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Aprender de Fidel
FERNANDO Martínez Heredia.
El primer homenaje que recibió Fidel al morir fue una consigna de hoy, una invención de jóvenes que hizo suya todo el pueblo de Cuba: “Yo soy Fidel”. Así se demostró que Fidel es del siglo XXI, y que cuando el pueblo entero se moviliza con conciencia revolucionaria es invencible. En esos días del duelo, Fidel libró su primera batalla póstuma, y volvió a mostrarle a todos, como en 1953, el camino verdadero.
Hoy, cuando vamos a compartir acerca de los caminos de las luchas -porque lo verdadero son las luchas-, es natural comenzar con la ayuda de Fidel, y emular sus ideas y sus actos para sacarles provecho, no imitándolos, sino traduciéndolos a nuestras necesidades, situaciones y acciones.
Para sacarle provecho a Fidel tenemos que evitar repetir una y otra vez lugares comunes y consignas. Conocer más las creaciones y las razones que lo condujeron a sus victorias, las dificultades y los reveses que Fidel enfrentó, lo que pensó sobre los problemas; sus acciones concretas pueden aportarnos mucho, y de esa manera será más grande su legado.
En el tiempo de su vida pueden distinguirse tres aspectos: Fidel, joven revolucionario; el líder de la revolución cubana y el líder latinoamericano, del Tercer Mundo y mundial.
Fidel brinda un gran número de enseñanzas, tanto para el individuo como para las luchas políticas y sociales. Quisiera enumerar muy brevemente algunas de las características de su legado que me parecen importantes para nuestros objetivos:
1. Partir de lo imposible y de lo impensable, para convertirlos en posibilidades mediante la práctica consciente y organizada y el pensamiento crítico, conducir esas posibilidades actuantes hacia la victoria al mismo tiempo que se forman y educan factores humanos y sociales para poder enfrentar situaciones futuras, y mediante las luchas, los triunfos y las consolidaciones convertir las posibilidades en nuevas realidades.
2. No aceptar jamás la derrota. Fidel nunca se quedó conviviendo con la derrota, sino que peleó sin cesar contra ella. Me detengo en cinco casos importantes en su vida en que esto sucedió: 1953, 1956, 1970, el proceso de rectificación y la batalla de ideas. En 1953 respondió a la derrota del Moncada con un análisis acertado de la situación para guiar la acción. Cuando todos creían que era un iluso, se reveló como un verdadero visionario. En 1956, cuando el desastre del Granma, respondió con una formidable determinación personal y una fe inextinguible en mantener siempre la lucha elegida, por saber que era la acertada.
En 1970, comprobó que lograr el despegue económico del país era extremadamente difícil, pero entonces apeló a los protagonistas, mediante una consigna revolucionaria: “El poder del pueblo, ése sí es poder”. En 1985, fue prácticamente el primero que se dio cuenta de lo que iba a hacer la URSS, que le traería a Cuba soledad, desastre económico y más grave peligro de ser víctima del imperialismo. Pero su respuesta fue ratificar que el socialismo es la única solución para los pueblos, la única vía eficaz y la única bandera popular, que lo necesario es asumirlo bien y profundizarlo. Entonces movilizó al pueblo y acendró su conciencia, y sostuvo firmemente el poder revolucionario. En el año 2000, ante la ofensiva mundial capitalista y los retrocesos internos de la revolución cubana en la lucha para sobrevivir, lanzó y protagonizó la batalla de ideas, con sus acciones en defensa de la justicia social, su movilización popular permanente y su exaltación del papel de la conciencia.
3. La determinación de luchar en todas las situaciones. Sería muy conveniente considerar como concepto a la determinación personal. En el estudio de los que se lanzan a lograr transformaciones sociales, la praxis es decisiva.
4. Organizar, fue una constante, una fiebre de Fidel.
5. La comunicación siempre, con cada ser humano y con las masas, en lo cotidiano y en lo trascendente, es una de las dimensiones fundamentales de su grandeza y es uno de los requisitos básicos del liderazgo.
6. Utilizar tácticas muy creativas, y estrategias impensables, y sin embargo factibles.
7. Luchar por el poder y conquistarlo. Mantener, defender y expandir el poder. Se puede discutir casi eternamente acerca del poder en términos abstractos, pero solo las prácticas revolucionarias logran convertir al poder en un problema que pueda resolverse.
8. Crear los instrumentos y los protagonistas. Tomar las instituciones para ponerlas a nuestro servicio, no para ponernos al servicio de ellas.
