Punto Final, Nº 885 – Desde el 29 de septiembre hasta el 12 de octubre de 2017.
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Los sótanos del Partido Comunista

 

Oscar Riquelme y su familia.

 


Mariano Jara Leopold, protagonista de Camaleón. Doble vida de un agente comunista, nuevo libro del periodista Javier Rebolledo -autor de la celebrada “trilogía de Los Cuervos”- es un empresario arribista que quiere codearse con la flor y nata de la dictadura de Pinochet; le gusta lucirse con las vedettes de moda en las noches santiaguinas de los años 80, es un adúltero pertinaz, trata de “hermanos” a dos agentes de la Dirección de Inteligencia del Ejército (Dine), monta una estafa piramidal a través de una financiera en los años 90, desea hacer negocios con Cuba y presta dinero a subidos intereses a militantes del Partido Comunista que buscan seguir editando El Siglo.
Jara Leopold, un vendedor de radios a crédito a comienzos de los años 60, creó su propia empresa de electrodomésticos y menaje de casa, articulando una cadena de más de quince tiendas a lo largo del país en los años 70 -los almacenes Nadir- en los cuales dio trabajo a militantes comunistas clandestinos que pertenecían al aparato militar del partido. En muchos de aquellos locales se ocultaban armas y propaganda, sirviendo de base, además, para pagar sueldos a los funcionarios del partido.
En rigor, Mariano Jara no era un agente del PC, era un militante de estructuras partidarias menores que gracias a su éxito empresarial ayudó a su partido en tareas de logística y financiamiento, tal como hicieron muchos de sus camaradas, incluidos algunos destacados miembros de la banca y de grandes conglomerados económicos. La diferencia es que el primero lo hizo con alardes y aspavientos; los segundos en silencio.
Javier Rebolledo se deslumbra con el personaje. Describe con detalles la participación de Jara Leopold en la hípica y sus vínculos con personajes de la dictadura como Pablo Baraona, Juan Antonio Coloma, Alberto Guerrero y el general Humberto Gordon, que llegaría a ser director de la CNI y con quien Jara intentó poner en marcha un club nocturno en el barrio El Golf. Rebolledo también se encandila con dos rutilantes estrellas revisteriles como Wendy y Maggie Lay, amantes por algún tiempo del protagonista del libro.
La obra se centra en dos historias principales: una es la existencia de una parcela, adquirida con aval del protagonista para esconder armas de los cargamentos llegados a Carrizal en 1986; la otra es una presunta estafa realizada por dirigentes y militantes del PC que no le pagaron a Jara el dinero prestado por su financiera Nadir a mediados de la década de los 90.
Rebolledo se esfuerza, además, en identificar y entrevistar a algunos de los jefes sobrevivientes de los aparatos militares y de inteligencia del PC, pero no profundiza en las tareas de esas estructuras antes, durante y después de la dictadura.
Otros periodistas e investigadores (ver recuadro) se abocaron a ese trabajo antes de Rebolledo y con relativo éxito expusieron sus resultados que muy resumidamente, se relatan a continuación.

