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Arraigo conservador en Estados Unidos
La dirección general del país durante los pasados 40 años ha propiciado un creciente peso y poder de los políticos del sector derechista del Partido Republicano y de los oportunistas del Partido Demócrata, quienes efectivamente hacen un trabajo similar a los otros una vez que acceden a cargos de gobierno. La victoria de Donald Trump se da en un contexto de polarización y aumento de las desigualdades en EE.UU. En el corazón del conflicto interno está el hecho que la sociedad ha cambiado dramáticamente en las últimas décadas.
La victoria electoral del magnate republicano se alimentó en buena medida de las frustraciones y la reacción popular conservadora que se gestó durante los años 70, pero que entroncan con movimientos políticos de larga data y con el creciente descrédito de ambos partidos del sistema.
La tendencia conservadora, observada en considerables segmentos de la población norteamericana, tenía profundas raíces históricas y se potenció a partir de esos años, al brotar nuevas vertientes radicales en la llamada Nueva Derecha y también como una reacción defensiva e individualista ante la crisis de valores sociales evidenciada desde la década del 60 y el empuje de los movimientos feminista y en pro de derechos civiles de los afronorteamericanos.
Siempre ha existido una fuerte corriente conservadora en la política estadounidense que se manifestó, inclusive, entre los redactores de la Constitución, que cobró bríos durante la llamada “reconstrucción” posterior a la guerra civil, y más aún en la etapa imperialista que se evidenció hacia 1898 en adelante. Paralelamente, entonces y durante muchas décadas, adquirió expresiones brutales como los linchamientos y el terror del Ku Klux Klan. En formas menos extremas, el conservadurismo prima en los círculos establecidos. Fuertes corrientes de derecha tienen presencia en ambos partidos y son expresión de segmentos importantes y de las políticas que impulsan diversos entes del establishment financiero, a veces considerado liberal y proyectado al mundo y, por ende, imperialistas hasta el tuétano.
Con el fin del boom económico de la postguerra, con las políticas neoliberales y el aumento de las desigualdades las dislocaciones sociales acumuladas se hicieron evidentes, incluyendo las debidas a la globalización, la libre movilidad de capitales y cambios estructurales en las formas de acumulación, los cambios en la composición laboral, el debilitamiento del movimiento sindical y otros.
La confianza y apoyo que los estadounidenses habían depositado en la gestión pública desde 1933 hasta fines de los 60 se convirtió en recelo. La inflación contribuyó a corroer la fe en el gobierno, que aparecía incapaz de cumplir sus promesas. Actualmente se expresa en un extendido y fuerte rechazo a las elites y los políticos. Ello explica el distanciamiento táctico que Donald Trump marcó respecto a esos círculos.
En innumerables rincones del país, sobre todo en el Medioeste y el Sur, las desigualdades comenzaron a ampliarse, afectando incluso extensas capas de población blanca y rural. La miseria, desintegración social y la impotencia están también en la base de los recientes acontecimientos, y son chispas que desatan la ira, la movilización “conservadora”, la violencia racista y antiinmigrantes. Obsérvese que son situaciones reiteradamente planteadas y explotadas por Trump.
Por otra parte, también como factor favorable a Trump, desde la década de los años 70 se había instaurado una era de dominio republicano y de derecha en el Sur, que los demócratas no pudieron contrarrestar ni con las presidencias de políticos sureños como James Carter o Bill Clinton.
Junto a ello, en los últimos treinta años del pasado siglo, en un giro notable, la derecha había sido transformada en un movimiento abierto, con redes imprecisas pero extensas de afiliados y grupos interconectados. Con capacidad de recolectar millones de dólares en pequeñas contribuciones hechas por trabajadores manuales y amas de casa. La llamada “Nueva Derecha”, con cierto matiz neopopulista, se alimentaba del descontento, la inseguridad y el resentimiento; florecía gracias a la reacción política de respuesta de un sinnúmero de gentes ante el estado de cosas, contra las elites o en defensa de valores pueblerinos.
