Punto Final, Nº831 – Desde el 26 de junio al 9 de julio de 2015.
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Cumpleaños del Pepe Aldunate

 

El sacerdote jesuita José Aldunate, colaborador permanente de Punto Final -que se honra en contarlo entre sus columnistas- cumplió 98 años el pasado 5 de junio. Su cumpleaños fue celebrado con una liturgia en la iglesia San Ignacio, a cargo del sacerdote Nemo Castelli. Centenares de personas -creyentes y no creyentes- acudieron al templo a expresar su amistad y reconocimiento al padre Aldunate, cura obrero y valiente defensor de los derechos humanos durante la dictadura militar.
José Aldunate Lyon nació en el seno de una familia de la alta burguesía chilena. El, su hermano mayor, Carlos, y dos hermanas, fueron educados por institutrices inglesas que les enseñaron su idioma como primera lengua. En los veranos Carlos Aldunate Errázuriz y su esposa, Adriana Lyon Lynch, sus cuatro hijos, institutrices y sirvientes dejaban la casona en la calle Riquelme de Santiago para tomar vacaciones en su fundo en Colchagua.
La familia se radicó en Inglaterra cuando José tenía 10 años. Allá él y su hermano ingresaron a un colegio jesuita. A su regreso a Chile continuaron estudios en el colegio San Ignacio. Carlos fue el primero en manifestar vocación religiosa e ingresó al seminario de la Compañía de Jesús. José Aldunate, que inicialmente pensaba estudiar ingeniería, lo siguió en el camino al sacerdocio e ingresó al noviciado de Chillán. Continuó sus estudios como seminarista en Argentina, donde se ordenó sacerdote en 1946.
A su regreso a Chile fue destinado a trabajar con el padre Alberto Hurtado Cruchaga (hoy santo de la Iglesia Católica) en la Acción Sindical Chilena (Asich). Esta se convirtió en una gran escuela de cuadros sindicales que entraron a disputar la dirección del movimiento obrero a los dirigentes marxistas y anarquistas que hasta entonces dominaban sin contrapeso el sindicalismo chileno. No obstante, la burguesía y sus partidos se opusieron en forma virulenta al trabajo de la Asich y atacaron al padre Hurtado y sus compañeros que enarbolaban las encíclicas sociales de la Iglesia.
El padre José Aldunate recuerda aquella época: “Llegó el momento en que el padre Hurtado comprendió que lo decisivo no era la caridad, la bondad, hacer el bien. Lo decisivo era la justicia”.
Aldunate fue director de la revista jesuita Mensaje, profesor de moral en la Universidad Católica, superior del Centro Bellarmino y Provincial de la Compañía de Jesús en Chile. En los años 70, junto con otros catorce sacerdotes, decidieron hacerse curas-obreros e iniciaron esa experiencia en Chuquicamata. Entre ellos estaban los curas Mariano Puga, Roberto Bolton y Rafael Maroto que destacaron en la defensa de los derechos humanos y en la oposición activa a la dictadura de las FF.AA. y del gran empresariado nacional y extranjero. El cura Maroto, incluso, fue vocero público del MIR a cuyo comité central pertenecía.
La Teología de la Liberación guiaba la conducta de esos sacerdotes. El 10 de septiembre de 1973, el día anterior al golpe de Estado, Aldunate se inició como ayudante de carpintero en una obra en construcción de Concepción. En adelante repartió su actividad entre el trabajo de carpintero y el de profesor. Aldunate y demás curas-obreros fueron a vivir en modestas condiciones en poblaciones populares de Santiago y otras ciudades. Participaron activamente en el Movimiento contra la Tortura Sebastián Acevedo, editaron una publicación clandestina, Policarpo, y ayudaron a esconder y a exiliarse a mucha gente. José Aldunate junto con el sacerdote Roberto Bolton -ya fallecido, gran amigo de Punto Final- dirigieron la operación para asilar en la Nunciatura Apostólica a un numeroso grupo de perseguidos por la dictadura. Esa operación tuvo que realizarse contra la voluntad del Nuncio, haciendo que más de veinte personas saltaran un muro para entrar a los terrenos de la misión diplomática del Vaticano.
En la actualidad “el Pepe Aldunate” -como lo tratan pobladores y dirigentes sociales y políticos- vive en la residencia de los jesuitas anexa al Colegio San Ignacio, en la calle Alonso Ovalle. Está casi ciego y sus artículos -para Punto Final y otras publicaciones- los graba su ayudante, la señora Encarnación Moll, que los digita y distribuye vía correo electrónico.