ESTRUCTURAS SECRETAS
En 1966, Rafael Cortez -la “chapa” de Uldarico Donaire- le pidió a Carlos Toro que cortara todos los vínculos con el partido. En esos días murió en un accidente aéreo el subsecretario general del PC, José González, encargado del trabajo militar. Tras unos cinco meses Rafael Cortez y Oscar Riquelme llegaron a la casa de Toro. Riquelme había sido detenido y torturado en el gobierno de Gabriel González Videla, castigo que le ocasionó una grave lesión en la columna vertebral. Lo relegaron a Máfil -cerca de Valdivia- donde unos obreros le ayudaron a volver a Santiago. El PC lo envió a Moscú y allí estuvo hospitalizado casi un año. Volvió en 1958. En esa fecha el partido se dividió en Santiago en dos comités regionales. Riquelme pasó a ser secretario del Regional Sur. Desde ese cargo, de pronto desapareció.
Ese invierno de 1966 Riquelme -“El Viejo Alfredo”- reapareció en la casa de Toro acompañado de Enrique Sánchez Cornejo, un telegrafista dirigente sindical de Correos y Telégrafos, exonerado y relegado a Pisagua por González Videla. Sánchez, secretamente, era uno de los hombres más importantes de la seguridad del PC.
Cortez encomendó a Toro el trabajo de inteligencia. Trabajaría con Enrique Sánchez y bajo la dirección de Riquelme. Los visitantes dejaron a Toro un libro de Richard Sorge, el agente de la inteligencia soviética infiltrado como periodista en Japón que proporcionó vital información a la URSS sobre la invasión alemana.
A los pocos días llegó de la URSS “Mundo” Chacón, quien había realizado un curso de inteligencia y cuyas bases entregó a Toro y Sánchez. Ambos hombres propusieron a Cortez la incorporación al grupo de Daniel Escobar y Ricardo Ramírez, dirigentes de las JJ.CC. Entre los cuatro -Sánchez, Toro, Escobar y Ramírez- formaron un aparato de seguridad más vasto y con nuevas proyecciones. Tres de ellos -Escobar, Sánchez y Ramírez- serían secuestrados y hechos desaparecer después del golpe.
A fines de los 60 organizaron el Equipo de Informaciones del PC. Dependían de la Comisión Militar encabezada por Oscar Riquelme y en la que también participaban Horacio Cepeda (“Carlos”), detenido desaparecido; Luis Humberto Moya (“Peralta”), hasta hace algunos años gerente del semanario El Siglo; e Iván Caro, encargado de comunicaciones, actual dirigente del partido en Cautín. Caro era obrero, estudió electrónica y construyó enlaces de radio entre Santiago, Valparaíso, Concepción, Temuco y Antofagasta. También formaban parte de la Comisión Alfredo Tapia (“Félix”) y Humberto Castro Hurtado (“Camarada Díaz” o “Chino”), asesinado por el Comando Conjunto en septiembre de 1975.
Partieron buscando información en las esferas de gobierno, entre los partidos políticos, en las Fuerzas Armadas, en Carabineros e Investigaciones. En el ámbito económico se preocupaban de las cúpulas empresariales y de los propietarios de bancos. También estudiaban con lupa las actividades de los credos religiosos, de los clubes sociales más reputados, de la prensa y de ciertas embajadas. La información recogida y analizada era enviada a Rafael Cortéz a través de su enlace, Carmen Vivanco.
En el ámbito financiero ayudó mucho un ingeniero egresado de la Universidad Santa María, Gerardo Weisner, quien mantenía una infinidad de vínculos sociales. El formó un equipo de informantes que recogían valiosos antecedentes sobre las cúpulas empresariales. Tras el golpe viajó a Moscú y cumplió importante papel en el apoyo a la lucha contra la dictadura. Era piloto y murió en un accidente aéreo. En Concepción también se creó un equipo de inteligencia a cargo del ingeniero Eduardo Mayer, que trabajaba en la petroquímica. Sus despachos permitían seguir de cerca el estado de ánimo en la base naval de Talcahuano.
Oscar Riquelme Cárdenas fue jefe de toda la Seguridad -inteligencia, contrainteligencia y aparato militar-, pero se creó otra entidad, la Comisión Militar, que dirigió Samuel Riquelme Cruz, miembro de la Comisión Política y del Secretariado. Oscar Riquelme se ligaba preferentemente con el subsecretario general y mantenía habitual coordinación con los encargados nacionales de Organización y de Cuadros. El secretario general Luis Corvalán pensaba que quienes condujeran la seguridad y lo militar debían tener mucha experiencia en el partido.
Al comienzo de la UP, Oscar Riquelme era conocido sólo por un puñado de dirigentes, y por los jefes intermedios de las estructuras de seguridad. Fue uno de los más destacados conductores del aparato clandestino durante la dictadura de Pinochet y el primero en ingresar secretamente al país a comienzos de 1978 con el grupo de la Comisión Política que reemplazó a los caídos en 1976. Sobrevivió, sin que jamás lo identificaran, hasta hace pocos años.

