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El extraño mundo de los sitios eriazos
Observar un sitio eriazo es siempre un ejercicio sorprendente. También deprimente: hay una sensación de abandono y desperdicio, tan inmoral como botar la comida. ¿Por qué existen estos lugares? ¿Por qué no son aprovechados, manteniéndose por años casi con el único objetivo de acumular desechos? Porque los sitios eriazos son, regularmente, vertederos ilegales: los letreros de “no botar basura” son completamente inútiles.
Muchos han tratado de visibilizarlos. De partida, los artistas. Voluspa Jarpa les dedicó varias pinturas, Juan Castillo ha realizado intervenciones, y qué decir de los miles de muralistas y grafiteros. Es necesario notar que el sitio eriazo “depresivo” es el de la zona central del país, pues en los terrenos abandonados de Temuco o Valdivia los cubre la vegetación, y yendo al norte, a Copiapó o Antofagasta, vemos extensiones enormes de tierra desierta (son el desierto).
Estos espacios poseen diversos orígenes. Por un lado están los sitios que nunca fueron ocupados y están a la espera de una inversión. “En engorda”, según la expresión de los especialistas. Por lo anterior, sus dueños no les dan un uso productivo. Un ejemplo son los enormes paños que existían en La Florida antes de la construcción del mall Plaza Vespucio. Esos paños eran legendarios para sus habitantes. Cruzarlos era una auténtica aventura. ¿Cuál habrá sido su tamaño? ¿50 hectáreas? Quizá más (para comparar, el parque O’Higgins tiene casi 80). Y dentro podía hallarse toda clase de fauna. Ahora, con el mall, parece que todo hubiera cambiado radicalmente, pero hay algo que se mantiene: su enorme extensión. Para quien accede a pie, el recorrido puede ser un suplicio. En la noche, cuando ya no hay nadie, vuelven los antiguos fantasmas.
Por otro lado están los terrenos que alguna vez tuvieron un uso, pero la demolición o el abandono les pasó la cuenta. También están a la espera de interesados. Ejemplos así abundan principalmente en el casco antiguo de Santiago, en las industrias quebradas de Estación Central o Quinta Normal, en cités demolidos luego de algún terremoto, en casonas en litigio entre múltiples herederos, etc.
Hay otro mecanismo para crear estos terrenos vacantes o subutilizados: los llamados “espacios intersticiales”. Se producen con el desarrollo de las autopistas u otras obras de gran magnitud. Los nudos viales, por ejemplo, son grandes creadores de espacios vacíos, no siempre incluidos en las exigencias que el Estado hace a las constructoras. Pero la culpa no es solo del Estado o las constructoras. También de los usuarios. En un trabajo de Claudia Ponce sobre los nudos viales, señala que “la rapidez que otorgan al automovilista las nuevas vías concesionadas ha acortado las distancias, pero a su vez ha insensibilizado los lugares que van quedando a su paso, transformando el espacio público en un cúmulo de espacios despoblados”. Es decir, el automóvil es un efectivo mecanismo para promover la ceguera social.
Otros orígenes son los parques de diversiones abandonados (Mundo Mágico), los vertederos abandonados y sin tratar (La Cañamera, en Puente Alto) y las propiedades catalogadas ilegalmente como “sitio eriazo” con el objeto de pagar menos impuestos, truco que se ve con alguna regularidad en Vitacura o La Dehesa.
LAS CIFRAS Y LOS EXPERTOS
Un informe elaborado por la Universidad Católica identificó 4.323 sitios eriazos en toda la capital, con una superficie de 6.500 hectáreas. Como puede apreciarse, es un espacio aproximado equivalente a 6.500 canchas de fútbol o 90 veces el parque O’Higgins. Esto corresponde a un 11% de lo contenido en el plano regulador de Santiago. Felipe Morandé (ex ministro de Transportes de Piñera, con corta vida en el cargo) señaló en un artículo de El Mercurio que 11% es un número muy menor, sobre todo comparado al de otras ciudades, como Nueva York o Río de Janeiro. Ese es un argumento falaz: mal de muchos consuelo de tontos. Agrega otra afirmación sorprendente: tener sitios eriazos en las ciudades es sano. Para Morandé los privados tienen todo el derecho de practicar la “engorda” especulativa.
Nuevamente estamos hablando de analistas de café, aquellos que nunca han tenido que bregar contra sitios eriazos junto a sus colegios o junto al patio de la casa: con auténticos sitios eriazos, no con aquella figura evasora de las comunas pudientes. De todas formas, hay varios datos útiles en el análisis que hace Morandé. Por ejemplo, que el 46% del área de los sitios abandonados en Santiago está afecta a expropiación. Eso significa que, con los recursos adecuados, el Estado podría reducir a la mitad el número de sitios eriazos y de partida mejorar la rentabilidad social.
