Punto Final, Nº 865 – Desde el 25 de noviembre hasta el 8 de diciembre de 2016.
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Confiar en el pueblo es la clave

 

En un tira y afloja que por momentos parece una guerra civil de impensados alcances o en el mejor de los casos las complicaciones de un matrimonio mal avenido, se han transformado las rencillas entre el PC y la DC, lo que tarde o temprano tendrán un desenlace fatal.
La naturaleza anticomunista de la Democracia Cristiana es un hecho imposible de desagregar de su historia, más bien ligada a los dictámenes del Departamento de Estado que a los preceptos sociales de la Iglesia Católica.
Y que si han hecho juntos un camino en el desaguisado -el torpe e innecesario segundo gobierno de Michelle Bachelet-, ha sido no más que por una pragmática política en la que se han masticado pero no se han tragado. Pocas cosas son tan adhesivas como el poder. Sobre todo cuando se corre el riesgo de perderlo.
El Partido Comunista ha pagado bastante caro su sociedad con quienes fueron contradictores intransigentes y definitivos. Y no les faltaba razón si se atiende la responsabilidad histórica del PDC en los sucesos que derivaron en el golpe de Estado de 1973, y la tragedia que vino a continuación. Pruebas de la conspiración previa, el financiamiento recibido desde la CIA y la defensa que hicieron del primer tiempo de la asonada militar, hay por todos lados.
Durante gran parte de la posdictadura el Partido Comunista intentó penetrar el sistema por la vía de levantar candidatos para competir en un sistema hecho solo para que los habilitados pudieran tener un espacio. Y nunca les fue bien, porque intentaron numerosas veces exactamente el mismo guión fracasado.
Jamás se intentó siquiera tomar el parecer a la gente, convocarla para que diera su opinión, invitarla a participar proponiendo candidatos y programas desde la movilización por sus derechos. Todo fue desde la burocracia, desde la altura en la que se guarda todo el conocimiento, la verdad y los principios. De manera que lo que quedaba era entrar al sarao por la vía de hacerse el invitado y llevar el postre.
Así, el PC acudió al salvataje de la Concertación cuyos retazos navegaban en un mar de cosa corrupta, la travistieron en Nueva Mayoría, comprometiéndose a ser los heraldos más leales del programa y de la presidenta. Y de paso, morigerarían el ímpetu del movimiento social allí donde tuvieran algún grado de incidencia.
Los avatares que han rodeado la más accidentada negociación del sector público de los últimos años, han permitido ver en toda su extensión el carácter antipopular del gobierno, su profunda ánima antisubversiva, su evidente desprecio por todo lo que huela a asalariado, a pobre y por sobre todo, su encono ante la legítima movilización de la gente que pelea por un pequeño avance.
Jamás los trabajadores han avanzado algo en su calidad de vida si no es por la vía de luchar para el efecto. Los poderosos jamás han entregado una dádiva sino presionados por las peleas de la gente. Y esas luchas en la historia del Partido Comunista han dejado una estela de sangre obrera y campesina que salió de muertos, asesinados, torturados, castigados, perseguidos en todos los tiempos. Los poderosos de entonces no son tan distintos a los de hoy, curiosamente socios del PC.
Durante muchos años, numerosos colectivos de Izquierda han intentado iniciativas que den con la pócima mágica de la unidad del pueblo, de una idea antisistémica que supere el neoliberalismo y que represente a todo el que sea una víctima consciente o no, de la cultura antipopular imperante. Y han sido más los fracasos que los aciertos. Sobre todo porque muchos de estos colectivos han intentado repetir hasta el hastío precisamente aquello que no sirve. Y una y otra vez, se ha creído que ahora sí, pero no.
Sin embargo los porfiados hechos vienen informando que la clave está en confiar en el pueblo, en ese que puso el mayor despliegue de sacrifico y heroísmo contra la tiranía, ese que sale a la calle y enfrenta a la represión, ese que se organiza sin tanta alharaca y despliega en el nivel local sus peleas por una vida mejor.
Sin ir más lejos, ese que cuando ha sido convocado a ser un protagonista y no solo un número o un voto más, genera cosas nuevas como es el caso de la elección de alcalde en Valparaíso.
En ese caso el PC se la jugó por un músico cuya derrota electoral más bien parece un fracaso histórico, aunque ahora con formato de reality show.

Ricardo Candia Cares

(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 865, 25 de noviembre 2016).

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