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El buen ejemplo de la Nueva Mayoría
Difícil creer que la presidenta electa no supiera las vinculaciones, omisiones y olvidos de su subsecretaria de Guerra. Como difícil es creer que el PC no supiera las posturas antivenezolanas de la Democracia Cristiana y de otros sectores concertacionistas. Ambas constataciones comprueban una vez más que la Nueva Mayoría no es otra cosa que un acuerdo en que hay ciertas cosas, los principios y valores, que no inciden mayormente en lo esencial: la necesidad de poder.
Aunque parezca extraño, lo pragmático de esos sectores tan disímiles debería tener un eco entre la Izquierda dispersa, sonámbula, egocéntrica, que pulula en las redes sociales y de vez en cuando hace esfuerzos suicidas para repetir los más elementales errores. La Nueva Mayoría es una articulación en la cual lo que menos importa es lo que se piensa a nivel de principios o teorías. Esos aspectos, tan caros para algunos izquierdistas, en la Nueva Mayoría pasaron a ser un derecho confesional para ser usado en la quietud de sus parroquias.
Y a pesar que de tarde en tarde afloran esas diferencias que antes dividían, ahora se consideran propias de la autonomía y el libre albedrío, que no afectan la fuerza de atracción que les permite mantener esa solidez que a veces aparece en los medios de comunicación en forma de fotos sonrientes y satisfechas, y declaraciones de amor eterno.
El país se enfrenta a una situación definida por los sostenedores del sistema, que han dado pasos en dirección a rectificar aquello que los complicó más allá de lo que las Fuerzas Especiales, los infiltrados, las escuchas secretas o los drones podían controlar.
Así, por una parte, la presidenta Bachelet y su equipo se han atrevido a asegurar que asumirán las exigencias más audaces de los estudiantes. Y en un lance afincado en el ya probado uso que tiene la impunidad, se compromete a cosas que todo el mundo sabe imposibles en el actual orden. Y por otra, la ultraderecha se deshace en movimientos tácticos que le permitan reconfigurarse después de cometer la estupidez de acceder innecesariamente al gobierno, lo que apuró el desgaste del pinochetismo más veterano, lo que aprovecharon los más nóveles aprendices de sátrapas para prevenir descalabros mayores en la cultura hegemónica.
Desde esas casamatas políticas se aprestan a enfrentar un año lleno de misterios.
Sin embargo, en la Izquierda, aún resuenan los quejidos que dejó el último intento por lograr cosas nuevas por medio del expediente de hacer cosas probadamente fracasadas. Da la impresión que todo el mundo que no está invitado a la fiesta, esperaba con ansias que llegara marzo para que los alborotadores estudiantes, que se la tienen prometida al nuevo gobierno, hagan algo.
El fracaso de los candidatos que eran, se suponían o se auto proclamaban como de Izquierda, mantiene a sus partidos y movimientos sumidos en un silencio veraniego que no auspicia nada.
Descartado el movimiento sindical como el precursor de movilizaciones que luchen por todo lo pendiente, sólo queda esperar que los estudiantes y sus nuevos dirigentes sean capaces de imponer algo más interesante que las ya históricas movilizaciones que lograron remecer el sistema. Quizás en esta nueva hornada de jóvenes dirigentes, irreverentes, audaces y decididos, se encuentren los gérmenes de una nueva comprensión de lo que se requiere para impulsar de verdad un cambio de paradigmas.
La clave está en las fuerzas sociales, que en los últimos años tomaron cierto perfil. ¿Serán capaces de asumir la necesidad de dar un salto en la calidad de sus acciones y apuntar a construir una fuerza política que esgrima una idea capaz de seducir a millones, la clave de toda unidad?
La enorme energía que la bronca, la decepción y las reiteradas traiciones han generado en muchos sectores de la sociedad, debe pasar de las manifestaciones a hacerse real en términos de una acción política que invada el campo en que la cultura dominante se ha hecho fuerte. Y desde allí, enfrentarla decididamente. No desde la orilla.
Y he ahí que el ejemplo de la Nueva Mayoría sirve como una referencia metodológica: descubrir qué es aquello que une, dejando en tierra de nadie aquello en lo que no hay acuerdo.
La Izquierda sufre desde hace tiempo de un exceso de teoría. Y en esos ejercicios notables de interpretación y diagnóstico, se ha olvidado que la realidad es y será siempre esa loca que no sabe de esas cosas, pero que, incorregible, se ha dado maña para imponer sus condiciones. La práctica siempre se adelanta a los pronósticos y la predicción científica de los fenómeno sociales hace rato que falla.
De seguir buscando coincidencias sobre la base de los principios determinados por los teóricos, y de seguir desdeñando lo que enseña la pelea dura y cotidiana de pobladores, pescadores, mineros, profesores, estudiantes, trabajadores, podremos esperar la eternidad de los tiempos para acercarnos a alguna idea capaz de seducir a esos millones que aún esperan.
Ricardo Candia Cares
(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 799, 7 de marzo, 2014)
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