En la línea de las definiciones, los sitios eriazos deben ser cerrados según la Ordenanza General de Urbanismo y Construcción (artículo 2.5.1). Lo increíble es que la condición de sitio eriazo muchas veces se confunde con la condición de área verde. La misma Ordenanza (más conocida por la sigla de OGUC) establece que las áreas verdes son “espacios urbanos predominantemente ocupados (o destinados a serlo), con árboles, arbustos o plantas y que permitan el esparcimiento y la recreación de personas en ellos”. Ante la vaguedad de la definición y la desolación de un terreno baldío, capaz que se esté equivocado y se tenga al frente un “área verde”.
ALTERNATIVAS DE USO
Frente a la sensación de espacio perdido, los movimientos de pobladores han optado, en diversas épocas, por “hacer justicia por sus propias manos”, tomándose los terrenos en desuso. Al hacerlo obligaban a los gobiernos de turno a comprar el terreno y luego a urbanizarlo. Muchos sectores de Santiago surgieron con ese mecanismo. Uno de los últimos casos fue la “toma” de Peñalolén. Ocurrió en los terrenos del dirigente del fútbol Miguel Nasur, quien extrañamente apoyaba el movimiento. Así se aseguraba un suculento negocio con su venta al Estado. Hay que decir que, además de pobladores organizados, siempre han existido seres solitarios (“en situación de calle”) que instalan precarias construcciones sin que les interese mayormente presionar por su formalización. Su lógica es simple: cuando el terreno empiece a ser usado, buscarán otro rincón de la ciudad.
Muchos terrenos eriazos se aprovechan como estacionamientos, sin duda un uso provisorio. La urgencia de tener donde estacionar últimamente se ha vuelto apremiante incluso en regiones. Pero las municipalidades no siempre están de acuerdo. Concepción, Osorno o Valdivia tienen normas que los limitan. Increíblemente, otro uso que se les da es la cría de animales. Una circular de la Subsecretaría de Salud (año 2013) señala que en las ciudades de Chile, los cerdos adquieren la triquinosis porque deben alimentarse de ratas, las que cazan en sitios eriazos. Extraña realidad. Pero mucho más corriente es ver caballos, perros o gallinas.
Ultimamente ha surgido la alternativa de los huertos urbanos. Sin embargo, lo anterior tiene una dificultad. La OGUC establece exigencias de “transparencia” a los cierros de terrenos abandonados, de tal forma que pueda realizarse un control visual del interior. Eso implica que la normativa actual impide la colocación de vegetación. Así de simple. Sin embargo, esta exigencia de transparencia no siempre se cumple, y su fiscalización no parece muy acuciosa.
Hace algunos meses, la alcaldesa de Santiago, Carolina Tohá, propuso la instalación de plazas transitorias en 10 de los 171 sitios eriazos caracterizados en la comuna. La “plaza transitoria” es un concepto gringo para intervenir espacios públicos. Lo hizo famoso el alcalde Bloomberg, de Nueva York. Todo iba camino al éxito, pero un problema (inesperado para la alcaldesa, pero esperable para el resto) truncó la iniciativa: los propietarios se negaron a ceder los terrenos. La misma actitud que uno lee en el Gigante egoísta, salvo que en este caso los dueños no están prohibiendo la entrada a un jardín.
PROPUESTAS
El suelo en Santiago es un bien escaso. Y la necesidad de ese bien es grande. Los requerimientos principales son las áreas verdes (que no están ni siquiera cerca de las recomendadas por la OMS: 9 m2 por habitante, versus 0.4 en las comunas más pobres) y de viviendas para los segmentos más vulnerables. Lamentablemente, ambas necesidades chocan entre sí dada la escasez de suelo. Una opción es hacer crecer indiscriminadamente la ciudad, solución que ya ha fracasado en el pasado: ese crecimiento genera ghettos cada vez más alejados de los servicios, lo que duplica o triplica la miseria. Otra opción es hacer crecer la ciudad “hacia arriba”, lo que permite aumentar la densidad. Una tercera vía es generar empleo en regiones, para que se incentive la migración. Por esta opción hemos esperado ya 80 años, por lo menos. La segunda opción (aumento de altura en edificaciones) aparece como más factible. Pero es imperativo que cualquier iniciativa en esa dirección vaya acompañada de la obligación de proveer servicios. La generación de áreas verdes es uno de ellos.
La reforma tributaria incluye una partida de impuesto a la plusvalía, para disminuir los sitios eriazos. Pero no debería ser lo único. Porque hay algo que los ciudadanos no estamos teniendo: información. Según los propietarios, la especulación es un derecho. Pero el ciudadano tiene “derecho a saber”. Propongo la divulgación de la identidad de todos los dueños de terrenos sin uso en Chile, y que se indiquen con claridad los motivos del abandono. Si a las empresas se les exige informar a la Superintendencia de Valores y Seguros los movimientos financieros para evitar las asimetrías de información, el dueño de terreno debería tener la misma obligación. Así el vecino común puede ayudar a poner límite al tiempo de “engorda”. Hay que señalar que ni siquiera el Estado cuenta con información detallada de los terrenos eriazos del país y las cifras macro, como siempre, dejan fuera casi toda la realidad.
Ricardo Chamorro
(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 812, 5 de septiembre, 2014)
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