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Los archivos
del General
Vi los primeros veinte minutos del primer capítulo de Los archivos del Cardenal, y no me dio para más. Quizá porque estoy cansado de los eufemismos escondidos bajo la consigna de “recreaciones” de nuestra “historia reciente” (otro eufemismo), que la televisión chilena se ha esforzado en promover después de la serie Los 80.
Como muchos chilenos, viví la dictadura y puedo decir que en esos años, al menos entre la gente que me rodeaba, no sólo se hablaba de eufemismos, sino que también se hablaba de ese modo. De ahí que la dictadura, para algunos, era régimen, y la ideología predominante en las universidades y los sindicatos era el gremialismo. En otras palabras, uno iba a la universidad a estudiar y no a hacer política. Esto supuestamente era gremialismo, pero hoy todos sabemos que era pinochetismo. Los pinochetistas no querían que se hiciera política en las universidades ni en los sindicatos, y los aparatos de seguridad no trepidaron en asesinar a los que se atrevían a desobedecer esos dictámenes.
Antes de los primeros veinte minutos de ese primer capítulo de Los archivos del Cardenal imaginé estúpidamente que el eufemismo en nuestra sociedad había desaparecido y que a la dictadura se le decía dictadura y al gremialismo, pinochetismo. Imaginé también que la televisión era un espacio abierto, en donde todos podían verter sus opiniones: pinochetistas, comunistas, anarquistas, democratacristianos, en fin. Pero con esos minutos me di cuenta que hay cosas que, pasados veinte años de supuesta democracia y casi cuarenta de un golpe de Estado, la televisión, o más bien dicho una “recreación de nuestra historia reciente”, no puede hacer, como por ejemplo nombrar a Augusto Pinochet en un contexto de muerte y desaparición de personas. El asesino, el dictador, sigue siendo un intocable en televisión, una TV que al parecer está decidida a perpetuar su imagen.
Entiendo que en un producto televisivo, como esa serie y cualquier otra, hay otros ingredientes en juego: los avisadores, vale decir la gente con poder y dinero de este país “no quieren más divisiones”. Y eso ya sabemos que es otro eufemismo, porque tras ese deseo se esconde el hecho ineludible -así lo indican las últimas elecciones desde 1999- de que este país está dividido en dos. Entonces, cuando los avisadores le plantean al canal de TV, en este caso al “Canal de todos los chilenos”, que no quieren divisiones, están ejerciendo una especie de chantaje: si muestran esto, no habrá dinero. Pero claro, eso no se dice o, como dice un amigo que trabaja en el “medio”, son las reglas del juego.
¿Pero cuál es el efecto de esta especie de chantaje? En cuanto al contenido de las series sólo uno: un empate o una anulación de las visiones de mundo. En otras palabras, el país dividido no aparecerá tan dividido, o parecerá un país que no es Chile, y la Vicaría de la Solidaridad será una agencia de detectives privados que investiga crímenes. Todo esto en detrimento de la calidad de la propuesta (la recreación) y de los hechos que inspiraron esa propuesta (la verdad). Se cuenta lo que se puede, como si aún la televisión fuera un territorio de la dictadura y sus partidarios.
En una columna anterior expresé que en Argentina sería difícil que esto ocurriera, porque hay una ley de medios audiovisuales, que entre todos sus “males” resguarda la diversidad de miradas. Porque a fin de cuentas de eso se trata la democracia y de eso también se trata el neoliberalismo: la mayor cantidad de ofertas posibles para el consumidor. Pero en nuestro país, democracia y neoliberalismo intentan ser controlados por unas pocas “familias”.
Pero volvamos al tema: ¿está bien que exista una serie de TV que trate lo que fue la Vicaría de la Solidaridad? Desde luego que sí, ¿pero se tiene que imponer necesariamente el empate? No, y aquí está mi discrepancia con la serie. Hay personas que creen que las series son como novelas que uno puede leer o no. Ciertamente la gente no lee libros en Chile, menos novelas, tampoco diarios, y su única información de estos hechos está en los telediarios y en este tipo de series. En otras palabras, la “historia reciente” se ve por televisión en horario prime, auspiciada por las grandes marcas.
Aquí muchos argumentarán que esto podría ser un error de cultura, de mercado, pero que no tiene nada que ver con el canal de televisión que emite la serie. ¡Error! Porque cuando se sabe el contexto en que una producción se gesta, se saben sus consecuencias. Y perfectamente auspiciadores y autoridades del “Canal de todos los chilenos” podrían estar coludidos para imponer una falsa visión de país. Una visión -por así decirlo- más amable. No estoy llamando a hacer la revolución desde una pantalla, sólo digo que no sería malo que el Consejo Nacional de Televisión sirviera para otra cosa además de censurar.
Aclaro por último que no me opondría a que saliera por señal abierta un programa conducido por el Mamo Contreras, en donde se hablara de la labor de inteligencia que implementaron esos magnos organismos conocidos como Dina y CNI. U otro conducido por Hermógenes Pérez de Arce, en donde se hablara de los “logros” de la dictadura. No tendría problemas, siempre y cuando se garantizara la otra visión. Con ello se eliminaría el eufemismo y se avanzaría en verdad y tal vez en justicia. Aunque para ser sinceros, hoy me conformo con una de las dos.
GONZALO LEON
En Buenos Aires
Publicado en “Punto Final”, edición Nº 739, 5 de agosto, 2011
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