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Hacer que la democracia vuelva a ser peligrosa
El cambio ministerial ha dado para diversas especulaciones. No todas parecen plausibles. Algunos, partiendo por El Mercurio, proponen que se ha dado un giro a la derecha, como si Peñailillo hubiera sido un ministro de izquierdas o progresista. Un argumento que no tiene la menor credibilidad. La única certeza es que a Burgos y sus adláteres Valdés, Díaz e Insunza, se les ha encargado lograr grandes acuerdos: con la derecha en lo político y con los empresarios en lo económico. Y se supone que tienen las aptitudes, capacidades y contactos que les permitirían llegar a ellos.
Buscar acuerdos es una parte indispensable de la democracia. Siempre y cuando esos pactos presupongan algunas condiciones, entre otras, que incorporen a todos los afectados, que sean públicos y transparentes, que consideren un marco de deliberación basado en el interés general y respeten el principio de mayoría. Un acuerdo bilateral si solamente toma en cuenta a una de las partes, es ilegítimo e injusto. Si además se sella con la parte más poderosa, quiere decir que no es acuerdo democrático, sino abusivo, oligárquico y excluyente.
Tras el discurso de la “democracia de los acuerdos” entendidos como contratos y transacciones entre gobierno y oposición, se construyó en las últimas décadas un contubernio elitista que ha vaciado a la democracia de uno de sus principios fundamentales: la mayoría debe gobernar, y la minoría debe controlar y regular a esa mayoría. El juego de equilibrios en este proceso no debe impedir que quienes hayan recibido un mandato mayoritario puedan llevar adelante su programa. Simplemente los poderes contra-mayoritarios de la oposición deben velar porque la implementación de ese programa no vulnere derechos fundamentales de la minoría, o que en el nombre de ese programa se cometan abusos y discriminaciones.
Si se revisa la bibliografía sobre la democracia se ve que el “mayoritarismo” ha vuelto a estar en el centro de las preocupaciones en los últimos años, ya que el afán de concordar acuerdos, pactos y contratos ha secado la vida democrática, haciendo irrelevante el acto de votar. Proceso en el que Chile ha llegado a ser récord mundial, ya que de acuerdo al Instituto Internacional para la Democracia y la Asistencia Electoral, nuestro país posee el índice más alto del mundo en abstención electoral(1). Autores disímiles como Jeremy Waldron, Richard Bellamy, Chantal Mouffe y Pierre Rosanvallon coinciden en que una democracia “mayoritarista” es “peligrosa”, pero sólo para el statu quo. Una democracia de mayorías es por naturaleza una democracia que expresa la voluntad de la ciudadanía. Y esa voluntad es por principio cambiante, innovadora, reversible. Y ello motiva la participación activa de la ciudadanía. Es todo lo contrario a la “democracia cocinera” al gusto de Andrés Zaldívar, que espera que una ínfima camarilla de representantes decida por todos, en la oscuridad de la noche.
La idea de una Nueva Mayoría, desde ese punto de vista, prometía bastante. Parecía coherente con el principio democrático ya que anticipaba que se constituiría un programa que debería ser respetado y aplicado. Si ese principio ha claudicado estamos ante un hecho muy grave, porque no hay mayor traición democrática que una mayoría que renuncia a ser lo que es.
Para Chantal Mouffe, erradicar la dimensión conflictual de la vida social y política constituye un peligro mucho mayor, ya que desplaza las diferencias desde la racionalidad política hacia el campo de las disputas morales. El contendiente ya no es un discrepante, sino un enemigo a aniquilar. “La tarea de los teóricos y políticos democráticos debería consistir en promover la creación de una esfera pública vibrante de lucha ‘agonista’, donde puedan confrontarse diferentes proyectos políticos hegemónicos. Esta es, desde mi punto de vista, la condición sine qua non para un ejercicio efectivo de la democracia”(2).
Si la Nueva Mayoría renuncia a la “agonística” democrática renuncia a la política misma. Y si renuncia a la política sale del campo de la discusión de los fines y se arroja al pantano de la mera administración de lo existente. Y ese es el regreso al mismo lugar en el que se hundió la vieja y maloliente Concertación.
Alvaro Ramis
(1) Fuente: http://www.idea.int/es
(2) Chantal Mouffe (2007) En torno a lo político, FCE, Bs As.
(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 829, 29 de mayo, 2015)
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