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Partir por soñar un país distinto
Los fachos de nuevo tipo arrecian desde la Nueva Mayoría. Ministros prepotentes que no le van en zaga a los de Pinochet. Autoridades que usan y abusan de las Fuerzas Especiales en su relación con los trabajadores, estudiantes y mapuches. Pequeños tiranos utilizando su poco de poder para burlarse de funcionarios públicos y profesores. Presidenta con intervenciones que solo demuestran ausencia plena de condiciones políticas.
El brazo financiero de la ultraderecha desarrolla una ofensiva ante la debilidad de un gobierno pichiruche, dejando claro que no aceptarán nada distinto a lo que ya hay. A nadie le interesa salir de una crisis, sino administrarla para los fines de los poderosos. La derecha tomó el mando del país, a pesar de que día a día se hacen públicos sus robos, sinvergüenzuras, colusiones y trampas. No les va a pasar nada. Ni a coludidos, ni a tramposos.
Y de la Izquierda, como sea que se entienda eso, sepa Moya…
La cultura neoliberal está modelada para que sus beneficiados sean los poderosos, sus sostenedores y administradores. En sus años de vigencia, el actual orden constitucional a lo sumo ha aceptado algunas reformas que solo han colaborado a su perfección, según sean los vaivenes que amenacen sus cuadernas y pilares esenciales.
Desde los primeros, extraños y estériles intentos del Partido Comunista y sus aliados por utilizar los intersticios que dejaba el ordenamiento político, hasta las últimas candidaturas presidenciales que se proponían cambios definitivos, el actuar electoral de grupos de Izquierda no sólo ha sumado derrotas, sino que ha contribuido a una aguda sensación de fracaso.
En la historia de la lucha de los pueblos las derrotas casi siempre, o muchas veces, han tenido un componente rectificador o impulsor de nuevas y mejores tácticas, más claras estrategias y más aceradas convicciones. No así el fracaso. Este último, lejos de permitir una reconstrucción o un reordenamiento, tiene un resuello a cosa final. Limita con la amargura de lo imposible.
La suma de derrotas de la Izquierda en todos sus tonos y matices la han empujado a ese peligroso horizonte de frustración, desde donde es más difícil volver a partir. Desde donde es más difícil retomar el paso, si es que alguna vez se tuvo uno. A veces da la impresión de que a la Izquierda le gusta la derrota: ganar implica mucha responsabilidad. Por eso no se avanza más allá, aun cuando se pudiera.
Las protestas y movilizaciones de sectores populares, de trabajadores y estudiantes que han hecho patente su indignación, han sido aisladas unas de otras. Como si los males que afectan a gran parte de la población tuvieran orígenes diferentes. Falta algo que unifique esas rabias en alguna estrategia. Una consigna que reúna. Una propuesta que seduzca. Falta atreverse de una vez por todas a enfrentar una pelea con posibilidades de triunfo.
Los movimientos populares que han sido capaces de permear el rígido estado de cosas al extremo de modificar la agenda política del tándem de administradores y sostenedores del régimen, han hecho su trabajo ajeno al impulso o control de los partidos políticos y del calendario que imponen las elecciones.
Tal ha sido ese divorcio, que voces tan diversas como interesadas provenientes de los partidos formales tildaron al movimiento estudiantil, potente y díscolo en su mejor momento, como propio de anarquistas y ultras, que, según sus detractores expuestos y velados, le hicieron en algún momento el juego a la derecha, acusación recurrente que esconde el terror a la crítica por parte de la Izquierda amaestrada.
Con todo y su falta de visión estratégica, le han inoculado al sistema una cierta pavura.
Y resulta lícito preguntarse porqué esa Izquierda insiste en no dar pasos más allá de las marchas, los desfiles y las palabritas de buena crianza contra el sistema.
Sería suficiente partir por pensar entre todos como sería un proyecto distinto, una vida distinta, en un país distinto a este. Aunque sea a nivel de suposiciones o desvaríos. Siempre lo que ha valido la pena comienza como una locura, que luego va tomando forma y pidiendo mucha más energía, decisión y valor a quienes la sustentan. Todo lo que en la Humanidad ha valido la pena, primero ha sido un sueño.
Ricardo Candia Cares
(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 840, 6 de noviembre, 2015)
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