TRAS EL GOLPE
Los equipos de la Comisión Militar del PC se reunieron en casas de seguridad a las seis de la mañana del 4 de septiembre de 1970. El grupo que dirigía Toro se instaló en una casona en calle Ejército, a escasas cuadras de La Moneda. Mantenían un enlace con el equipo propiamente militar que encabezaba Oscar Riquelme. Para prevenir un posible fraude en las elecciones ese día, el partido preparó una eventual paralización del país. Se resolvió también que los equipos de autodefensa -a cargo de Luis Humberto Moya- ayudarían en las poblaciones obreras a cortar el transporte público.
Los llamados Grupos Chicos, piquetes de siete u ocho militantes preparados para sabotajes y manejar armamento liviano, tendrían a su cargo la destrucción de algunas torres de las líneas de transmisión de energía eléctrica. Los jefes de estas unidades se venían formando desde 1963: pasaban seis meses en cursos de entrenamiento en la URSS; clases teóricas primero y luego práctica en los campos de Crimea.
Los preparativos del PC no fueron necesarios. El 4 de septiembre, cerca de las 23 horas, el abogado democratacristiano Jorge Donoso llamó por teléfono a Rafael Tarud, jefe de la campaña de Allende, y le avisó que se estaba preparando un fraude para impedir la victoria del médico socialista. Donoso apremió a Tarud para que Allende se declarara vencedor. El abanderado de la UP salió a los balcones de la Fech, en Alameda con Carmen, y comunicó su triunfo a la multitud congregada.
Tras el golpe, pocos días después de levantarse el toque de queda, Mario Zamorano se reunió con David Canales y le comunicó que los “viejos” pensaban que debían reestructurarse los frentes de Seguridad y Militar. Los cambios significaban darle a la estructura central del PC una modalidad de funcionamiento desconocida para los aparatos de inteligencia y represión de la dictadura. Hubo que rearmar todo. Oscar Riquelme salió de la cabeza y se fue a trabajar como parte de la dirección clandestina. Se creó un aparato para coordinar las secciones de inteligencia, seguridad e infraestructura, las dos últimas formando parte de la base de apoyo de la dirección clandestina. También se dividió claramente la inteligencia de la contrainteligencia.
Se eliminó la Comisión Militar y se hizo de la Autodefensa una organización más ágil. La contrainteligencia hubo que suprimirla puesto que iba a ser reprimida violentamente por la dictadura. La mitad de sus integrantes fue exonerada de inmediato y la otra mitad el 31 de diciembre, sin hablar de las numerosas víctimas asesinadas o prisioneras en los últimos meses de 1973.
La contrainteligencia del PC, el aparato más grande desde el año 71, era una función que tenía que ver con la seguridad del país, del gobierno y del partido. La inteligencia, en tanto, trabajaba desde siempre sólo para el partido y contaba con unos 45 militantes. También hubo que reorganizarla: un solo archivo, un solo laboratorio, documentación, análisis, FF.AA. y órganos represivos, ultraderecha, etc. Ricardo Ramírez, por su parte, siguió a cargo de la tarea militar, que se movió hacia la autodefensa y quedó convertido en un solo equipo paramilitar. Esos militantes se ocuparon de la exploración para ir agrandando la infraestructura de la dirección y abrir las rutas de comunicación dentro del país y hacia el exterior. Ellos fueron, por ejemplo, la base del dispositivo Chile-Argentina. También, desde el primer día, se dedicaron a esconder armas.
Mario Zamorano y Rafael Cortez manejaron la seguridad y la relación con el exterior. Encargado de Finanzas pasó a ser un militante que no estaba en la original dirección clandestina. El PC iba a subsistir con los dineros que provenían de la solidaridad internacional, y había que separar la vieja forma de hacer finanzas del dispositivo de afuera. Los bienes del partido tampoco los iba a manejar Finanzas y pasaron a formar parte de la infraestructura.
Desde 1975, aproximadamente, la Dina trató de identificar las estructuras de financiamiento del PC. El coronel Manuel Contreras deseaba apropiarse de los flujos de dinero que llegaban a Chile y desató una persecución implacable en contra de quienes aparecían vinculados a esas tareas. En 1976 y 1977 la Dina y sus aliados de las Operación Cóndor lograron interceptar una de las redes que llegaban desde Europa hasta Argentina con fondos para la resistencia. Varios de sus integrantes fueron detenidos y hechos desaparecer. Los dineros fueron sacados de las cuentas bancarias. No obstante, otras redes sobrevivieron y siguieron alimentando las tareas de los comunistas. Hasta hoy no se conocen pero sí se sabe que fueron integradas por empresarios y comerciantes que operaban secretamente y con coberturas increíbles, en especial desde la creación del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, a comienzos de los años 80

MANUEL SALAZAR SALVO

 

Libros reveladores

A quienes interese conocer las estructuras más secretas del trabajo del PC, antes, durante y después de la dictadura, PF recomienda los siguientes trabajos efectuados por historiadores, periodistas, militantes e investigadores en los últimos años:
Riquelme Segovia, Alfredo: Rojo atardecer. El Comunismo chileno entre dictadura y democracia, Centro de Investigaciones Barros Arana, 2009. Alvarez, Rolando: Desde las sombras. Una historia de la clandestinidad comunista, Ediciones LOM, Santiago de Chile, 2003. Bonnefoy Miralles, Pascale: Terrorismo de Estadio. Prisioneros de guerra en un campo de deportes, Ediciones Chile América-Cesoc, 2005. Corvalán, Luis: De lo vivido y lo peleado. Memorias, LOM Ediciones, Santiago de Chile, 1997. Guerrero, José Manuel: Desde el túnel, LOM Ediciones, 2008. Millas, Orlando: Memorias 1957-1991. Una digresión, Ediciones Chile América Cesoc, 1996. Montes, Jorge: La luz entre las sombras, Bruguera, Madrid, 1980. Toro, Carlos: La Guardia muere, pero no se rinde… mierda. Memorias de Carlos Toro, Colección La Vida es Hoy, 2007. Villagrán, Fernando: En el nombre del padre. Historia íntima de una búsqueda, Catalonia, 2013. Rojas Núñez, Luis: De la rebelión popular a la sublevación imaginada, LOM Ediciones, 2011. Guzmán Jasmen, Nancy: El Fanta. Historia de una traición, Ceibo Ediciones, 2016. Hertz, Carmen, Ramírez, Pola, Salazar, Manuel: Operación Exterminio. La represión contra los comunistas chilenos (1973-1976), LOM Ediciones, 2016.

(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 885, 29 de septiembre 2017).

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