9. Ser más decidido, más consciente y organizado, y más agresivo que los enemigos.
10. Enseñar y aprender al mismo tiempo con los sectores del pueblo que participan o que simpatizan, y después, con todo el pueblo. Avanzar hacia formas de poder popular.
11. El gran logro cubano: unir la liberación nacional a la revolución socialista.
12. Ser siempre un educador. Hacer educación a escala del pueblo. Que el pueblo se levante espiritualmente y moralmente, para que se vuelva participante consciente y capaz de todo, complejice sus ideas y sus sentimientos y enriquezca sus vidas.
13. Que la concientización esté en el centro del trabajo político, no solo para avanzar y ser mejores, sino para que la política llegue a convertirse en propiedad de todos.
Siento que la mayor lección que le brinda Fidel a los luchadores de América Latina actual es lo que pensó y lo que hizo entre 1953 y 1962. Puede ser muy valioso ponernos de acuerdo para estudiar, discutir y socializar ese periodo.
Desde hace un año estamos oyendo decir que la situación en nuestro continente se ha vuelto cada vez más difícil, porque acontecen hechos adversos a los pueblos, y por la ofensiva del imperialismo y sus cómplices de clases que son a la vez dominadas por él y dominantes en sus países. Aunque parezca que empiezo por el final, quisiera comenzar con un comentario acerca de las relaciones que existen entre dificultades y revolución.
Para los revolucionarios, y durante los procesos de revolución, hay momentos felices y procesos felices, pero en las revoluciones verdaderas no hay coyunturas fáciles. Cuando puedan parecernos fáciles es solamente porque no nos hemos dado cuenta de sus dificultades. Y es así porque estas revoluciones, a las que amamos y por las que estamos dispuestos a todo, son las iniciativas más audaces y arriesgadas de los seres humanos que emprenden transformaciones prodigiosas liberadoras de las personas y de las relaciones sociales, a tal grado que nunca más quieran, ni puedan, volver a vivir en vidas y sociedades de dominación y de violencias y daños de unos contra otros, de individualismo y afán de lucro. Son revoluciones que pretenden ir creando personas cada vez más plenas y capaces, y realidades que contengan cada vez más libertad y justicia, donde entre todos se logre cambiar el mundo y la vida. Es decir, crear personas y realidades nuevas.
Si lo que acabo de decir le parece imposible al mundo existente y las creencias vigentes en la prehistoria de la Humanidad, al sentido común y al consenso con lo esencial que mantiene a las sociedades sujetas al capitalismo, ¿cómo no va a ser sumamente difícil todo lo que hagamos y proyectemos? Si jamás las clases dominantes estarán dispuestas a admitir que se levante el pueblo y adquiera dignidad, orgullo de sí mismo y dominio de la situación, conciencia y organizaciones suyas a su servicio y eficaces, que esté en el poder y que lo convierta en un poder popular, entonces hay que convenir en que en esas épocas todo se vuelve muy difícil para la causa del pueblo. El joven Carlos Marx avizoraba bien cuando escribió que solamente mediante la revolución podrán los dominados salir del fango en que viven metidos toda su vida, porque los cambios y la creación de nuevas sociedades exigen también liberaciones colosales de los enemigos íntimos que todos albergamos dentro. ¿Cómo no van ser difíciles las revoluciones de liberación?
Pero, si miramos bien y no nos dejamos desanimar, constataremos que el campo popular ya tiene mucho a su favor. Entremos con esas armas en un problema inmediato, que no es pequeño. La coyuntura actual expresa de manera escandalosa una carencia del campo popular que se ha ido acumulando en las últimas décadas, al mismo tiempo que esa carencia dejaba de ser percibida como una grave debilidad: la de un pensamiento verdaderamente propio, capaz de fundamentar su identidad en relación con su conflicto irremediable con la dominación del capitalismo, y capaz de servir para comprender las cuestiones esenciales de la época, las coyunturas, los campos sociales implicados y las fuerzas en pugna. Un pensamiento, por consiguiente, fuerte, convincente y atractivo, al mismo tiempo que útil como instrumento movilizador y unificante de lo diverso, y como herramienta eficaz para guiar análisis y políticas acertadas que contribuyan a la actuación y a la formulación de proyectos.
Esa ausencia del desarrollo de un pensamiento poderoso del campo popular, crítico y creador, puede constatarse ante el estupor y la falta de explicaciones válidas que han abundado frente a los acontecimientos en curso en varios países latinoamericanos, que han registrado diferentes quebrantos, derrotas o retrocesos de procesos que han sido favorables a sus poblaciones y a su autonomía frente al imperialismo en lo que va de este siglo. En lugar de análisis coherentes, profundos y orientadores hemos escuchado o leído más de una vez comentarios superficiales revestidos con palabras que quisieran ser conceptos, o dogmas que quisieran cumplir funciones de interpretación.