Es casi infinita la cantidad de situaciones y multiplicidad de asuntos, de los muchos que polarizan internamente este país, en torno a los cuales se formaron entidades de derecha o de resistencia ante nuevas realidades, como son: agrupaciones en defensa de la familia y por el derecho a la vida, contra el aborto; los que exigen la prédica religiosa en las escuelas públicas; opositores a la integración racial en las barriadas y las escuelas; contrarios a la intromisión y las regulaciones del gobierno; contra derechos femeninos o de los homosexuales; los que defienden valores tradicionales; los que abogan por el derecho a portar armas de fuego; etc.
Estos últimos tienen su fuerte en la poderosa National Rifle Association (NRA) y en el arraigo de los derechos a la caza y el deporte. Hay 300 millones de armas de fuego en manos privadas. Muchas diseñadas para propósitos bélicos están disponibles para la venta individual. Según informe del Center of Disease Control and Prevention, entre 2001 y 2013 habían muerto por armas de fuego 406.496 estadounidenses.
Es extendido el fenómeno del angry white male (hombre blanco colérico) que ha dado pie a las más connotadas acciones de violencia racista. Asimismo se anima a sectores desesperados a organizarse en milicias para librar diversas cruzadas. La percepción “el mundo contra mí”, en parte sembrada por el actuar imperial en todos los confines y, por otro lado, las experiencias bélicas brutales y desmoralizantes de cientos de miles de soldados desmovilizados y mercenarios, también se reflejan en la viciada atmósfera nacional.
El movimiento conservador estadounidense ha creado una especie de universo alternativo, un conjunto de entidades que actúan en paralelo a las principales instituciones tradicionales de la sociedad, aunque dedicadas al único propósito de hacer avanzar una agenda política predeterminada y bastante sectaria.
Aunque no es en lo absoluto un movimiento unificado, hay una especie de mundo interior u oculto que integran unos cientos de fundadores, líderes de las principales organizaciones, abogados y prominentes personalidades de los medios de difusión, y por otro lado, la parte abierta de ese movimiento conservador en el que aparecen varios miles de organizadores y empleados, así como operadores de un tipo o de otro. Esas fuerzas cuentan con sus propios periódicos y revistas, sus estaciones de radio o televisión locales, editoras de libros, etc., y las huestes de a pie acicateadas por la polarización, el recelo, y la ira acumulada.
De modo que logran un empoderamiento, digamos marginal, a la vez que explotan los sentimientos de las bases populares del partido lo que ha conllevado que saliera a la superficie, con más fuerza, la profunda escisión respecto a los políticos y estructuras de dirección del Partido Republicano vinculados a las elites adineradas, que durante décadas lograban al final imponer sus dictados.
En los últimos años ese partido se encontraba en problemas para mantener su coalición. Incluso en la propia Cámara de Representantes congresistas de derecha airados se han revirado contra el establishment partidista y acusan a la dirigencia del partido de debilidad y de traicionar sus promesas a las bases.
Esa escisión se manifestó claramente durante el reciente proceso electoral, aunque reflejado en quien resultó ser un hábil manipulador de tales frustraciones, al margen de sus aparentes torpezas y exabruptos. Como sabemos, esta victoria electoral también permite al Partido Republicano mantener el dominio de las dos Cámaras legislativas, y llevará a un reforzamiento conservador en el Tribunal Supremo. Debe significar para el partido cobrar un nuevo aire, aunque se avizoran fuertes contradicciones en su seno después de la polarización con que sus estructuras y principales figuras se enfrentaron durante la campaña al ahora presidente Trump.
El tema de la llamada “Nueva Derecha” es importante no solo a la luz del triunfo republicano sino por ser atinente para la comprensión de la sociedad y la política de ese país. La prevalencia de las políticas de derecha bastante marcadas en las últimas décadas no significa que haya realmente un proceso de derechización en el país. Es importante hacer distinción entre la derecha organizada y disímil respecto a los millones de personas que, dados sus miedos y frustraciones, son conducidas a apoyar políticas gestadas por demagogos u oligarcas. Las lógicas del sistema han logrado traducir esas fuerzas a nivel político nacional en un mayor empoderamiento y predominio derechista, principalmente a través de un discurso populista.
La ira de muchos sectores de población seducidos por los demagogos de derecha para dirigirla contra chivos expiatorios, en realidad tiene una base social y de rechazo a las elites, las desigualdades e injusticias del sistema
FERNANDO M. GARCIA BIELSA
(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 869, 20 de enero 2017).
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