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Zsigmond Remenyik
Una esquirla de vanguardia en Valparaíso
El libro “Las tres tragedias del lamparero alucinado” del húngaro Zsigmond Remenyik.
En 2011, el ilustrador y grabador Cristián Olivos (quien también firma como Chanchano Libos) investigaba escritores chilenos para reeditar con su sello Ediciones del Caxicondor. Hurgando en la Antología crítica de la poesía chilena, de Naín Nómez, descubrió a Neftalí Agrella.
Sería la puerta para otros hallazgos. En dicha selección podía leerse el manifiesto “Rosa Náutica”, del que Agrella aparece como autor. Entre los firmantes -que decían enfrentarse al “zoo del arte oficial”- aparecía un tal Segismundo Remenyik. Olivos supo que se trataba de un húngaro que vivió en el puerto entre 1921 y 1923; un artista procedente de la vanguardia magyar, el aktivizmus, que había apoyado la efímera república socialista de Bela Kun. Exiliado tras su derrocamiento, vagó por Europa y Sudamérica. Remenyik contribuyó con el grabado que acompañaba al manifiesto, obra de su compatriota Sandor Botnyik. En Valparaíso escribió algunos textos: La tentación de los asesinos, La angustia y Los muertos de la mañana. El primero fue publicado por la vernácula editorial Viñamarina, en 1922: 500 ejemplares que no se vendieron.
Tras el manifiesto, Olivos descubriría las revistas Elipse, Litoral y Nguillatun, donde intervino prácticamente el mismo grupo. Todo era espectral. El ilustrador se había topado con una manifestación de arte rupturista, animada por un puñado de pintores y poetas. Decidió exhumar esta vanguardia porteña olvidada por todos.
“En Internet leí a Lászlo Scholz, un húngaro estudioso de la literatura latinoamericana. Había escrito algunos textos sobre Remenyik. Le escribí y me contestó que su obra en castellano había sido publicada por Editorial Iberoamericana, España, en 2009. Me contacté y les compré el libro El lamparero alucinado, que reúne lo producido en Valparaíso, además de la novela Los juicios del dios Agrella”, dice Olivos. “Leí los textos y quedé impresionado. Era un estilo potente, alucinado; lleno de imágenes oníricas. Decidí que eso era lo que quería reeditar”.
En 2015, junto al historiador Jorge Muñoz Sougarret ganaron el Fondo del Libro en su línea de investigación para emprender el estudio. Pudieron comprar los derechos de edición a los españoles. En mayo pasado, publicaron Las tres tragedias del lamparero alucinado, que compila lo creado por Remenyik en el puerto, además del cartel con el manifiesto “Rosa Náutica”, material iconográfico y los notables linóleos de Olivos. El libro demarca los tiempos y territorios donde se movió esta vanguardia fantasmagórica. Para fines de año, viene la reedición de Los juicios del dios Agrella, un relato ficcionado de sus compañeros porteños. “La de Remenyik es una obra atormentada, mal escrita porque él nunca aprendió a escribir bien en español pero tenía algo completamente nuevo”, comenta Olivos. La reedición respeta ese singular uso del castellano, con dobles acentuaciones y faltas de ortografía. “Mis palabras primitivas donde no podía yo hablar bien”, escribió el autor.
INEXISTENCIAS
Entre los firmantes de “Rosa Náutica” se puede ver a Salvador Reyes, Alberto Rojas Jiménez y Martín Bunster, arietes de otro manifiesto, “Agú”, surgido en Santiago, un par de años antes. Entre los “adherentes” aparece Vicente Huidobro, un Jacques Edwards, que no es otro que Joaquín Edwards Bello y -esto es muy importante- el español Guillermo de Torre, del movimiento ultraísta, Jorge Luis Borges y Manuel Maple Arce, adalid del estridentismo, la vanguardia mexicana. “Pertenecemos al futuro, y en el futuro nos explicaremos solos”, proclaman sin timidez. Apartan aguas del “seudo arte”. Enarbolan a Apollinaire, Marinetti y Huidobro y arremeten contra el crítico Alone, la antología Selva lírica y Pedro Prado.
