Punto Final, Nº 738 – Edición desde el 22 de julio al 4 de agosto de 2011.
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Autor: Paul Walder

 

La economía neoliberal ha sido también discurso. Su instalación, expansión y dominio se ha basado en el lenguaje, que ha penetrado el habla política, social y doméstica. El mercado, deificado desde los púlpitos empresariales y financieros, decantó durante décadas hasta inundar las transacciones comerciales desde las Bolsas de Valores a los mercados persas, desde las peluquerías a los burdeles. El libre mercado, enarbolado como paradigma de la naturaleza, de las potencialidades humanas y divinas, ha moldeado a varias generaciones y condicionado sus relaciones sociales.
Esta entidad sublime e irrefutable que ha lanzado a la economía chilena a transitar y exhibirse en los templos del gran comercio mundial, lo ha hecho sobre el exceso y el error. Un efecto molesto para los grandes negocios. Durante más de una década apareció como una avería incómoda, un crujido desde el fondo del modelo. El sistema, que tantas ganancias y elogios obtenía, funcionaba sobre su desperfecto y su inminente colapso.
Ante la evidencia de sus partes y piezas fracturadas y fundidas, hasta los otrora santones y publicistas del modelo claman por su reforma. El discurso furibundo de las calles se cuela por los pasillos empresariales y políticos para resurgir adulterado.El discurso económico liberal que fue durante décadas el habla pública, hoy, al enfrentar su crisis, se nutre del habla común para rehacerse. Las tribunas del poder, ante la inestabilidad de sus dogmas, se apresuran a apropiarse del lenguaje que surge desde la incomodidad y la rabia.
Las cúpulas del poder han perdido su batalla en el lenguaje: el libre mercado derivó en lucro, las ganancias privadas en estafas, el crecimiento en desigualdad. La defensa a ultranza del libre mercado, tal como se hizo durante décadas como herramienta para el crecimiento y el desarrollo, hoy es una batalla perdida. El país no sólo nunca alcanzó el desarrollo, sino que se fragmentó en numerosos países, con una gran mayoría de la población aún anclada en el Tercer y tal vez Cuarto Mundo. La competencia en las grandes ligas, el salto al desarrollo, el jaguar de América Latina, han sido entelequias necesarias para la retórica política, embozada a veces como trabajo de técnicos o como una nueva forma de gobernar. Ambas estrategias terminaron por hundirse bajo su propio peso.
Sabemos que el discurso disfrazado de técnico que levantó a los mercados como el soplo más benéfico de la naturaleza, ha sido útil a los grandes empresarios y sus operadores políticos. Lo técnico resultó una sagaz política en tiempos de apatía. Hoy podemos observar cómo se diseña un nuevo discurso económico como si fuera político. El ingreso de Pablo Longueira al Ministerio de Economía es una clara expresión de este proceso de mutación que intenta mantener intacta la economía. De la aparente asepsia técnica a la evidencia de la política. En suma, retórica para mantener lo esencial, que son las ganancias privadas. Hoy oímos hablar de regulación, de más Estado, de conducción política de la economía. Un nuevo lenguaje del titular de Economía tras una reunión con los grupos controladores del retail. Longueira dijo a la prensa que les había leído la cartilla.
A los pocos días de esa reunión, apareció en El Mercurio una columna de opinión del abogado ultraderechista y miembro del Opus Dei, Gonzalo Rojas. Su artículo, titulado “Empresarios: mucho cuidado”, transparenta las recientes acciones y declaraciones de Longueira. Rojas se pregunta: “¿Cabe alguna duda de que hoy la percepción, incluso desde el interior del propio gobierno, es que todos los grandes empresarios -grupos económicos nacionales o empresas transnacionales- son sospechosos de malas prácticas y de egoísmos atávicos?”. Al no matizar con ninguna duda esta percepción, el columnista advierte que para revertirla es necesario que la política ingrese a la economía: “Si no se quiere causar un gran daño a Chile, a la noción de emprendimiento, a la libertad económica y, por cierto, al electorado del gobierno que cree en esos principios, empresarios y políticos tienen que sentarse en serio a conversar”. Una manera elegante para decir que a partir de ahora, los políticos guiarán a los empresarios. Porque lo necesitan, les dice paternalmente: “Quizás la Confederación y sus ramas no estén completamente conscientes del peligro que acecha, precisamente porque las percepciones sutiles sobre los ambientes sociales escapan con frecuencia a la capacidad de análisis de quienes trabajan, casi exclusivamente, con los datos duros que arrojan los balances”.
La derecha política ha ingresado a la conducción económica para salvar a los empresarios y sus mercados. ¿Cómo? Borrando, tachando, pero también enredando. Incorporándole el discurso político, que es también populista y corporativista, por no decir de inspiración fascista.

Publicado en “Punto Final”, edición Nº 739, 5 de agosto, 2011
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