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Mensaje de Mónica Echeverría:
“Michelle, llegó el momento de los cambios”
Como mucha gente, “y siguiendo el ejemplo de los jóvenes”, no quería votar. Pero decidió hacerlo y agregar AC en la papeleta. Sus dudas nacían de una certeza: “No existe la persona con la fuerza y empuje para cambiar el país. Quedé desilusionada con los gobiernos anteriores. Frei y Lagos se vendieron. Ojalá Michelle sienta que llegó el momento de hacer cambios. Por eso voté por ella, con reticencia”.
Asamblea Constituyente, dice usted...
“Sí, AC. Con esta Constitución no avanzamos. Para 2014 deseo con toda mi alma que el pueblo se sienta de nuevo persona. Nuestra gran tragedia, luego del golpe, fue perder el entusiasmo respecto de esos tres años de sueños que tuvimos en los 70, en que los trabajadores salieron de sus casas, se movieron por las calles y pasaron por La Moneda. El movimiento actual de los jóvenes renueva esos sueños”.
A los 93 años, Mónica Echeverría Yáñez sigue activa y lúcida en sus opiniones. Con muchas actividades, todas creativas ninguna decorativa: reciente autora y directora de una obra de teatro sobre Violeta Parra; escritora de una decena de libros y uno en preparación (Desertores y renegados, sin derecho a réplica) sobre conocidas personalidades chilenas, participa también en actos artísticos y de derechos humanos.
Sobre su edad: “No me da vergüenza decirla. Hay una especie de ostentación en decir que a los 93 años uno está bien, que puede ser más sabia y no haberse puesto medio tontita o con alzheimer”. Se viste moderna, ropa suelta y colores claros… “Nada de moñitos ni vestidos largos”, se anticipa a cualquier interrogante la viuda del arquitecto Fernando Castillo Velasco, ex alcalde de La Reina y ex rector de la Universidad Católica durante la gran reforma de los 60. “El diseñó Villa La Reina, una población de obreros que estaban botados a orillas del canal San Carlos. Murió cuando había dibujado por completo la alcaldía de Chicureo. Ojalá que se siga con su misma idea de autoconstrucción y que las poblaciones se construyan al gusto del pueblo. Villa La Reina fue una epopeya que no se ha vuelto a repetir”.
Aunque es evidente que admira a su marido, Mónica Echeverría se asume como una mujer con pasado, presente y futuro propios. Un carácter fuerte que se oculta en su tono suave y cuidadoso de hablar.
UNIVERSO CREATIVO
Usted valora la creatividad humana…
“Sí, tanto en mis libros como en el teatro he intentado que haya una ráfaga, una intención diferente. Estudié pedagogía en la Universidad de Chile, con profesores extraordinarios y grandes investigadores: el doctor Oroz, el profesor Rosales, Eugenio González, Mariano Latorre. En esos tiempos a las mujeres no se les alentaba a estudiar en la universidad, con excepción de medicina, que recién se había abierto para algunas mujeres, y leyes. El ambiente en Pedagogía, donde yo estudié, no correspondía a mi clase social. Mis compañeros pertenecían a una clase media pobre. Gente estudiosa, intelectual, deseosa de salir de la precaria condición en que vivía.
Yo, en cambio, era un bicho raro. Lo cuento en El vuelo de la memoria, que escribí junto a mi hija Carmen. Narro mis orígenes, lo complicado que fue para mis padres que quisiera estudiar una carrera y lo contenta y satisfecha que me sentía por haber tomado contacto con una realidad que desconocía. En Chile las clases sociales no se mezclaban. El pueblo estaba metido en sus conventillos, en los suburbios. La clase media no participaba y la oligarquía mandoneaba todo, y como clase privilegiada seguía ejerciendo su poder”.
¿Ha cambiado eso?
“Sí, cambió, con Arturo Alessandri Palma que hizo surgir a la clase media. Comenzó a rugir, a molestar. Con los gobiernos del Partido Radical sin duda se afianzó. Ahora estamos en una vuelta de carnero extraña, en que los empresarios, los capitalistas y los ricos, viven en un mundo segregado. Esto ha sido por una urbanización absurda que Pinochet acentuó en los 17 años de dictadura, expulsando a la gente de siempre de La Dehesa, para marginarlos de todo lo que fuera su vida y de la ciudad. Hoy la gente que trabaja en el sector alto de Santiago tiene que tomar dos o tres locomociones para llegar hasta esos barrios. Y los que viven ahí no saben cómo viven ni los problemas que tienen los pobladores. En Santiago, hay una segregación urbanística por clases, por dinero, tan acentuada, que creo no existe algo así casi en ninguna otra ciudad”.