Nada se avanza cuando se tilda de “malagradecidos” a sectores pobres o paupérrimos que mejoraron su alimentación y sus ingresos, y tuvieron más oportunidades de ascender uno o dos peldaños desde el fondo del terrible orden social, porque no han sido activos en defender a gobiernos que los han favorecido, o hasta les han vuelto la espalda en determinados eventos que les aportan triunfos a los reaccionarios. Y hasta se intenta explicar esos sucesos con retazos de una supuesta teoría de las clases sociales, como cuando se repite la proposición absurda de que “se convirtieron en clase media, y ahora actúan como tales”. Es preferible comenzar por ser precisos ante los hechos y partir siempre de ellos, como cuando el dirigente del Movimiento de los Sin Tierra de Brasil, Joao Pedro Stédile, dice: “Tenemos muchos retos de corto plazo para poder enfrentar a los golpistas. La clase trabajadora sigue en casa, no se movilizó. Se movilizaron los militantes, los sectores más organizados. Pero el 85 por ciento de la clase sigue viendo novelas en la televisión”.
Tampoco se va lejos cuando se elaboran y discuten explicaciones de los eventos y las situaciones políticas e ideológicas candentes de la coyuntura a base de menciones acerca del fin de ciclos de altos precios de las materias primas, ni siquiera cuando economistas capaces ofrecen datos serios y añaden el descenso de la dinámica de la economía mundial y otros factores y procesos adversos.
Simplificando un poco más, habríamos tenido unos quince años de victorias electorales, gobiernos llamados progresistas y notables logros por medidas sociales, una fuerte autonomización de gran parte del continente respecto a los dictados de Estados Unidos y avances en las relaciones bilaterales y las coordinaciones de los países de la región hacia una futura integración, solamente porque tuvimos un largo ciclo de altos precios de exportación de las materias primas, algo que es explicable por los avatares de la economía mundial. Y como ahora esta se mueve en otro sentido y bajan los precios, debe terminar el ciclo político y social, y “la derecha” debe avanzar y recuperar sin remedio la posición dominante que había perdido.
Una persona con buena memoria y escasa credulidad se preguntaría enseguida cómo fue posible que a inicios de los años setenta del siglo pasado no sucediera en la región lo mismo que a inicios de este siglo, en cuanto a elecciones victoriosas, buenas políticas sociales y más autonomía de los Estados y horizontes integracionistas. Porque en aquella coyuntura subieron mucho los precios de las materias primas y, además, en buena parte de la región se vivían aumentos más o menos grandes del sector industrial, con ayuda de aquellos redesplazamientos jubilosos del gran capital en busca de maximización de ganancias que hoy tanto disgustan a Donald Trump.
Lo que sucedió entonces fue totalmente diferente: dictaduras, represiones que llegaron hasta el genocidio, conservatización de las sociedades y otros males, que no deben ser olvidados. Por consiguiente, hay que concluir, no es verdad que a determinada situación económica le “correspondan” necesariamente ciertos hechos políticos y sociales, y no otros.
En este caso estamos ante una de las deformaciones y reduccionismos principales que ha sufrido el pensamiento revolucionario, quizás la más extendida y persistente de todas: la de atribuir una supuesta causa “económica” a todos los procesos sociales. Detrás de su aparente lógica está la cosificación de la vida espiritual y de las ideas sociales que produjo el triunfo del capitalismo, que es aceptada por aquellos que pretenden oponerse al sistema sin lograr salir de la prisión de su cultura, y la consiguiente incapacidad de comprender que son los seres humanos los protagonistas de todos los hechos sociales.
(Continuará)
FERNANDO MARTINEZ HEREDIA
El autor:
Fernando Martínez Heredia es uno de los intelectuales más prestigiosos de la revolución cubana. Fue director de la revista “Pensamiento Crítico”(1967-1971). Filósofo, sociólogo y ensayista, es autor de varios libros. En 2006 recibió el Premio Nacional de Ciencias Sociales de Cuba.
El texto que reproducimos corresponde a la primera parte de la charla de Martínez Heredia en el XII Taller Internacional Paradigmas Emancipadores, celebrado en La Habana el 10 de enero de 2017. El título de este trabajo es: “Claves del anticapitalismo y el antiimperialismo hoy. Las visiones de Fidel en los nuevos escenarios de lucha”.
(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 870, 3 de marzo 2017).
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