Punto Final, Nº 749 –Desde el 23 de diciembre de 2011 al 5 de enero de 2012
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Autor: Ricardo Pinto Neira

 

Como buen fenómeno masivo, la televisión no sólo penetra las distintas clases sociales con el mensaje que impone. La mayoría de las veces genera corrientes de opinión y conductas acordes a lo que difunde. Lamentablemente, en Chile podemos decir que el tema ya no tiene arreglo. O no se avizora. La regla general apunta a la mediocridad del contenido y lo que es peor, al pésimo trabajo cognitivo, que impide darle una vuelta más a los temas, sopesarlos, crear identidad y asimilar consecuencias.
Cinco ejemplos tácitos sirven para refrendar esta idea. Una cosa es que por idiosincrasia seamos distintos a otros pueblos más nacionalistas o centrados en avanzar, aunque la comparación sea siempre odiosa. El asunto es que no estaría mal mirar los ejemplos de pertenencia, sentido común o lineamiento que se dan en otras latitudes, muchas de ellas más cercanas de lo que pensamos. Los resultados que se aprecian en la calle como el crudo termómetro en las redes de Internet, pueden significar un claro y a la vez siniestro ejemplo de lo que somos como sociedad alimentada por los medios de comunicación.
Basta mirar lo de la Teletón. Llantos, euforia, presencia solidaria en el banco con un par de monedas en el bolsillo para donar. Las mismas monedas y sentimientos que durante el resto del año desaparecen como por arte de magia. ¿Seríamos mejores si es que pensáramos todo el tiempo en la integración de los discapacitados, en vez de darles un mísero día al año en que todos se vuelcan a regalar migajas de conciencia participativa? Ni el Estado ni nosotros mismos hemos sido capaces de crear una red de colaboración e integración real. Por lo mismo, dependemos de un show, de una parafernalia barata, repleto de codazos y malos protagonismos para hacerle el quite a una falencia que debió asumirse hace décadas. Y reconozcamos que la televisión poco aporta al dar luces a esta quimera de donaciones; más bien avala un desorden de las prioridades y las auténticas responsabilidades del poder ante su gente.
No es distinto lo que provoca el movimiento estudiantil con la renovación de caras en las distintas federaciones universitarios. Inmediatamente surgen las voces que politizan un asunto de fina connotación social, que apela a una necesidad de extender el derecho a la buena educación más allá de quién esté enfrentando el discurso o encabezando una marcha. Extrañamente, algunos se atreven a decir que con la salida de los líderes de esta demanda histórica se pierden los destinos y al asunto queda inevitablemente cojo. Otro error de los medios de comunicación, que sólo demuestra lo infértil de los esfuerzos por imponer un tema país por sobre los personajes. Un nuevo ejemplo de cómo es mejor desviar la atención de lo que realmente se busca. Se enfatizan rostros o ideologías ciegas en vez de la mentada carencia transversal que ningún gobierno fue capaz de asumir y solucionar de manera justa, proyectándose en el tiempo y beneficiando a las generaciones que vendrán.
Ni siquiera valdría la pena considerar en este análisis la presencia inentendible en las pautas de TV de cierto personaje con detestable vigencia en el mundo cibernético, uno que se dio a conocer como “mente enferma” y generó un revuelo absurdo, exagerado, que abusa del doble estándar. Porque como muchos, Sebastián Bernales es sólo otro de los tantos ociosos de la red que a partir de un ataque frontal a los sectores más agredidos y comunes de la sociedad chilena -las mujeres obesas, los minusválidos, la gente de estrato bajo- se gana un espacio dentro de un nicho que, en honor a la verdad, es bastante poco objetivo y atendible, como la Internet.
Pero hay un tema de fondo. Cómo es que el mensaje virtual, sin consistencia visible, sin fundamento argumentativo -y, peor aún, que con suerte se hermana con el mismo discurso despectivo del chileno medio-, termina siendo tema nacional. Es fácil encontrar un chivo expiatorio que encarne los vicios más ocultos de nuestra población actual. Sesgo, arribismo, intolerancia, uso indiscriminado de herramientas de comunicación informal... Llevar ese mundo al universo del mensaje serio -como la televisión- sólo genera confusiones. Y envalentona a los que probablemente, desde el oscuro rincón de su dormitorio también usan estas mismas redes para despotricar ideas soberbias que carecen de real importancia. Si de armar un refrán se tratase, acá cabe “la culpa no es del cloro en la piscina, sino del que no sabe usar el filtro…”.
Lo mismo con el fútbol. Mientras la Universidad de Chile tiene la enorme opción de obtener un título continental para una actividad que apenas tiene una copa en las vitrinas en más de cien años de historia, los medios atienden a la rivalidad con los hinchas de Colo Colo. ¿Habrá mayor muestra de sobreestimación que la de las líneas editoriales que se atreven a comparar dos realidades de éxito dentro de un decálogo de fracasos? Hay peores antecedentes. Entender que la gran atracción de un país futbolero sea el choque entre Real Madrid y Barcelona es refrendar que en esta parte del país, el hincha simplemente acude a la moda y el exitismo. Que son de cartón.
Como de cartón es el análisis político, el concepto de solidaridad o los temas que se discuten a gran escala. Tan de cartón como el aporte de los medios masivos, esos que nos siguen bajando el nivel de la discusión. Y que continúan desviando la atención del receptor de manera indecente…

Publicado en “Punto Final”, edición Nº 749, 23 de diciembre, 2011
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