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El fallo de la Fiscalia
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Dude, luego exista
Cuando por alguna razón misteriosa le sobrevenga un ataque de optimismo, súbase prontamente a un bus del Transantiago, vaya a algún hospital recientemente inaugurado, o viste Temucuicui. Santo remedio.
Volverá por sus cabales después de una experiencia así. Sabrá que todo sigue tal cual. Que su repentino ataque de esperanza no ha sido otra cosa que el efecto que causa la propaganda, las risitas, las ofertas y la increíble capacidad del sistema para vender humo.
Si usted es una persona sana, sentirá que toda la bronca que le detonan esos paisajes en donde se hace patente la cultura dominante le avinagrará el tracto respiratorio, le sobrevendrán unas enormes ganas de matar y la culminación de ese estado de excepción emocional, lo llevará convencerse que la venganza es el camino único para acceder a la justicia.
Pero habrá recobrado aquella virtud que debería permitirle seguir gozando de la buena salud de los que ven la realidad con ojos abiertos.
Es que se viene haciendo necesario desarrollar un invasivo sentido del pesimismo que nos ponga a cubierto del peso jodido de creer en algún momento que las cosas van a cambiar del modo en que se quiere, necesita y sueña. Ya se sabe cómo afecta el sentirse estafado, de manera reiterada y sistemática.
Las expectativas que han proliferado en los últimos meses respecto de cambios radicales en el orden de la cultura imperante, en breve comenzarán a dar sus primeros réditos. Las primeras señales serán una bien ilada serie de razones de por qué no se pude ir más rápido. Luego, vendrán las acusaciones de impaciencia. Y luego, razones de Estado, siempre al alcance de la mano. Y luego, las Fuerzas Especiales, los drones, los infiltrados y finalmente, muchas explicaciones.
El gobierno recién asumido se ha comprometido a iniciar las reformas que cambien el sistema educacional, impositivo y constitucional. En educación se propone acabar con el lucro y la selección. Que es como decir, con su alma.
Tal como se define y tal como es en los hechos, la educación es hoy una actividad económica. Así se fundó y así se ha venido perfeccionando en el último cuarto de siglo. El desastre de la educación pública fue producto de una explosión controlada para dejar en la mejor de las paradas a los entusiastas nuevos empresarios, que encontraron en la creación de colegios subvencionados un inmejorable nicho para hacer negocios.
Y se erigieron como empeñosos y aspiracionales empresarios que hoy cubren casi el 70% de la oferta educacional escolar, los que se aprestan a recibir lo que sus clientes dejarán de pagarles, ahora desde el Estado, con la gracia de que así no habrá más mora en los copagos.
Y en lo que respecta al vago cambio constitucional, ya se alzan voces alegando que lo que corresponde es que sea el Congreso el que enfrente tamaña reforma. Lo que viene siendo lo mismo que pedirle al gato que nos traiga el charqui. Y para qué decir la bullada reforma impositiva. Si los empresarios están de acuerdo con ella, nada bueno se augura para todo el resto.
Mientras tanto, la instalación de frases que muestran aparentes contradicciones en el bando de los controladores del modelo, no son sino maromas para parecer que se diferencian en cosas sustanciales y no, como de verdad es, en matices y énfasis del todo negociables y abordables.
Es cierto que hablar de maquinaria pesada que barra con el neoliberalismo causa urticaria, pero eso es un reflejo natural. Así también se encojen las almejas ante la palabra limón.
Pero de verdad, a los sostenedores del modelo les sería suficiente un instrumento menos invasivo si se tratara de abordar los cambios que proponen. Una procesadora de alimentos, para seguir cocinándose a la gente, sería un recurso suficiente.
Porque si se trata de maquinaria que destruya cimientos, muros, pilares y vigas, la ultraderecha tiene mejores récords. Hace muchos años, las usaron para arrasar con todo lo que había en La Moneda. Los aviones Hawker Hunter, que volaron desde el norte, y los tanques Sherman, que llegaron por la Alameda, lo pulverizaron todo.
Entonces cultive sus dudas, aliméntelas con aquello que le muestran las noticias, con las declaraciones de las autoridades, calcadas a todas las que ha habido en este cuarto de siglo miserable.
En breve, acercándonos a los cien días prometidos, comenzarán las explicaciones, que los creativos y asesores estarán diseñando según cursen los acontecimientos. Para ese momento, hágase un favor, y destierre de sus sueños las expectativas que la propaganda y el abandono le han creado. Si usted no es de quienes se hicieron con el botín del Estado, está condenado a endeudarse si quiere algo más.
Y dude, no les crea. ¿Se fijó el efecto que tuvo la declaración despampanante del intendente Huenchumilla, en orden a que el Estado debía pedir perdón al pueblo mapuche? Exacto. Ninguna.
Para que vea.
RICARDO CANDIA CARES
(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 801, 4 de abril, 2014)
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