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La revolución que estremeció al mundo
(Segunda parte)
Lenin y Trotsky en una escena con dirigentes bolcheviques.
Aprovechando las dificultades del régimen zarista comprometido en una guerra demasiado moderna para los débiles medios industriales y tecnológicos de que disponía -sin comparación con el poderío económico y financiero de las burguesías de Europa occidental que a su vez estaban amenazadas por una clase obrera ya organizada y concentrada en las grandes ciudades-, la burguesía y el proletariado rusos pujaban por conquistar el poder en la primavera de 1917. Este poder, con el derrocamiento de la autocracia zarista alcanzado por los bolcheviques ese histórico año, tuvieron que conservarlo lidiando con las fuerzas coaligadas de la contrarrevolución interna y externa. La Rusia de 1917 distaba mucho de poseer las condiciones que Karl Marx había juzgado necesarias para el éxito de una revolución proletaria.
En primer lugar, la situación económica y social en el inmenso imperio (22 millones de km²) y 160 millones de habitantes, demostraba, como se ha dicho muchas veces, que se trataba de un coloso con los pies de barro. El 80% de la población vivía en el campo y el problema central era la tenencia de la tierra. Algunas reformas realizadas en el siglo XIX y luego por el primer ministro Stolpyne a comienzos del siglo XX, habían sido solamente medidas destinadas a bajar la tensión social y que no habían logrado que los campesinos adquirieran suficientes tierras. Los latifundios nobiliarios constituían el 40% del suelo y existía una minoría de medianos propietarios (tres millones de kulaks). El resto estaba constituido por un proletariado rural miserable en el marco del mir, la institución ancestral de la comuna rural (63 millones de proletarios y semiproletarios).
El proceso de industrialización había sido tardío y estaba dominado por el capital extranjero. Los beneficios de la industria eran transferidos a los inversionistas en Francia, Gran Bretaña, Alemania o Bélgica. Se trataba de una industria muy concentrada que contaba ya con tres millones de obreros, agrupados en las grandes ciudades: Petrogrado, Moscú y Odessa. 55% de la mano de obra estaba en las empresas de más de 500 obreros. Este sector social era ampliamente receptivo a la propaganda bolchevique. Entre la aristocracia terrateniente, las clases populares de la ciudad y del campo y la burguesía (comerciantes, industriales, funcionarios) se preparaba un enfrentamiento triangular, pero esta última estaba lejos de constituir una fuerza considerable, como fueron las burguesías occidentales a fines del siglo XVIII y la primera mitad de siglo XIX.
Por otra parte, desde el punto de vista político, el régimen zarista continuó siendo autócrata a pesar de la Constitución concedida en 1905. La oposición comprendía dos corrientes: 1) Una corriente liberal y reformadora animada por la burguesía, partidaria de un régimen parlamentario como en las democracias occidentales. Estaba representada por los constitucionales-demócratas (KD), cuyo líder era el historiador Pavel Miliukov. 2) Una corriente revolucionaria dividida a su vez en dos partidos: los socialistas revolucionarios (SR), herederos de los populistas nihilistas del siglo XIX, hostiles a la industrialización del país, quienes se apoyaban en el sector rural campesino y prometían la expropiación de la tierra y la explotación colectiva de ella, y los socialdemócratas, que se presentaban como fieles seguidores de la doctrina de Karl Marx, trabajando entre los obreros de las ciudades. Se habían dividido en mencheviques y bolcheviques. Las nuevas dificultades aportadas por la guerra agravaron los conflictos y la “unión sagrada” en defensa de la patria predicada por el zarismo se fracturó. La crisis había madurado, según la conocida expresión de Lenin.
LENIN SE PONE A LA CABEZA
En el mes de septiembre, Lenin, clandestino desde las sangrientas jornadas del mes de julio, que significaron una efímera derrota de los bolcheviques, de los socialistas revolucionarios de Izquierda y de los anarquistas, retornó a los alrededores de Petrogrado. La derrota fue triple: no se había ganado la paz, el gobierno provisorio(1) no había abandonado los objetivos de guerra del zarismo y la derecha autoritaria y nacionalista se mostraba más agresiva forzando al gobierno provisorio a la represión. El diario bolchevique Pravda fue clausurado y muchos dirigentes fueron detenidos. La sociedad rusa estaba en avanzado proceso de descomposición. La situación se había agravado con el fracaso de la ofensiva militar del mes de julio. A fines de agosto, el general Kornilov(2) había intentado un golpe y Lenin propuso a sus compañeros una insurrección preventiva. Pero la dirección bolchevique dudaba. Durante el verano Lenin había redactado artículos, cartas, resoluciones y casi terminado su célebre El Estado y la revolución.(3) “Si me cortan el pescuezo -le había dicho a Kamenev- le ruego publicar mi cuaderno El marxismo y el Estado”.