PF

La píldora anticonceptiva

Quiero escribir en el contexto del Sínodo de la Familia que se celebrará en Roma en octubre próximo, y que se prepara a través de una encuesta. Respondo algunas preguntas de la encuesta que se refieren a la encíclica Humanae Vitae publicada por Pablo VI en la década del 60. En esa encíclica se prohibió el uso de píldoras anticonceptivas. Esa prohibición fue mortal para muchísimas familias que habían visto en ellas y otros métodos anticonceptivos, la solución a su problema de limitar el número de nacimientos. La encuesta quiere averiguar cómo las familias católicas actúan respecto a esta voluntad de limitar el número de hijos, habiendo una prohibición de usar la píldora contraceptiva.
En realidad, la encuesta averigua indirectamente, preguntando la actitud que tiene el mundo católico frente a la encíclica Humanae Vitae y si recurre o no a los métodos naturales anticonceptivos que sugiere esta encíclica.
Sorprenden estas preguntas porque es sabido que la encíclica Humanae Vitae es prácticamente ignorada y las píldoras son universalmente usadas en el mundo católico y no católico. En Chile, la generalización de familias de dos hijos, la parejita, es testimonio del amplio uso de contraceptivos y principalmente de la mentada píldora. Conocidos son también otros anticonceptivos, tanto o más prohibidos oficialmente por la Iglesia. Se trata de un problema muy serio y difícil. Es causa -tal vez principal- de que miles y miles de católicos se restan de la Iglesia. No pueden comulgar y sienten que la Iglesia los rechaza.
Por todo lo dicho es fundamental que el sínodo aborde este problema. Parece que en Roma algunos prelados se han alarmado por respuestas muy francas venidas de algunas diócesis. Chile no ha hecho públicas sus respuestas, siendo que el Papa Francisco ha insistido en la apertura y publicidad. El Papa Francisco nos invita a todos a dar a conocer nuestra realidad y proponer soluciones. Es lo que me he propuesto con este escrito.
Ante todo, digamos que la Iglesia acepta la necesidad de la “planificación familiar”, pero claro que tiene que hacerse razonablemente. Para Chile la limitación de nuestras familias a dos hijos es insuficiente para mantener el volúmen de la población. Es también perjudicial, me parece, para la sana educación de la familia. Si en Chile necesitamos familias con más de dos hijos, en otros continentes el mal es la sobrepoblación. India, China, Africa, se pueblan excesivamente y al parecer no pueden mantener un nivel razonable de prosperidad para la población. Es sabido que la Iglesia recomienda algunos métodos naturales de limitación y urge en la obligación de no recurrir al uso de anticonceptivos artificiales.
Expliquemos la posición de la encíclica Humanae Vitae. Las píldoras, según la encíclica, inducen en la mujer una situación de infertilidad, para luego tener relaciones sexuales que serían siempre intrínsecamente pecaminosas. Es como reafirmar mentirosamente una relación que se ha neutralizado previamente. El uso de un anticonceptivo artificial pervertiría el significado del acto conyugal y haría que su uso sea pecado.
Un corolario que suelen desprender de estos argumentos es que si convertimos nuestras relaciones conyugales -que deberían ser entregas generosas a la vida-, en momentos de satisfacción egoísta de la sexualidad, no es raro que los matrimonios terminen en rupturas y separaciones.
No es fácil responder a esta argumentación tradicional. La prueba de ello es la insistencia con que Roma mantiene las posiciones de Humanae Vitae.

UN CAMINO PARA LEGITIMAR EL USO DE LAS PÍLDORAS
La moral tradicional dice que la finalidad del sexo es la reproducción; la naturaleza nos dio las tendencias sexuales masculina y femenina para que nos uniéramos formando parejas y reproduciéndonos. Esto es verdad en los animales. También en el hombre, pero en el hombre hay algo más. Dios y la naturaleza quieren que aprendamos a amar. Quiere que no vivamos como solitarios, sino que nos unamos en familia y convirtamos nuestra relación en amor y convivencia, también en hijos. Pero tal vez hoy no son los hijos lo principal. La misma Iglesia ya no dice que los hijos sean el fin primario del matrimonio. El fin primario del sexo y el matrimonio es la superación de nuestro egoísmo, aprender a compartir la vida. A compartir hasta el mismo placer sexual y a vivir el uno para el otro.
Dios y la naturaleza quieren que en el mundo haya hombres y mujeres que sepan amar, que sepan sacrificarse los unos por los otros, que sepan servir al bien común más que al bien egoísta de cada uno. Necesita hombres y mujeres que aprendan a amar. La primera escuela es la familia: es el amor entre el hombre, la mujer y los hijos. Para esto Dios y la naturaleza nos dio el sexo y no solamente para la reproducción.
Tengamos finalmente en cuenta que si el matrimonio es la primera escuela en que el hombre y la mujer aprenden a amar, el terreno en que el amor ha de explayarse será la Humanidad entera. La Humanidad necesita habitantes que sepan amar, hagan el bien común y enfrenten el desafío de un mundo que pide solidaridad y fraternidad para subsistir

P. José Aldunate, S.J.

 

(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 831, 26 de junio, 2015)

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