Punto Final, Nº 844 – Desde el 8 al 21 de enero de 2016.
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La ira no es suficiente

 

Con su inocencia y su entusiasmo a cuestas, millones de chilenos abarrotaron las tiendas en las fiestas de fin de año.
Pocos sabrán que no muy lejos de los malls personajes extraños y peligrosos discurren las mejores maneras para exaltar esa inocencia y ese entusiasmo, para ocultar la peste de la corrupción que, como en el caso de las polillas que inundan la ciudad, insiste en meterse por todos los intersticios. Si solo se tratara de cuestiones abordables, quizás no sería tanto el drama. Pero no. Se trata del riesgo por el que pasan aquellos pilares, subjetivos y concretos, que afirman todo lo que hay.
Se ha develado en el último tiempo la corrupción que amenaza con desestabilizar la pretendida solemnidad y austeridad militar. Millones de dólares producto de las ventas del cobre, alicaídas en las últimas proyecciones, han estado a disposición de funcionarios de los más disímiles rangos, que los han dilapidado en placeres mundanos estrictamente civiles: casinos, caballos fina sangre, fiestas, propiedades y quizás que otros.
En estos días se encuentró un cargamento de cocaína en un envío del ejército a Europa. ¿Otro eslabón en la cadena sucia de la corrupción? Habrá que esperar a saber donde fue embarcada tan poco tradicional y castrense exportación.
Del mundo político aún no se sabe hasta dónde llega en profundidad y alcances la epidemia de corrupción, que ha alcanzado hasta a la familia presidencial y que aún no termina con el desfile de quienes se han dejado aceitar por la generosa aunque interesada mano de los empresarios mayores de la plaza.
El primer reo de estas prácticas ha sido el connotado ex funcionario de la dictadura y símbolo de la degradada moral ultraderechista, Jovino Novoa, al que le han alcanzado aún sus recursos para negociar una condena que es más un chiste, una burla, un despropósito si se mira con un mínimo de sentido común: tres años en libertad, firmando de vez en cuando.
Leyes corruptas que han agravado hasta lo indecible la vida de millones de chilenos fueron compradas con dineros de empresas corruptas que encontraron a políticos corruptos a precio de ganga en todo el espectro visible de la política. Todo mal, todo sucio.
Rutilantes rostros de la miserable política nacional aparecen sobornados: socialistas de puño en alto, transversales pepedés, compuestos y píos democratacristianos, republicanos radicales, aparecen empuruñando la mano para recibir los denarios con los que traicionan a la gente y la condenan a la pobreza y a la mala vida.
El sol sale para todos. En estos días veremos silenciarse la acusadora ironía de Marco Enríquez-Ominami que había pasado como lo más sano de la plaza, pero que debió concurrir en calidad de imputado a la Fiscalía Nacional por aparecer recibiendo dinero de SQM, que es como decir de la cripta del tirano. Su suerte en los tribunales no es algo que se pueda predecir, pero con certeza deberían avergonzarle sus razones: que las donaciones fueron al amparo de la ley. Lo mismo han dicho todos.
Y el corso aún da para más: AFPs, farmacias, papel higiénico, fútbol, Caval, CEP, SII, definen un paisaje que amenaza con desfondar el pútrido sistema.
Difícil imaginar un escenario peor para los poderosos. No pasa semana sin que una nueva arista escandalosa ocupe por algunos días las portadas para luego ser sustituida por otro despropósito magnífico.
Cabe preguntarse en qué momento todo esto toca fondo. Del mismo modo, resulta un misterio el modo en que el sistema se va a recomponer si cada vez son menos los hombres públicos que se salvan de la avalancha escandalosa de la corrupción. Cabe preguntarse también por el rol del pueblo en la solución de esta puesta en escena. O si se va a ofrecer graciosamente que el sistema busque su propio remedio y de nuevo se articule y levante sus retoños, una vez impuesta la amnesia que lo cubre todo.
La vasta mayoría de la población vive acorralada entre su inocencia endémica y su necesidad de no ver, de no saber, para evitarse problemas, y un sistema que se derrumba desde dentro, minado por el orín de su propia mierda, pero que ni corto ni perezoso, busca sostenerse a toda costa. Con todo, así ha sido siempre y así seguirá mientras a las víctimas de esta cultura no les alcance la ira para decir ¡No más!

Ricardo Candia Cares

(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 844, 8 de enero 2016)

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