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Guapos de verdad
“Estás muy guapa” me dijo una amiga que no veía hace tiempo. Me quedé desconcertada, porque yo le sonreía y la estaba saludando con cariño. Pensé, entre mí, que no se me había pasado por la mente ofenderla o demostrarle animadversión.
Me crié en esta ciudad, en este país, en este continente donde de norte a sur los guaposfueron siempre muy severos, rudos, tercos, capaces de imponerse por su carácter firme: los padres, por ejemplo. También eran guapos los trabajadores responsables, diligentes y aperrados. Y eran guapos los niños pequeñitos que hacían un gesto de enojo o disgusto, “ahombrándose”. Se les podía aplicar burlonamente el calificativo a quienes se molestaban por un “quítame allá estas pajas” o a los pendencieros o de mal carácter.
No deja de asombrar que de un día para otro por obra y gracia de ciertos animadores de televisión que anduvieron de paseo por España, le cambiaran el sentido a las palabras a tal punto que a esos bizarros, valientes y corajudos varones los convirtieron en guapos, y en guapa a toda mujer bella, a la cual también se le podría decir hermosa, linda, preciosa, agraciada, apuesta, atractiva, buena moza y, si se está obligado a reconocerlo con reticencias, admitir que no es nada de fea, es de buen ver o pega su chirlo.
La guapeza es un valor de seres ávidos de justicia al margen de la justicia. ¿Qué diría de tanto irrespeto El guapo de Evaristo Carriego? Ese mismo a quien “Le cruzan el rostro, de estigmas violentos, / hondas cicatrices, y quizás le halaga llevar/ imborrables adornos sangrientos: / caprichos de hembra que tuvo la daga”. Se trata nada menos de un hombre que “desprecia el peligro sereno y bizarro”. Imposible perder su imagen: “Y allá va pasando con aire altanero,/ luciendo las prendas de su gallardía,/ procaz e insolente como un mosquetero / que tiene en su guardia la chusma bravía”.
Bizarro es decir altivo, garboso, gallardo, osado, audaz, intrépido, valiente, generoso, espléndido. Ahora, los mismos animadores de matinales que tradujeron a medias algo del francés o del inglés transformaron a los bizarros héroes que nos enseñaron a admirar el coraje, en “extravagantes”, “raros”, anormales, fastidiándonos al Cid Campeador, a Sandokán, a Don Quijote de la Mancha, a todos los héroes que nos impulsaban a mejorar el mundo.
Pese a todo, ha quedado inscrito para siempre en nuestra memoria ese Hombre de la esquina rosada: “¿Qué iba a salir de esa basura sino nosotros, gritones pero blandos para el castigo, boca y atropellada no más? Sentí después que no, que el barrio cuanto más aporriao, más obligación de ser guapo”. Más adelante Borges afirma: “Añadí, medio desganado de guapo: ¿Quién iba a soñar que el finao, que asegún dicen, era malo en su barrio, juera a concluir de una manera tan bruta y en un lugar tan enteramente muerto como éste, ande no pasa nada, cuando no cae alguno de ajuera para distrairnos y queda para la escupida después?”.
Pedro Lemebel en su “Caupolicán (o la virilidad empalada del alma araucana)”, fragmento de Nefando. Crónicas de un pecado, acierta señalando la esencia machista absoluta: “Pero este baile del guapo a guapo, tangueando la conquista y que nos enseñaron en el colegio, escribe solamente un tratado hombruno de la historia, un espejo de machos obcecados rivalizando un territorio, peleando la administración del mapa americano”.
Nicolás Rosa en su ensayo El paisano ensimismado o la tenebrosa sexualidad del gaucho, afirma que “la multiplicidad de las muertes está organizada no por el ‘crimen gaucho’ literalmente defensivo y justiciero, social y político, sino por la vendetta o camorra: son crímenes producidos por la alevosía y el fanfarroneo, desestimando el carácter ‘heroico’ de la criminalidad gauchesca anarquista y celebratoria de un valor: la guapeza”.
No olvidemos a los guapos de la Vega, del Matadero, de San Miguel, la plaza Almagro, la Estación Central: guapos de verdad que no andaban guapeando. Dárselas de guapo y “aniñarse” no servía de nada si no se afrontaba el peligro y se demostraba con hechos la valentía.
Virginia Vidal
(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 845, 22 de enero 2016)
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