Discrepaba con sus camaradas Kamenev y Zinoviev, quienes consideraban que el paso al socialismo no estaba a la orden del día, pero eso no hacía menguar su confianza en ellos. Lenin y los bolcheviques querían instaurar en Rusia un poder como el de la Comuna de París en 1871. En su cabeza rondaba la frase de Karl Marx en la que proclamaba que la insurrección parisina había sido la primera forma imperfecta de “dictadura del proletariado”, mediante un “golpe de Estado democrático”, noción obviamente poco clara pero que explicita el papel que debe jugar la violencia revolucionaria.
Era un denodado esfuerzo por transplantar el Segundo Imperio galo a la dinastía zarista: la Comuna de París era su modelo. Proponía entonces pasar de la revolución burguesa a la revolución proletaria. A sus ojos el derrocamiento del zar no era un gran progreso porque el gobierno provisorio se había fijado los mismos objetivos que el zar: proseguir la guerra, avanzar en zonas como la Galicia polaca y controlar Constantinopla y sus estrechos. Desconfiaba de franceses y británicos de quienes suponía la intención del simple reemplazo de Nicolás II por otro monarca, por ello la idea de la supresión de la dinastía rondó la cabeza de los bolcheviques. En julio de 1918 toda la famlia imperial será ejecutada.(4)
Desde Finlandia, Lenin monitoreó la acción de Trotski quien había vuelto de EE.UU. y había adherido a sus puntos de vista. Se creó una milicia popular y fue designado dirigente del Soviet de Petrogrado. El 23 de octubre Lenin impuso al comité central del partido la decisión de desencadenar la insurrección armada -“modo supremo de la política”-.(5) Kerenski por su parte había concentrado tropas en Moscú y Petrogrado. Pero durante la noche del 6 al 7 de noviembre, guardias rojos y soldados que habían desertado se apoderaron de los centros vitales sin encontrar gran resistencia. El 7 por la tarde, el acorazado Aurora apuntó sus cañones sobre el Palacio de Invierno, sede del gobierno, que fue tomado. Kerensky huyó en un coche puesto a su disposición por la embajada de EE.UU. El Segundo Congreso de los Soviets, ahora con mayoría bolchevique (390 de 650) ejercía el poder y designó un Consejo de Comisarios del Pueblo presidido por Lenin, con Trotski como comisario de RR.EE. y Stalin comisario de las Nacionalidades. Una semana más tarde, los bolcheviques controlaban Moscú.
Los problemas inherentes a la conducción del nuevo Estado aparecieron rápidamente. Las primeras medidas no buscaban la estricta aplicación de la doctrina marxista, sino que se proponían concitar el apoyo de las masas populares en torno al régimen. Cuatro decretos fueron votados entre el 8 y el 15 de noviembre: el decreto sobre la paz que definía una paz justa y democrática sin anexiones ni reparaciones; el decreto sobre la tierra, que abolió el sistema de latifundio sin indemnización; el decreto sobre las empresas industriales que pasaron a control obrero; el decreto sobre las nacionalidades que estableció la igualdad y la soberanía de todos los pueblos del imperio.
Aunque un armisticio fue firmado el 5 de diciembre, la cuestión de las condiciones exigidas por Alemania y la continuación de la guerra provocaron controversias en la dirección bolchevique. Lenin pensaba que el país no tenía ni los medios ni la voluntad de proseguir la lucha. Era necesario firmar la tregua incluso si implicaba durísimas condiciones. Trotski y los “comunistas de izquierda” con Bujarin a la cabeza, por el contrario creían que era posible desencadenar una guerra revolucionaria en Europa. Todos pensaban que el eslabón ruso era solo el inicio de la revolución mundial.
UNA PAZ COSTOSA
Luego que Trotski rehusara un ultimátum germano, éstos retomaron la ofensiva amenazando Petrogrado. Lenin puso entonces todo el peso de su prestigio y autoridad en la balanza enarbolando la amenaza de su dimisión si el comité central no adhería a sus puntos de vista, lo que logró con un solo voto de mayoría. Las condiciones eran en efecto draconianas: retiro ruso de Polonia y de los Países Bálticos y la evacuación de Ucrania y de Finlandia. El 7 de marzo de 1918 el VII Congreso del Partido Bolchevique adhirió a la tesis de repliegue presentada por Lenin, quien consideraba que antes de pensar en borrar la humillación del tratado de Brest-Litovsk había que salvar la revolución y levantar la economía del país. Meses después, luego de la capitulación alemana, el tratado sería abrogado de hecho.
