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Bush y el Papa
Para
comienzos de junio está acordada la visita que el presidente de
Estados Uni-dos hará al papa Juan Pablo II en el Vatica-no. Bush
ha pedido la cita, pero a todas lu-ces no es para “confesarse”.
La opinión ge-neralizada afirma que más bien va a justifi-carse
de todas sus tropelías ante una de las escasas reservas morales
que le quedan al mun-do. Juan Pablo II ha hecho de la defen-sa de la vida,
en to-da circunstancia, una se-ñal de identidad para su ponti-ficado;
y tiene la autoridad ética que le da esta postura des-pués
de haber sido también un depredador, en cuanto representa a uno
de los poderes más abso-lutos que ha cono-ci-do la historia. Quizá
las matanzas más colosales que registra el occidente cristiano
hayan sido causadas por los papas de Ro-ma... y por los presidentes de
Estados Uni-dos; es decir, por cristianos de tomo y lomo, si bien unos
son de tradición católica y otros pertenecientes a la reforma
protestante. Las tonterías que se han hecho en nombre de Cristo
no tienen límite ni suscriben determi-nadas confesiones religiosas.
La diferencia está en que Juan Pablo II ha asumido las responsabilidades
histó-ricas, ha humillado la cabeza con mitra y to-do y ha lanzado
a los católicos a remar mar adentro en la defensa de la vida. Será
difícil encontrar hoy a otro líder social y religioso con
más prestigio en este cam-po y con más consecuencia en su
conversión.
Otro es el cuento para el presidente de Estados Unidos. Fiel al convencimiento
de ser el policía, el árbitro, el juez y el cuidador armado
del zoológico del mundo, está inca-pacitado para reconocer
sus propios errores. Ciertamente, Bush está llevando a la cum-bre
esa conciencia de superio-ridad que su país ostenta desde los comienzos
de su vida como nación. Es todo un misterio que so-ciólogos,
antropó-logos y estudiosos de los fenómenos históricos
no han lo-grado expli-car. ¿De dónde le viene a Estados
Unidos esa convicción de ser dueño del planeta, de ser lugarteniente
de Dios? Al parecer se trata de una combinación químico-filosó-fico-histórica,
que emplea elementos racia-les, reli-gio-sos, políticos, geográficos
y eco-nó-micos, a los que se le aña-de el pecado del orgullo,
y bastante de pólvora y whisky: el resultado es un cowboy que primero
dis-para y después apunta. Todo realizado en nombre de la civiliza-ción
occidental y cris-tiana, claro está.
El encuentro en el Vaticano es observa-do con interés por el mundo.
Es la ocasión para que el papa vuelva a repetir su discurso sobre
el respeto a la persona humana, en toda circunstancia y en todo lugar,
valorice la paz y el entendimiento entre los pueblos e insista en un programa
que cicatrice las heridas, después de reparar los daños.
Por su parte, Bush anotará esta entrevista en su libreta privada
como un triunfo en su cam-paña, vistas las elecciones presi-denciales
que se avecinan.
Y todo volverá a ser como antes.
Otros seguiremos esperando que alguna vez, y con la autoridad moral que
le da el hecho de ser un convertido, el obispo de Ro-ma le diga pan al
pan y vino al vino, con esa claridad y contundencia que los pro-fetas
empleaban para hacer remecer a los dominadores que abusaban de los pue-blos.
Bastaría que le repitiera, de cara al mun-do, la pregunta que la
Biblia le hace a Caín: “¿Qué has hecho con
tu her-mano?” Eso, se-guramente, no suprimiría la soberbia
ase-si-na, pero dejaría al mundo más limpio
AGUSTIN CABRE RUFATT (*)
(*) El autor es sacerdote y periodista, Superior de los Misioneros
Claretianos en Chile.
(Revista “Punto Final” Nº 568, 28 de mayo, 2004)
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