Punto Final, Nº789 – Desde el 6 hasta el 26 de septiembre de 2013.
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FOGATAS con libros y revistas, captadas por el fotógrafo holandés Koen Wessing.

 

 


Poco antes del golpe de Estado, recibí una carta de Roberto Matta firmada con ese signo inconfundible que parece una M risueña:


“Querida Virginia:
Sí, tu ‘algo más que pan’ me pareció muy bueno. Estaba tan agotado esta mañana que pude leerte hasta en el avión.
Sé que harás algo sobre como es útil revolucionar la idea de ‘culturizar’ es esto que dará una ‘cara nueva’ a la revolución chilena.
Hay que ver el proceso chileno como una lucha para que el TÚ sea más importante que el YO (que el yo crezca como un árbol … pero no esos Espantosos YO que …. Todo).
María Maluenda María Maluenda y vos y Germana. (Crees que el fotógrafo encontrará los negativos?)
Di a Jorge Insunza que Germana lo considera un ‘ingrato’ de desaparecerse así. Y dile de parte mía que le dejé un documento peruano interesante con Elisabet Debray”.
Con algo más que pan, se refería a mi sección cultural cotidiana “No solo de pan…”. Recién instalado en el Hotel Crillón, llegamos a verlo María Maluenda y yo. Nos regaló la famosa serigrafía donde las estrellas de las banderas de Cuba y Chile son reemplazadas por sendas manos, reproducida por Carmen Waugh. Matta estaba indignado porque la obra había sido censurada por las FF.AA., pues a juicio de éstas, esas manos en vez de estrellas eran una ofensa a los símbolos patrios. El admiraba a María Maluenda, la única embajadora que permaneció en Hanoi cuando la ciudad fue bombardeada durante once días como represalia a una ofensiva del Vietcong.
Salvador Allende había entregado su apoyo al pueblo vietnamita durante su visita a Hanoi, siendo presidente del Senado. Sentimos alegría al saber que habían conversado hablando castellano con Ho Chi Minh. Este aprendió nuestra lengua siendo joven, cuando trabajaba de cocinero en un barco argentino.
No alcancé a responder a Matta. Los archivos de El Siglo fueron saqueados, destruidas fotos, negativos, clichés. El golpe acabó con la “cara nueva de la revolución chilena”. Nos torció los destinos y desencadenó una tragedia sin precedentes en nuestro país.
En los días previos al golpe, artistas e intelectuales progresistas participaban en la campaña contra la guerra civil, de la que era motor Pablo Neruda. Se conmemoraban los cuatrocientos años del nacimiento de Molière y esperábamos con entusiasmo la visita de la Comedia Francesa. Pero en la primera semana de septiembre, la embajada de Francia avisó que se había suspendido el viaje. Tan importante señal no la advertimos. Yo había tenido una fascinante conversación con Juliette Greco, de visita en Chile. La notaba inquieta, incapaz de compartir mi entusiasmo: lo atribuí a su enigmática personalidad.

