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Cristina: el arte de gobernar
Para analizar lo que está ocurriendo en Argentina hay que entender que es un proceso inédito, un momento histórico especial. Y esto es lo que se nota en la virulencia y en la crispación de la reacción opositora. Por primera vez en décadas, la política tiene peso, se vislumbra que se puede transformar la historia. Este gobierno se parece a su gente y quizá sea un reflejo de lo que ocurre en (casi) toda Latinoamérica, donde gobierna un indígena, gobernó un obrero, gobiernan dos ex guerrilleros. Ya no son sólo las elites ligadas a los grandes capitales, a las viejas oligarquías, o las nuevas burguesías.
Cristina Fernández de Kirchner se convirtió no sólo en la primera mujer electa presidenta en Argentina, sino en la primera reelecta. Tampoco hay antecedentes en la era moderna argentina de un tercer periodo consecutivo de un mismo proyecto político. Su arrollador triunfo le quita la necesidad de depender de alcaldes y gobernadores, casi todos mucho más a la derecha de Cristina pero que no tienen pudor en alinearse con ella. Cristina domina las dos Cámaras, donde colocó algunos jóvenes políticos y tecnócratas que le son fieles y militan en agrupaciones juveniles como La Cámpora, dirigida por su hijo Máximo.
Se vive en Argentina una creciente politización de un electorado renovado por un millón 800 mil jóvenes que votaron por primera vez, y que están haciendo sus primeras armas en política gracias a la reducción del desempleo y al aumento de la matrícula secundaria y universitaria. Argentina vive otra vez, al igual que en la década 1940-1950 o en 1970, una situación económica favorable que incorpora al trabajo y a la vida política a sectores de la juventud y que une a la juventud trabajadora con una juventud estudiantil que tiene un importante sector militante muy sensible a las luchas sociales.
Hay explicación para el éxito de una presidenta por la que nadie daba dos centavos hace un par de años: básicamente sus políticas sociales. Asimismo, las conmemoraciones del Bicentenario de la independencia despertaron un gran fervor popular, capitalizados por el peronismo con su tradicional marca nacionalista. Poco después, la súbita muerte de Néstor, que algunos previeron como un golpe definitivo al kirchnerismo, dejó que Cristina se revelara como estadista y se colocara a la altura de aquel momento crucial de la historia argentina. Todo esto era inimaginable diez años atrás, cuando el país despertó de su pesadilla primer mundista y aterrizó en la debacle y el reclamo “que se vayan todos”, y dio lugar a la poblada que hizo naufragar el proyecto neoliberal que había destruido material y espiritualmente a la sociedad, y dio origen a la multitud de asambleas que durante varios años se desparramaron por Buenos Aires y las principales ciudades del país.
Nadie pensaba entonces que un presidente civil hiciera descolgar del Colegio Militar el retrato del dictador Jorge Videla y que ese mismo día, dijera a la formación militar: “No les tenemos miedo”. Comenzaba así el fin de décadas de impunidad. Para aquellos que vayan a escribir el relato histórico, quizás haya sido el instante en que Argentina terminó la resistencia y comenzó la construcción de una nueva sociedad.
Relato del kirchnerismo
El kirchnerismo comenzó su relato como una novedad institucional, en las elecciones que ganó Néstor Kirchner en 2003 con apenas 23% de los votos. Luego lo nutrió con un relato político, con propuestas, medidas y acciones de gobierno para una sociedad cargada de escepticismo, con partidos políticos ahogándose en el mar de sus contradicciones. Este movimiento de masas es un hecho político poco común: surgió del caos, la inestabilidad y el desastre económico, y ganó siempre cuando parecía que estaba noqueado. Del desastre neoliberal surgió un país estable, próspero, democrático, y la alegría de los jóvenes que han vuelto a las calles y a la política -como hinchas y como militantes también-.
Difícil ponerle membrete a este gobierno que propugna “más equilibrio, más inclusión social, políticas de industrialización y empleo”. Los gringos tienen una muletilla para calificar lo que no entienden: “populismo”, una mala palabra en su léxico que hasta nos suena bonita. Argentina es un país capitalista, con un gobierno burgués, pero con medidas que bien pueden calificarse de revolucionarias. Para muchos, el kirchnerismo ha sido el iniciador de un nuevo ciclo económico, social y cultural en Argentina: la historia lo confirmará… o no. La propuesta del kirchnerismo es esencialmente social, por eso lo acusan de populismo. Y también es producto de un movimiento social, como las grandes movilizaciones por la crisis de 2001-2002 sin las cuales no hubiera existido. Sin embargo, no tenía movimiento social propio mientras avanzaba con decisiones disruptivas del orden económico, social y cultural, con lo cual se ganaba enemigos poderosos. Y con esas medidas, fue generando su base propia.