La revolución rusa tendrá un impacto mundial pero también generará una ola de pánico en la pulcra Europa. Bertrand Russell, el filósofo inglés, escribió entonces un panfleto virulentamente antibolchevique en el que sin embargo no pudo dejar de reconocer que “la revolución rusa es un gran acontecimiento histórico de la historia del mundo, comparable a la revolución francesa, pero de hecho tiene una importancia mucho más grande”. El Papa Pío IX hablaba por su parte de “peste roja”; otros dirán que se asistía al espectáculo de “brutos transformados en locos dirigidos por delincuentes”. La prensa europea escribía sobre el “Apocalipsis ruso” presentando a los bolcheviques como “presidiarios todavía con las marcas de los grilletes que ahora se han tomado el poder en Rusia (...) gobernada ésta por la escoria de las barriadas, las heces de la sociedad (...) el advenimiento al poder de los habitantes de los bajos fondos en la Santa Rusia”. El escritor francés Ernest Renan anunciaba “la hora del eslavo como dragón del Apocalipsis que traerá con él a la jauría de Asia central, la antigua clientela de Gengis Khan y Tamerlán”. Todos los miedos y odios se conjugaban: miedo al socialismo, a la “barbarie oriental”, a la pérdida de privilegios. Igual que cuando el antiguo régimen cedió el paso a un nuevo mundo gracias a la revolución francesa. Hasta en Chile la prensa las emprendía contra los “maximalistas” rusos acusados de todas las tropelías.
Para aplastar el alzamiento del pueblo ruso y el naciente poder bolchevique, las potencias occidentales se unieron con las fuerzas contrarrevolucionarias internas y las apertrecharon: como en 1792 cuando en Europa los nobles expropiados por la revolución francesa se exiliaron y organizaron la intervención mediante una coalición bajo la conducción del duque de Brunswick. En 1917, Francia, Gran Bretaña, Alemania, Japón y EE.UU., intervinieron de consuno con las fuerzas antibolcheviques internas de todos los pelajes y combatieron durante cuatro años al nuevo régimen.
En Rusia, el 7 de noviembre (25 de octubre) por la mañana, los bolcheviques habían difundido un comunicado dirigido a los “Ciudadanos de Rusia”: “El gobierno provisorio ha sido destituido. El poder del Estado está en manos del Soviet de Diputados y Obreros de Petrogrado y del Comité Revolucionario Militar, quienes están a la cabeza del proletariado y de la guarnición de Petrogrado. Se asegura así la causa por la que el pueblo ha luchado: proposición inmediata de paz democrática; abolición del derecho de propiedad sobre la tierra de los latifundistas; control obrero sobre la producción; instauración de un gobierno de los Soviets. ¡Viva la revolución de obreros, soldados y campesinos!
Comité Revolucionario Militar de los Diputados, Obreros y Soldados de Petrogrado. 25 de octubre de 1917. (10 am)”(6)
(Continuará)
PACO PEÑA
En París
Notas:
(1) El gobierno provisorio fue el resultado de la dualidad de poderes ejercidos por el Soviet de Petrogrado compuesto por obreros y soldados electos el 12 de marzo y el comité ejecutivo de la Duma, formado por diputados liberales o kadetes (KD) que querían seguir manteniendo la institucionalidad y las relaciones con los “cuerpos constituidos”. El primer gobierno provisorio (Lvov) durará hasta el 15 de mayo. Del 18 de mayo al 5 de agosto se formó un gabinete de coalición con mencheviques y S.R. Kerenski, ministro de la guerra, reemplazó a Lvov y debió hacer frente al intento golpista de Kornilov el 9 de septiembre.
(2) Kornilov, Levr, general ruso (1870-1918).
(3) Escrito sobre la base de apuntes sobre Marx y Engels, pero también con críticas y citas de libros de Kautsky, Panneckock y Bernstein. El manuscrito fue firmado con el seudónimo de F.F. Ivanovski, pero como fue publicado en 1918, ya portaba el verdadero nombre del autor. El subtítulo con el que apareció es indicativo de la voluntad de mostrar que se conformaba a los fundamentos del marxismo: La doctrina marxista del Estado y las tareas del proletariado en la revolución.
(4) Ekaterinburgo, en el Ural, en Sverdlosk, la noche del 16 al 17 de julio de 1918 tuvo lugar la matanza de la familia imperial. El informe Sokholov establecido por la justicia soviética en 1924 es muy controvertido, puesto que hace recaer la responsabilidad del luctuoso hecho en ejecutores locales de la Cheka, lo cual, dada la importancia de las víctimas aparece más que improbable. El 15 de agosto de 2000, la Iglesia Ortodoxa Rusa anunció la canonización de los Romanov. Y el 1º de octubre de 2008, la Corte Suprema de la Federación de Rusia estimó que los Romanov fueron víctimas de la represión política.
(5) Lenin, Obras Completas, tomo 8, página 370.
(6) Idem, tomo 26, página 241.
En la próxima entrega se abordará el impacto mundial de la revolución rusa, particularmente en América Latina y Chile, además del difícil periodo del “comunismo de guerra”, la guerra civil, las desviaciones y conflictos en la dirección bolchevique.
(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 884, 15 de septiembre 2017).
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