Punto Final, Nº 879 – Desde el 7 hasta el 20 de julio de 2017.
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Pedro Carcuro

Uno es futbolero. No de esos que se instalan en el living de la casa a ver el clásico del domingo por la tele. Uno es de estadio. De arrimarse a la gradería de antaño como en las tardes felices con el viejo, en familia. Cuando esperabas ese fin de semana en que te instalabas en la tribuna con olor a causeo, fritanga, vino y serpentinas. Uno es de esa tradición que no sabía de lluvia, precariedad o sueños truncados. De la cita irrenunciable que con el tiempo se convierte en una forma de vida.
Y cuando se trataba de la selección, esta generación era de instalarse frente al televisor para escuchar el verso emocionante y muchas veces torpe de Pedro Carcuro, con esos apuntes rebuscados del gran Sergio Roberto Livingstone. O con las obviedades de Alberto Foullioux con su chaqueta blanca de siempre... Con ellos fuimos testigos de tantas historias sazonadas con el sinsabor de la derrota. Y nunca renunciamos a la esperanza de algún día, abrazarnos en el esquivo triunfo. 
El éxito de otros referentes del relato actual -con Claudio Palma como estandarte de los años buenos- me genera simpatía y a la vez, cierta indiferencia. Si algo no le perdono a Carcuro es que no haya sido él quien nos contara con su sello único esa patada de Alexis Sánchez en el penal contra Argentina en el Estadio Nacional, que nos regaló el abrazo más esperado de todos en 2015. 
Tantas generaciones esperando ese instante de júbilo y aún creo que merecíamos que el mismo cantor pichanguero que nos ilustró la enorme corrida del Pato Yáñez en el Defensores del Chaco en 1980, el fatídico penal de Caszely en el 82 o el salto inmortal de Marcelo Salas contra los italianos en Francia 98, fuera la voz de nuestro día más feliz con la primera Copa América en nuestras manos. Nadie más se merecía ese momento de gloria en el micrófono que Pedro.
Por eso, el día en que TVN decidió darle luz a su proyecto “Sin Miedo” para la cobertura de la Copa Confederaciones no pude ocultar mi alegría de ver a Carcuro liderando un equipo de profesionales jóvenes, uno que viene a darle una mirada distinta, más crítica y desfachatada a las coberturas futboleras. Porque más allá de ciertos retazos insoportables en sus transmisiones -como la porfía de poner en pantalla a rostros “en retirada pop” como Karen Doggenweiller-, la idea del canal estatal destaca, promete y desafía a la competencia. Y ante la duda e inconsistencia que afronta todo lo nuevo frente al ávido consumidor, la oferta prometía seducirnos solo porque teníamos de vuelta al “Colorín de los relatos históricos”. 
Cómo no íbamos a ser felices escuchando a Carcuro con su tono tosco e incómodo diciendo al aire “¿saben qué? Váyanse a la cresta”, cuando el VAR -Video Assistance Referee- anulaba un gol de Chile y todos pedíamos explicaciones por el insulto de robarle naturalidad a ese debut con Camerún. 
Hoy, justo cuando una generación de jugadores nos tiene con el pecho hinchado de felicidad y orgullo, en estos días en que la pelota y sus artistas nos regalan solo sonrisas, las mismas que por décadas se nos negaron a última hora y en años de profunda tristeza social, solo vengo a homenajear al personaje con quien crecimos viendo, soñando e imaginando la cara feliz del fútbol. 
Más allá de que un riesgo de trombosis lo dejó sin poder contarnos la gesta de Rusia con ese estilo tan añorado e inigualable, Carcuro siempre será para nosotros la voz del fútbol chileno. No importan los números o las cifras. Si otros ahora lo superan en rating y rankings de popularidad, es solo porque el éxito de La Roja se asocia con sus oportunas apariciones en esta era del éxito. 
En la vida siempre es bueno asumir a los “héroes”. No tengo dudas de que el fútbol es de todos pero siempre le pertenecerá un poquito más a quienes vibramos desde la cuna con una pelota corriendo por la cancha, con quienes nos sentimos mejores personas el día que encajamos un gol en el arco contrario, con quienes guardamos en los cajones algunos zapatos con estoperoles, varias camisetas apolilladas y montones de revistas añejas con ese pedazo de historia viva de aquello que se robaba nuestros domingos desde la inocente niñez.
Quien debió narrarnos toda esta parte linda de la selección chilena fue el viejo y querido cantagoles de Televisión Nacional de Chile. Y aunque las circunstancias le hayan robado ese privilegio, los futboleros de verdad seguimos esperando ver a Chile campeón en la voz de Pedro Carcuro. Nadie más que él para narrar con su voz desgarrada la poesía de camarín, esos valiosos detalles desde la cancha misma, esos momentos que nos mueven la sangre y que pese al tiempo aún nos quitan el sueño de cada fin de semana. Esos minutos en que se nos paraliza el corazón, que nos sacan llanto y hasta nos limpian el alma. Esa pasión que abrazamos desde que éramos niños. Y que ningún marcador final, a favor o en contra, nos va a poder quitar jamás.

Ricardo Pinto

 

(Publicado en  “Punto Final”, edición Nº 879, 7 de julio 2017).

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