¿Cómo definiría su procedencia?
“Mi padre pertenecía a la oligarquía latifundista que ganaba dinero explotando tierras muy mal trabajadas y se iba a pasear a Europa. El Pedagógico era un mundo desconocido para mí, y me agradó mucho. Mi papá me decía: ‘Tome el auto para que no llegue atrasada’, y yo iba en auto, vestida como niña ‘bien’ de 17 ó 18 años… Pero dejaba el auto a dos o tres cuadras del Pedagógico. Era un mundo nuevo: el de las dificultades económicas, del interés por la literatura, la cultura. Eso me marcó para siempre. Tenía una doble vida: la de los sábado y domingo versus la vida en clases durante la semana. En la obra sobre Violeta Parra incluí una línea en que ella trata a los burgueses de ‘siúticos de mierda’. Ella tenía sus atrevimientos y sus cosas. Pero yo soy de origen oligarca, el término que usa el historiador Gabriel Salazar. Una clase que tenía el poder político, además. Para las elecciones llevaban a sus campesinos a votar, muy vigilados”.
¿Cómo se vinculó al teatro?
“Conocí a algunos artistas como Bélgica Castro, Agustín Siré, Pedro de la Barra, María Maluenda, que fueron tan importantes en la fundación del Teatro Experimental de la Universidad de Chile (Teuch). Participé en Fuenteovejuna, por ejemplo. Pero quien me marcó fue Margarita Xirgú, al mostrar algo completamente distinto a lo que se hacía en Chile. Ella rompía con las comedias españolas, muy estilo burgués, que eran la moda en Chile. El Teuch innovó el teatro en Chile con un mensaje revolucionario. Al poco tiempo nació el Teatro de Ensayo en la Universidad Católica”.
¿Tenía un pensamiento político?
“Las mujeres no teníamos derecho a voto. En el gobierno de Gabriel González Videla fue la primera vez que la mujer votó en una elección municipal. Las feministas habían aparecido unos años antes. Yo tenía una tía, Inés Echeverría, absolutamente feminista y poderosa porque estaba casada con un caballero de apellido Larraín, ambos de fortuna. Esa tía empezó a revolverla. Un yerno suyo asesinó a su esposa, hija de mi tía Inés. Ella enloqueció y dijo ‘esto no quedará así’. Un crimen en la gente de clase alta nunca llegaba a juicio. ‘No voy a parar hasta que fusilen a este tal por cual’ (un oligarca de apellido Barceló Lira), decía. Nadie lo creía posible. Pero Barceló Lira ha sido el único oligarca fusilado en Chile. En la familia lo pasamos muy mal, porque la oligarquía se puso furiosa con esta ‘loca’ de mi tía. Ella tuvo la ‘gracia’ de ser amante del León de Tarapacá (el presidente Arturo Alesandri Palma). Frente a la posibilidad de un indulto a Barceló, se metió a La Moneda, sacó su pistola (las mujeres usaban pequeñas armas) y le dijo: ‘Si indultas a Barceló, te mato mañana’. Eso lo supo todo el mundo, no es un secreto familiar”.
Usted tenía buena relación con ella.
“Tenía mucha influencia en mi casa. Pertenecía a un movimiento feminista oligarca que presidía Delia Matte. Lucharon mucho: fueron montones de veces al Congreso vestidas de luto o tirando panfletos. Un mes antes o un mes después que mi tía murió, se logró el voto femenino. También existía el Memch, de la clase media”.
¿Se define como actriz o escritora?
“Fui profesora de castellano, hice clases en el Liceo de Aplicación, después en el Manuel de Salas, que para mí fue muy importante. Un liceo revolucionario en su pedagogía. No habría podido ser nunca una buena profesora de castellano si no hubiera tenido esa experiencia. Cuando llegó el golpe era profesora en las monjas Ursulinas. Tenía doble vocación: teatro y pedagogía”.
AMBIENTE POLITICO
¿Cómo evalúa la situación política actual?