SEÑALES DEL GOLPE
En los dos últimos años, yo había dedicado una hora de cada viernes al programa “La Semana Cultural” del Canal 9 de la Universidad de Chile, que dirigía el compositor Sergio Ortega. Con entusiasmo reporteábamos la vida cultural e invitábamos al mayor número de protagonistas. Entre los integrantes del equipo, a cargo de Verónica Ahumada, se hallaban el músico Andreas Bodenhoffer, Marcia Scantlebury, Patricia Politzer, Nora Schaulsson, nuestro camarógrafo Hugo Araya, conocido como “El Salvaje”, cuya originalidad tornaba cada toma en una pequeña obra de arte.
El 28 de agosto de 1973, volví de Cuba luego de un mes invitada por el diario Granma. Era de noche y Santiago estaba a oscuras. Pasé por el diario y sólo había un reportero de turno. Me dijo que todos estaban en la peña de René Largo Farías celebrando el aniversario de El Siglo. Los encontré felices. Entre los invitados estaban Víctor Díaz y su esposa, Selenisa Caro. Víctor había sido tipógrafo de la imprenta Horizonte. Siempre me llamaba la atención este hombre moreno de apariencia ruda tratando con tanta dulzura a su rubia mujer. Parecía que los dos creaban un círculo impenetrable a su alrededor. Pregunté qué estaba pasando. Le dije a Sergio Olivares, entonces director de El Siglo, que no entendía nada, pues en el hotel Habana Libre, había conversado con Fresia, esposa de Samuel Riquelme, subdirector de Investigaciones, quien me contó -llorando a lágrima viva- que su marido la mandaba a Cuba con la hija para salvarlas de lo que venía. El director del diario desestimó el asunto como si fuese un chisme de menor cuantía.
Los días sucesivos me dediqué a escribir mis crónicas de viaje, entre ellas, una entrevista a Ramón Castro, hermano mayor de Fidel, quien me invitó a la finca donde desarrollaba ganadería de superior calidad.
El 7 de septiembre, después de almuerzo, se detuvo un Mercedes Benz ante mi edificio: algo insólito. Subió a mi departamento un señor que al principio no reconocí, porque venía de civil: el coronel Arturo Barros Vecchiola, ex agregado militar en Estados Unidos, ex director de Famae (fábrica de material de guerra del ejército). Don Arturo me conocía desde niña, porque su hermana Laura fue mi profesora en el Liceo Nº 6 de Niñas. Me advirtió que a muy poca gente había visitado. Me dijo que se iba a producir el golpe de Estado y que me quedara en casa. Me habló de que se pondría orden en el país y se respetarían todas las medidas de beneficio para el pueblo, sobre todo en salud, educación y trabajo. Algo le conté de mi viaje a Cuba, pero lo sentí distante.
En cuanto se fue, aunque no había movilización colectiva, me las ingenié para llegar al Canal 9 donde se haría el último programa en que yo intervenía: se trataba del cierre definitivo del canal. Su director, Sergio Ortega, me dijo que fuera a Teatinos, local del PC. Allí esperé mucho tiempo. Hablé con Orlando Millas y se rió: “¿Qué te dijo el coronel Barros del general Prats?”. Que es un traidor, le respondí. “¿Ves? Ese caballero está equivocado. Quédate tranquila”.

LIBROS A LA HOGUERA
Para el 11 de septiembre de 1973 estaba anunciada la inauguración de una exposición contra el fascismo y la guerra civil en la Universidad Técnica del Estado. Cantaría Víctor Jara, quien también era funcionario de esa universidad.
Del 11 al 12, la UTE fue sitiada y bombardeada. En el operativo se emplearon hasta tanques. Adentro se hallaban seiscientos profesores, estudiantes y funcionarios decididos a defender la universidad. Fue asesinado Hugo Araya mientras filmaba.
Patrullas armadas quemaban libros, revistas, periódicos y cuanto material consideraran político: bibliotecas completas ardieron en piras callejeras. Saquearon locales de la prensa. La medida más inmediata y brutal se ejerció contra periodistas y escritores. Se clausuraron medios de prensa y otros fueron sometidos a censura.
Mi compañero de trabajo Carlos Berger Guralnik, de 30 años, periodista y abogado, director de la radio El Loa y jefe de relaciones públicas de Chuquicamata, detenido el 11 de septiembre, fue sometido a consejo de guerra el 29 y condenado a 60 días de prisión. Pero fue uno de veintiséis detenidos en la cárcel de Calama fusilados el 19 de octubre por el personal militar que los transportaba a la cárcel de Antofagasta.
Treinta y un periodistas asesinados. Otros veinte profesionales afines al periodismo asesinados. Los sobrevivientes de las torturas y campos de concentración, expulsados del país. Una docena de muertos en el exilio, entre ellos el periodista y escritor Guillermo Atías, ex presidente de la Sech, Julio Lanzarotti, Armando Cassígoli, Carlos Droguett, Premio Nacional de Literatura, Mahfud Massis, Julio Moncada, Fernando Rivas Sánchez, Osvaldo Rodríguez-Musso.

