Punto Final, Nº 892 – Desde el 12 al 25 de enero de 2018.
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El éxito y el pecado…


No es una aberración decir que al chileno le sigue penando el conservadurismo. Somos tradicionales. Para la forma de pensar y enfrentar los temas globales, para la igualdad de género, para el sexo, para las comidas o el veraneo familiar. Para votar, incluso. Es más, ese afán por “la costumbre” también surge a la hora de ver televisión. Por eso se explica el éxito del mejor producto de la industria local en el pasado 2017.
El triunfo arrollador de la teleserie de Mega Perdona Nuestros Pecados tiene tantos factores que la explican como destinos predecibles. Se trata de un culebrón de época, de esa misma corriente que Vicente Sabatini explotó a la saciedad en los años mozos de Televisión Nacional de Chile, transportando al área dramática por diversas regiones y ambientaciones del país, con una audiencia tan fiel como el reparto de estrellas adosadas a la marca.
Esto es lo mismo, pero con elementos refrescantes. La fórmula se explica por quienes están detrás del fenómeno. Pablo Illanes, el periodista escritor de series adolescentes de alto impacto como Adrenalina, en 1996, que con los años fue mutando en experimentos inolvidables como Fuera de Control, Alguien Te Mira, Prófugos -en HBO- o Dueños del Paraíso, consolidó una historia trágica en los albores del Chile de mediados del siglo 20, en provincia, con todos los tabúes y sesgos posibles. Con todo el doble estándar de esos años en plena ebullición social, agregando elementos sórdidos y de rating fácil como el asesinato, la intriga, relaciones prohibidas entre un cura de pueblo y una quinceañera, lesbianismo oculto… Con tanto buen ingrediente, sólo se requiere saber enlazarlos. Y allí está el mérito del mejor guionista chileno desde la desaparición de Arturo Moya Grau.
Y si a tanto talento en la descripción paulatina de una historia se suma la experiencia de María Eugenia Rencoret, flamante figura de las áreas dramáticas en el mercado chileno, y el extraordinario y silencioso trabajo de Marcelo Bravo, gerente de marketing de la señal privada y responsable de éxitos emblemáticos como Protagonistas de la Fama, o teleseries imbatibles como Machos y Brujas, en Canal 13, entonces el resultado es prácticamente asegurado.
Pero el más notable acierto del último tiempo tiene otras explicaciones igualmente válidas. La interpretación de personajes brillantes en su estructura y desarrollo dramático, como el malvado Armando Quiroga -en una de las mejores actuaciones de Alvaro Rudolphy en toda su carrera- o el carácter indomable de la cuestionada y aplaudida María Elsa Quiroga -que catapultó en pocos meses a Mariana Di Girolamo al máximo estrellato femenino de ese amplio mercado de actrices criollas-, también habla de tradicionalismos, de rostros conocidos o la proyección de otros que con el tiempo fueron heredando histrionismos incomparables, como la misma Claudia Di Girolamo en sus mejores décadas en TVN.
Pensando en que los responsables de este éxito son nombres calados dentro de la esquiva lista de bonanzas dentro de nuestra mediocre televisión, uno puede apostar fichas y hasta evidenciar cierta fe en que el formato no será agotado hasta el hastío. Aunque, como si se tratara de uno de los errores repetidos del mercado local apenas encuentra una veta nueva que explotar, Mega decidió extender la emisión de su teleserie estrella, que batió récords de audiencia y hasta provocó despidos, cambios y verdaderos movimientos sísmicos al interior de sus principales señales competidoras.
Es un un atrevimiento. Una apuesta de máximo riesgo y de alguna forma, una confirmación de que en la TV chilena, de vez en cuando aparece alguien que propina un golpe efectivo y debe aprovechar de “exprimir el limón” antes de que los rivales respondan el golpe. Nos vamos a aburrir de que la historia avance tan lento y probablemente bastará un nuevo fenómeno paralelo para que Perdona Nuestros Pecados obtenga su definitivo boleto al olvido.
Se dice que la idea de los creativos es que se pueda renovar todo, extender capítulos durante todo 2018. Nuevas generaciones de personajes con un mismo hilo conductor, con una herencia. Apelar a una continuación en el tiempo. No es mala idea pero allí surge el escollo del conservadurismo. Ya sabemos que todo furor televisivo en nuestra pantalla termina aburriendo a la larga. Un pecado que se repite con el tiempo, que siempre lleva al mismo desenlace y que hasta ahora, nadie pudo variar. Ningún genio. Porque el público puede que cambie con los años. Pero las costumbres aún son las mismas, esas cambian poco. Incluso a la hora de tomar el control remoto.

Ricardo Pinto

 

(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 892, 12 de enero 2018).

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