“La encuentro muy interesante y soy optimista. Parece raro porque la gente de mi generación encuentra que todo es un descalabro. Siento que la juventud está siendo muy creadora. Puede haber un presidente de 50, 60 ó 70 años, pero no están a la altura de lo que la juventud y el pueblo necesitan. Los jóvenes lo están presintiendo. Crean nueva literatura, nuevas obras de teatro; han gritado, reclamado, se han tomado las calles. Sin embargo, la generación derrotada sigue semi derrotada.
Con Piñera fue volver atrás, de nuevo entregar el país a los empresarios, a los capitalistas. Chile es uno de los países con ricos cada vez más ricos. Pero también tienen culpa Frei, Lagos y Bachelet. ¡Qué país ordenado y democrático ha entregado la propiedad del agua a los extranjeros! Cayeron en la tentación, por temor a perder votos, o Dios sabe por qué. Le hicieron el juego a los empresarios y al capitalismo. Fueron entregando Chile sin dar facilidades a los sindicalistas ni a nadie. Por eso nos ha costado tanto reaccionar”.
¿Cómo se explica la participación masiva de la juventud?
“Creo que las huellas, destrozos, crímenes de la dictadura, permanecen en el alma, en las casas, en los silencios, en los muebles. Sin que se los hayan predicado ni vivido, las nuevas generaciones están sufriendo y delatando lo que pasó. La generación de la época de los 70 quedó tan mal, tan quebrada, tan derrotada, que no logra renacer. Pero hay algo de extraño, misterioso y milagroso en los seres humanos. Sin hablar ni gritarlo, entregan algo a las nuevas generaciones para que éstas lo griten, lo expresen en música, teatro, pintura, en movimientos sociales, en las calles…”
Leopoldo Pulgar Ibarra
Fundar, crear e innovar
Mónica Echeverría fue cofundadora del Ictus (1955) y del Centro Cultural Mapocho (1978), luego de cuatro años en Inglaterra. “Estábamos en tercero o cuarto año de teatro en la UC cuando fundamos el Ictus: Jorge Díaz, Claudio Di Girólamo, Gabriela Ossa, Paz Irarrázabal, entre otros. Logramos éxito porque presentamos obras que no se conocían y los montajes eran diferentes. Fuimos los primeros en mostrar en Chile a Ionesco y Harold Pinter. Yo continuaba haciendo clases en las mañanas y ensayaba en las tardes y en la noche. Todos trabajábamos en otras cosas. Nissim Sharim trabajaba de abogado. Público tuvimos siempre. Innovar buscando un lenguaje teatral distinto era muy atractivo y muy sacrificado. Yo tenía cinco hijos que llevaba a los ensayos”
Los sueños de Violeta Parra
“Violeta Parra fue una revolucionaria. En sus canciones, en su manera de vivir. Fue tan precoz que con lo onírico de sus pinturas impulsó el surrealismo. Y eso que en Chile era considerada ‘una pobrecita campesina, desgreñada, sucia’. A sus hijos no les gusta que diga esto, pero era así. Violeta era apasionada, una feminista adelantada. Se separó dos veces y tendría unos veinte amantes. Necesitaba al hombre para que la nutriera, la acompañara… y el sexo. Sus hijos la convirtieron en una santa. En mi obra Los sueños de Violeta, la actriz que la interpreta dice ‘me transformaron en la Inmaculada Concepción… yo, Inmaculada Concepción’, y se ríe.
En Chile todavía no dan El Gavilán, la gran obra de Violeta, cantata de ballet y música. Se habría perdido si no es por Alfonso Letelier, compositor chileno, muy oligarca, con fundos en Aculeo. El iba pasando por la Feria del Libro del Parque Forestal cuando escuchó una música rara. Le preguntó: ‘De dónde sacó esta música, señora’. ‘¡Qué viene a interrumpirme, pije de mierda!’, le respondió ella. Aunque quedó un poco asustado, le dijo: ‘Es que tiene mucho de Stravinsky, Debussy…’. ‘¡Qué voy a saber yo y pa’ qué me nombrai nombres que no entiendo ni jota!’. Alfonso Letelier se la llevó a su hacienda. Violeta tocaba y él escribía. Antes de suicidarse ella habló de eso: ‘Me imaginaba que en el Municipal, con la Sinfónica y el Ballet Nacional, me iban a estrenar El Gavilán’”.
(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 795, 6 de diciembre, 2013)
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