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La Torre de Papel
¿Qué es un periodista?
Paul Walder
La televisión, y los uniformes medios “corporativos” en general, han derivado en constructores de un producto cuyo principal objetivo -que no es el único-, es ser útil a sí mismos. La construcción de la realidad mediatizada, compuesta por información dramatizada y ficción espuria y adictiva, está inspirada por la rentabilidad económica y la mantención del statu quo. La venta, como primer objetivo, seguido de la parálisis intelectual y social. Sobre estos dos ejes, que también son el gran soporte publicitario del sistema industrial y comercial, se ha levantado una de las industrias más ubicuas y peligrosas de nuestra era.
Su ubicuidad ha sido también su debilidad. Es una máquina, una industria, pero llena de errores y contradicciones, de ruidos, de discontinuidades y miserias. Esta aparente omnipresencia de los medios ha sido también su destrucción. De la fruición inicial se ha pasado, en muy pocas décadas, a su descrédito. La aparente verdad que canalizaban los medios de comunicación, principalmente los tradicionales diarios escritos, ha mutado en mentira. La sospecha de un gran engaño cruza cada día con más fuerza a todo el espectro de lectores, televidentes y oyentes. Los medios de comunicación, cuya función era canalizar de manera objetiva y plural las diferentes voces de la sociedad, ha derivado en una función de portavoces de los intereses de sus dueños y los poderes afines. Aquel “cuarto poder”, levantado como un espacio de protección del ciudadano ante los otros poderes del Estado, ha variado en una nueva herramienta afín a estos y otros poderes. El ciudadano nunca ha estado tan desprotegido frente a la acción coordinada de los poderes económico y político, ambos amparados por los grandes medios de comunicación.
El extremo y los excesos del capitalismo en su fase neoliberal, cuyos efectos han estimulado el inicio de una revolución global que tal vez supere a movimientos sociales de los últimos dos siglos, tiene su referente inmediato en los medios de comunicación, herramienta de difusión y amplificación de los delirios de un sistema en pleno deterioro.
Son diversas las señales contradictorias en los grandes medios, pero hay algunas que ya son demasiado evidentes para un observador atento. Ignacio Ramonet en “La explosión del periodismo”, publicado por Le Monde Diplomatique edición Cono Sur, apunta hacia las causas del proceso de descrédito. Entre ellas, “la mercantilización a ultranza de la información, la especulación financiera (con la salida a la Bolsa, en algunas ocasiones, de los medios), la excesiva dependencia de la publicidad, la competencia de los periódicos gratuitos, el envejecimiento del lector de prensa…”. Pero, sobre todo, y especialmente, la aparición de Internet en sus diferentes dimensiones.
En nuestras sociedades ultramediatizadas surge como paradoja una gran desconfianza a la especulación y manipulación informativa. Al considerarse la información como un insumo básico, lo que sin duda es, cada vez surge más aprensión por su alteración. De allí que vivamos en un estado de “inseguridad informativa”. Y debido a una relación inversa entre cantidad de información y fiabilidad en los medios, surge un fenómeno que Ramonet llama “censura democrática”. Ya no se trata de la grotesca censura de las dictaduras, se trata de procedimientos más finos: la abundante información fluye infectada de parásitos (mezcla de información chatarra, farándula, información inútil), la que nos confunde, asfixia e intoxica.
Una información producida. ¿Y quiénes la producen? Dicen llamarse periodistas, pero son asalariados explotados, sobrevivientes aterrorizados de los recortes laborales, las operaciones de limpieza de las redacciones, operadores diligentes a las órdenes de los grandes señores de la prensa corporativa. Junto con la decadencia de la redacción independiente, ha surgido el periodista institucional, el periodista de empresa, de relaciones públicas. El periodista que responde a las demandas de quien le paga. Ello nos lleva a plantearnos la siguiente pregunta, cito a Ramonet: “Un periodista a quien una empresa paga y cuyos artículos son revisados y validados por los directivos de la misma, ¿es realmente un periodista? Semejante mezcla de actividades daña la confianza del público y asesta un duro golpe a la credibilidad de la información”. La pérdida del prestigio social del periodista en el Chile de hoy, está ligada a todos estos factores.
Publicado en “Punto Final”, edición Nº 746, 11 de noviembre, 2011
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