Ahora, ¿cristinismo?
La crisis de 2001-2002 terminó con un patrón de acumulación a partir de la renta financiera y abrió un nuevo ciclo en el capitalismo local. La permanente crisis del capitalismo resquebrajó la cara más dura de la globalización y generó un nuevo escenario internacional, donde se incribe… ¿el cristinismo?
La virtud del kirchnerismo fue cómo se abrió a los reclamos más democráticos de la sociedad sobre derechos humanos, justicia y deuda externa, o sobre la generación de fuentes de trabajo y distribución de la renta. En la reasunción, Cristina habló del canje de la deuda externa, “que llegó al 93 por ciento”, y recordó que las reservas del Estado alcanzan a 46.368 millones de dólares. Y alertó: “Yo no soy la presidenta de las corporaciones, sino de los cuarenta millones de argentinos”.
Eso rodeado de debates, polémicas, enfoques diferenciados, que hacen justamente la construcción del relato histórico. Pero hay que asumir que hoy se trata ya de una fuerza política con un proyecto de país y con un amplio movimiento social que lo respalda. Un relato que obliga a sus opositores de derecha -y también de la Izquierda tradicional- a renovar sus discursos. Hay datos que no se pueden olvidar: la derecha neoliberal tradicional y la derecha extrema -la Unión Cívica Radical, los peronistas de derecha opositores como el ex presidente Duhalde; Elisa Carrió y su Coalición Cívica; el jefe de gobierno de la ciudad de Buenos Aires, Mauricio Macri; los más radicales entre los líderes del bloque agrario soyero- sufrieron una derrota aplastante que sin duda amenaza la supervivencia política de algunos de ellos. La oposición deberá tratar de reconstruir sus filas detrás de Hermes Binner, moderado y con fuertes lazos entre los líderes agrarios más conservadores, pero dirigente dizque socialista (“en Argentina los socialistas son liberales”, solía decir Perón) del Frente Amplio Progresista.
Quienes votaron al gobierno con expectativas progresistas experimentan sensaciones contradictorias: satisfacción por el juicio a los genocidas, la ley de medios, la asignación universal por hijos, el matrimonio igualitario o la nacionalización del sistema de pensiones. Pero también frustración y desengaño por la destrucción de los ferrocarriles, la minería con cianuro, la regresividad impositiva y los gobernadores que deforestan el monte.
Desde años, algunos postulan erigir la agenda progresista mediante un fortalecimiento de la centroizquierda no oficialista. Pero este alineamiento, con gran influencia, falló en instaurar el temario que necesita el país, porque contra este objetivo conspiraron los coqueteos con la derecha en el Parlamento y en los medios oligopólicos y la elección de aliados más afines a la vieja retórica institucionalista de la Unión Cívica Radical que a la movilización popular, imitando el sendero más conformista que ha impuesto la socialdemocracia de Uruguay o Brasil.
El “modelo” argentino
Cristina habla del “modelo” argentino y señala que “mientras haya un solo pobre en la Argentina, no estará completo nuestro proyecto nacional, popular y democrático”. Al reasumir afirmó que “soy parte de un proyecto colectivo, nacional y popular, y profundamente democrático”. Y -como siempre, ineludible en un país con 30 mil detenidos desaparecidos- recordó a los “compañeros y compañeras que resistieron los momentos más difíciles que nos tocaron vivir, como gobierno y movimiento político: a quienes no desmayaron ni defeccionaron, a quienes creyeron que valía la pena luchar por los ideales”.
En su discurso inaugural mostró (...)
Aram Aharonian
En Buenos Aires
(*) Pituco, miembro de la alta sociedad.
Este artículo se publicó completo en “Punto Final”, edición Nº 749, 23 de diciembre, 2011
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LECTURA DE FOTO
UNA emocionada Cristina Fernández de Kirchner recibe la banda presidencial de su hija Florencia.
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Punto Final
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