CAMPOS DE PRISIONEROS
Entre los prisioneros del campo de concentración Chacabuco (pleno desierto, a 110 kms. de Antofagasta) se encontraban Manuel Cabieses Donoso, director de Punto Final; Alberto Gamboa, director de Clarín; Rolando Carrasco Moya, periodista y escritor; Guillermo Torres, Jorge Montealegre, poeta; Sadi Renato Joui Joui, profesor y escritor; Angel Parra, cantautor; Luis Cifuentes, académico y escritor. En el Colegio de Periodistas, cuya secretaria era Elena Gutiérrez, intentábamos coordinar formas de ayuda a los presos y sus familias.
Escritores, poetas y periodistas fueron considerados los peores enemigos por la junta militar. Se cerró la editorial Quimantú y destruyeron millares de libros. En dos años y medio, Quimantú había publicado más de doce millones de volúmenes de doscientos cuarenta y siete títulos de literatura nacional y universal. A la fecha del golpe, se habían vendido a precios populares más de once millones de ejemplares. El miedo es un negocio, de Fernando Jerez, fue la última novela publicada allí. Inspirada en la premonición de la tragedia, narra el pánico de la oligarquía -fiera herida- ante el triunfo de Allende.
Escritores asesinados, más de ciento veinte exiliados, como consta en documento de la Sociedad de Escritores de Chile. Máximo Gedda Ortiz, poeta, nacido en Temuco en 1947, detenido desaparecido, arrestado en un microbús en Santiago el 16 de junio de 1974, fue trasladado a un lugar secreto de torturas en Londres 38, donde fue visto por varios testigos. Su nombre apareció en la lista de “Los 119” que se conoce como Operación Colombo. Carlos Bascuñán Mourgues-Dewett, poeta, su desaparición coincide con el paso de la Caravana de la Muerte; se le halló muerto congelado en la cordillera, a 225 kilometros al sur de Copiapó. Luis Eduardo Durán Rivas, poeta, arrestado en Santiago el 14 de septiembre de 1974, desapareció. Jorge Bernabé Yáñez Olave, premio del concurso municipal de poesía de Linares, arrestado el 16 de septiembre de 1973 en el camino de Chanco a Cauquenes, desaparecido. Ariel Santibáñez Díaz, poeta antofagastino detenido desaparecido en Santiago, 1974. Ricardo Troncoso León, dramaturgo, autor de Revolución, semillas y otras hierbas, detenido desaparecido. Víctor Jara, poeta cantautor, asesinado. José Manuel Parada, poeta, degollado en 1985. Homero Arce, poeta, por largos años secretario de Pablo Neruda, fuerzas represivas lo detuvieron en una repartición pública, lo golpearon hasta dejarlo inconsciente y murió en el Hospital Barros Luco, el 6 de febrero de 1987.
Los escritores debían someter los originales de sus libros a una comisión castrense en el edificio Diego Portales. Había casos en que les ordenaban suprimir párrafos enteros. Si los autorizaban, les entregaban un documento timbrado.
Mi ex profesora Laura Barros me envió pasaje para que me fuera a Concepción. Estaba en su casa el 22 de octubre cuando fueron fusilados Vladimir Araneda, profesor de educación básica en Lota y dirigente gremial del magisterio; Bernabé Cabrera, empleado en la Celulosa Arauco, y presidente del Sindicato Celulosa de Concepción; Isidoro Carrillo, gerente general de la Empresa Nacional del Carbón; y Danilo González, profesor normalista, alcalde de Lota, todos condenados a la pena máxima por un consejo de guerra. En tortura fue muerto el intendente de Concepción, Fernando Alvarez Castillo.

MURALES DESTRUIDOS
La invitación que hizo Allende a Roberto Matta el 4 de noviembre de 1970, fue un hecho relevante en nuestra vida cultural. El pintor dijo: “Allende quiere decir ‘más allá’ y yo he venido a ver el ‘más allá’, entendiéndose que el ‘más allá’ quiere decir la gloria”.
Vino a pintar e inaugurar la Sala Matta del Museo Nacional de Bellas Artes, que había crecido por iniciativa de su director, Nemesio Antúnez. En vez de exhibir cuadros traídos por él, Matta decide pintarlos allí mismo. Sobre arpilleras y restos los pinta usando material de construcción: yeso, cal, látex, paja picada, tierra de color traída de Rapa Nui. Trabaja con los yeseros, extiende las arpilleras y restos de antiguas cortinas de terciopelo en el gran vestíbulo. Nacen “El ojo del alma es una estrella roja”, “Mira la lucha del afuerino”, “La revolución debe ser roja y sabrosa como una frutilla” y “Le mir du coq”. Estuvo en Chile hasta marzo de 1971. Después vino invitado por Salvador Allende a dar apoyo al gobierno popular. En esta visita demostró que el artista debe ser un provocador de la realidad con el fin de alcanzar la emancipación integral del hombre. “El último gol del pueblo chileno”, lo pintó en conjunto con la Brigada Ramona Parra y su conductor Francisco González, “El Mono”. Este mural de veinticuatro metros de largo y alrededor de cinco metros de alto, estaba a un costado de la Municipalidad de La Granja. Por orden de la junta militar fue borrado por no menos de catorce capas de pintura. Hoy, luego de un rescate verdaderamente arqueológico, se puede admirar en la Casa de la Cultura de La Granja, gracias a Claudio Arriagada Macaya, el alcalde, quien invitó a Francisco González a restaurarlo.

Virginia Vidal

(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 789, 6 de septiembre, 2013)

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