Cristián Olivos tuvo dificultades en su búsqueda: “El manifiesto no está en ningún archivo ni biblioteca chilena. El libro La tentación de los asesinos tampoco. Todas estas cosas se las llevó Remenyik cuando regresó a Hungría. El único modo de acceder fue con el libro de Editorial Iberoamericana”. Olivos supo por los encargados de la hemeroteca de la Biblioteca Severín, de Valparaíso, que en 1973, “los militares se llevaron cualquier cosa que pareciera proclama medianamente rebelde y lo quemaron”.
Como ocurre en otras investigaciones sobre ciencias sociales, muchos de estos materiales están en Europa. Remenyik se llevó sus libros, carteles y poemas de sus amigos, y hoy se pueden consultar... en la biblioteca nacional húngara. La reedición consigna los estudios de los magyares Scholz, Georges Ferdinandy y el alemán Klaus Müller-Bergh.
MISERIAS
Leyendo el libro se aprecia que Remenyik integró un grupo singular. Además de Neftalí Agrella (“que es una especie de profeta iluminado del anarquismo poético”, señala Olivos), están el poeta viñamarino Julio Walton, autor del texto El aullido de las rameras, “una obra crítica, que indica que la prostitución es el rostro oculto y consecuencia de una sociedad”, complementa el ilustrador; el pintor Pedro Celedón, un atormentado que habría quemado su obra completa y muerto en circunstancias poco claras en un hospital siquiátrico; Jesús Carlos Toro, un no menos fantasmal grabador mexicano, con posteriores trabajos en la revista Nguillatun y el diario La Nación, pero de cuyo origen y trayectoria se ignora todo; y el ruso Marko Smirnoff, cuya madre era dueña de la casa donde pernoctaban estos artistas. Años después, de regreso en su país, Zsigmond Remenyik escribiría sobre esta experiencia en sucesivas novelas.
A juicio de Cristián Olivos, la presencia del húngaro fue vital para un movimiento cuyo rasgo era la mirada política revolucionaria, lejos de la francófila que se cultivaba en Santiago por Huidobro y Juan Emar. De ese modo, a Valparaíso llegó primero el constructivismo ruso y los tempranos signos del expresionismo alemán y la Bauhaus. Pese a lo fugaz de su residencia, Remenyik encarnó los contrastes del sitio y su tiempo. Se juntaba con artistas que pelaban pescado y papas y se empleaban como jornaleros en el puerto para subsistir. Extranjero como era, contempló y escribió sobre la miseria de miles de porteños con los que convivía. En Los muertos de la mañana se lee:
EN EL CONVENTILLO “LA UNIÓN”
el conventillo tienen 3 pisos, 53 chimeneas y
248 ventanas por la calle!
aquí vive la PESTE!
aquí come y duerme en los catres grazosos
colgando sus banderas hediondas por la pared”.
No obstante, la imagen de la lámpara, reiterada en los escritos del húngaro, herencia de su militancia en el activismo, indica el anhelo de transformación social. “Las lámparas encendidas en los conventillos y en las manos de una multitud trágica son la esperanza en la hermandad humana que puede vencer la injusticia y la enfermedad”, anota Olivos.
Tras Valparaíso, Remenyik siguió a Lima donde publicó sus textos en la editorial Agitación. All se casó. La tuberculosis provocó la muerte de ella y de la hija recién nacida. El artista partirá de Sudamérica para nunca volver. Seguiría escribiendo y viajando. Tras un periodo decepcionante en Nueva York, regresó a Hungría donde lo sorprendió la segunda guerra mundial. El estalinismo del régimen posterior lo condenó al silencio, hasta que fue rehabilitado en 1960. No obstante, su obra es incomprendida. Falleció en 1962, en Budapest. “El espantoso siglo XX se encargó de destruir sus esperanzas”, anota Cristián Olivos.
“La edición es para aprender y como parte de nuestra herencia. La obra de Remenyik, en español, ha sido tratada desigualmente; nadie considera que es genial pero yo encuentro que cuando apareció en Valparaíso, le voló los sesos a todos. Según Adolfo de Nordenflicht, la poesía de Pablo de Rokha entra en diálogo con la del húngaro. Ahí hay algo muy interesante”, acota Cristián Olivos
FELIPE MONTALVA
(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 862, 14 de octubre 2016).
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Punto Final
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