresarle al Presidente nuestra preocupación y solicitarle su presencia como máximo representante del Poder Judicial en el recinto de Villa Grimaldi para que constatara este grave hecho, su respuesta fue: “Pero qué imaginación tiene usted; por qué no se va a su casa y escribe un libro, porque lo que usted me narra, en Chile eso no sucede”.
De esa manera Eyzaguirre demostró su indiferencia y complicidad con la dictadura. El dolor fue aún mayor cuando una semana después de esta situación (septiembre de 1976), el cuerpo de nuestra querida compañera Marta Ugarte Román apareció en la playa La Ballena, (cerca de La Ligua), pretendiendo hacerla aparecer como una víctima de un crimen pasional. En ese momento nos enfrentábamos por primera vez a un posible y terrible desenlace del destino de nuestro padre.
Miembros de la Dina llegaron una mañana de octubre de 1976 a nuestra casa a amenazarnos, señalándonos que correríamos la misma suerte que nuestro padre si no abandonábamos la búsqueda, llegando incluso al extremo de obligarlo a que nos escribiera y nos llamara por teléfono pidiéndonos lo mismo, es decir que no continuáramos en su búsqueda. La actitud de nuestra madre en aquel entonces fue de absoluto rechazo y esto nos obligó como familia a (…)

 (Este artículo se publicó completo en la edición impresa de Punto Final Nº 634, 9 de marzo, 2007)


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