Punto Final, Nº809 – Desde el 25 de julio al 7 de agosto de 2014.
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Cocineros y comensales: los de siempre



Acostumbrado a mentir, o a lo sumo decir verdades a medias, lo del sena­dor Andrés Zaldívar al momento de reconocer que las cosas que importan se hacen entre los que tienen acceso a la cocina, debe ser entendido como un exabrupto propio de la vejez. Por­que lo que dice es de una verdad a la que sólo se llega en ciertos estados propios de la última lucidez.
Precisamente, ese es el uso de los poderosos, de los de antiguo linaje de nuevo cuño: resolver las cosas que valen la pena con el mayor de los desprecios por aquellos a los cuales les prometen de este mundo y del otro al momento de pedirles sus votos.
Nuestro corrupto sistema político se asienta precisamente en una manera de entender la gestión pública basada en la invencible dife­rencia que hay entre los vivos que mandan y el gilerío que no tiene otra cosa que aceptar lo resuelto, sin más horizonte. De intentar incidir en alguna medida en aquello que finalmente le va a poner la soga al cuello, ni hablar. Como se ha dicho hasta el aburrimiento, las votaciones han devenido en una práctica en la que se puede optar con qué se quiere ser comido: arroz graneado o papas fritas. Mentirosos antiguos o nuevos.
Y luego, tras el conteo de votos, si te he visto, ni me acuerdo.
La cacareada reforma impositiva concebida, en opinión de sus defensores, como un mecanismo revolucionario para emparejar la cancha, va a resultar, tal como lo han advertido los desconfiados de siempre, un negocio mejorado para los que vienen hartándose de dinero desde el momento en que los Hawker Hunter se perdieron de vista.
Luego de promulgada la ley, los ricos serán más ricos, y los pobres, en consecuencia, serán más pobres. La cancha no sólo seguirá desnivelada, sino que seguirá a cargo de los dueños del árbitro y de todo lo demás.
Cosa no distinta está sucediendo en el plano de las reformas edu­cacionales, las que se han anunciado como las más profundas de los últimos sesenta años. En esa cartera, los malabares han tenido la impronta de la egolatría de un ministro que ha hecho gala de una imaginación desbordada. Asesores que se suponían con influencia en el mundo estudiantil, declinan su gestión con más pena que glo­ria. Comisarios políticos enquistados para controlar la incontinencia imaginativa del titular de la cartera, no han servido de nada. Planes audaces que aparentan la mayor de las participaciones democrá­ticas, nadie los toma en serio. Todo para dar la apariencia de que ahí las cosas se hacen de una manera distinta, a pesar que se sabe que lo que resulte de ese tinglado que dilapida ingentes recursos en pantomimas y chanchullos, no va a servir de nada.
La educación mercantilista fundada por la dictadura y perfec­cionada por los gobierno de la Concertación, seguirá basada en la misma lógica. Y aquello que eventualmente cambie, sólo lo hará para perfeccionar el sistema. No es posible un sistema educativo democrático fundado en una concepción antidemocrática de la sociedad.
Desde que vieron la luz, algunos de sus detractores anunciaron que las propuestas bacheleteanas, enarboladas como la suma de lo progresista, no eran sino la aplicación de un plan siniestro que llegaba a corregir lo que estaba permitiendo fracturas en un modelo que no se lo podía permitir.
Desde el punto de vista de sus creadores y de quienes lo moni­torean en las oficinas secretas aquí y en el extranjero, el modelo chileno debe sostenerse a cualquier costo. El buque insignia del neoliberalismo debe seguir dando el ejemplo.
Por estos días en que el movimiento estudiantil intenta salir de una peligrosa inercia propia de la falta de una estrategia que vaya más allá de las maravillosas marchas, el sistema aprovechará de avanzar lo más que pueda. Y como se sabe, una vez que el menú entra a la cocina, ya no hay manera de modificarlo. Y todo volverá a ser como era, como es y como seguirá siendo mientras los comensales sigan encontrando sabrosas las ruedas de carre­tas y algunas otras especies que se les meten por la boca y por donde les quepa.

RICARDO CANDIA

(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 809, 25 de julio, 2014)

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