Punto Final, Nº783 – Desde el 14 al 27 de junio de 2013.
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Recuerdos de una liceana de los años 50

¡Estudiantes a la calle!

 

“Revolucion de la chaucha”. Manifestantes trasladan un herido de la represión de carabineros.



Nuestros recuerdos juveniles son inseparables de la Ley Maldita: el 3 de septiembre de 1948 se promulgó la Ley de Defensa Permanente de la Democracia (sólo sería derogada en 1958, a finales del gobierno de Carlos Ibáñez del Campo). En el mes de abril de 1947, Gabriel González Videla había sacado de sus cargos a los ministros comunistas. Hubo muchas huelgas. La mayor fue la de los mineros del carbón. Muchos trabajadores fueron despedidos, cientos de mujeres y hombres detenidos, otros enviados al campo de concentración de Pisagua o relegados. Fueron expulsados los embajadores de la URSS y Yugoslavia y rotas las relaciones diplomáticas con estos países. Causó conmoción el desafuero de Pablo Neruda como senador.
Ese mismo año 1948 fundamos la Federación de Estudiantes Secundarios (FES). Tres años antes habíamos vivido los días del lanzamiento de las bombas atómicas en Japón y tardamos bastante en entender el significado de ese “mensaje atómico”.
Las reuniones del primer congreso de liceanos se realizaron en el teatro del Instituto Nacional Barros Arana (INBA), conducidas por alumnos que estaban en último año de ese internado, del Instituto Nacional, como Gonzalo Martner, Carlos Martínez Sotomayor, Jorín Pilowsky. Llegaron delegados de todos los liceos. En representación de los estudiantes de Valparaíso venía Sergio Vuskovic; de Temuco, Nelio Gastón Holzapfel; delegados como Ada Burlando, Fanny Zambrano, Enrique Eichin, Benjamín Teplizky, Mario Migone, Martín Cerda -Liceo Lastarria-, Arsenio Poupin -Instituto Nacional-, Ana Bronfman, del Manuel de Salas; Maruja Skvirsky y yo representábamos al Liceo N° 6 de Niñas “Teresa Prats de Sarratea”, fundado por Gabriela Mistral. Se me olvidan los nombres, pero las siluetas juveniles surgen nítidas y lozanas de la bruma del tiempo, aunque se hayan despegado de esta tierra. Muchos tuvieron intensas y trágicas trayectorias.
“Lo nuestro es una amistad antigua, amarrada en aquellas primeras veces cuando, aún liceanas, participamos en manifestaciones callejeras. Escapábamos a la carrera huyendo del camión lanza-aguas, el legendario ‘huanaco’, con que las ya entonces llamadas fuerzas del orden desbarataban la protesta estudiantil”, escribió Nicha Bronfman cuando armábamos un prólogo para la antología Crímenes de mujeres.

IZQUIERDA ESTUDIANTIL
Maruja Skvirsky y yo éramos militantes de la JJ.CC. Otros eran socialistas, radicales, falangistas. Curiosamente, no había división entre los grupos de Izquierda y se practicaba la tolerancia con los de otros sectores, al punto que participábamos juntos en muchas actividades. Pese a las discrepancias, procurábamos una fraterna emulación. De repente, descubrimos que Martín Cerda estaba metido en un curso de oratoria junto con su hermano, ambos de la Juventud Liberal. Los de la Jota decidimos autoeducarnos recitando y leyendo en voz alta y participando más en los debates. Se discutía mucho lo leído, desde el Manifiesto Comunista a El alma matinal y otras estaciones del hombre de hoy. Más tarde devoraríamos Una chispa puede incendiar la pradera.
A partir de aquel congreso de 1948, concurrimos a muchas manifestaciones estudiantiles. Nos reuníamos en el local de la Fech o en el teatro del Liceo N° 1 de Niñas. Comenzamos un trabajo que ya no se interrumpiría: desde mantener un diario mural en el liceo a ir a las salidas de las fábricas a vender Bandera Roja y repartir propaganda diversa. Se establecían relaciones con obreros y obreras; con las de una fábrica de alfombras formamos un equipo de básquetbol que se entrenaba en el Estadio Nacional. Realizábamos veladas y fiestas, nuestras canciones eran las de los republicanos españoles y de los partisanos italianos. Eran frecuentes las huelgas. Cuando se producía alguna, acudíamos al Matadero y también a la Vega Central a pedir solidaridad para los sindicatos; esta jamás fue negada, así conseguíamos víveres para las ollas comunes.
La participación creciente en las manifestaciones no era impedimento para asistir a los cursos de la Escuela de Verano en la casa central de la Universidad de Chile, a las funciones del Teatro Experimental y admirar a Roberto Parada en su papel del capitán Izquierdo, en Montserrat, de Emmanuel Robles. No nos perdíamos las funciones del Teatro de Arte del Ministerio de Educación, donde se lucía la joven actriz María Elena Gertner o bien daba charlas Augusto D’Halmar, transportándonos en viajes fantásticos; o éramos atentos mirones y admiradores de escritores que participaban en las tertulias literarias de la Librería Nascimento, los sábados al mediodía. El teatro del Sindicato Sicchel fue nuestra cinemateca, antes que Pedro Chaskel y Sergio Bravo fundaran la de la Universidad de Chile. Ibamos al cine y nos estremecía la actuación de Jean-Louis Barrault en Los hijos del paraíso, película filmada en plena ocupación nazi, dirigida por Marcel Carné; o Hamlet (1948), escrita, producida, actuada y dirigida por Laurence Olivier. Nos sacrificábamos bajo el sol o la lluvia en la cola del Teatro Municipal, con tal de conseguir entrada para oír a Claudio Arrau, quien ya nos había acostumbrado a sus conciertos gratuitos para los escolares en el Teatro Caupolicán.
Al año siguiente, el martes 16 agosto de 1949, salimos a la calle cuando la Fech y la Confederación de Trabajadores de Chile (CTCh) convocaron a una manifestación contra el aumento del pasaje diurno en 20 centavos (una chaucha) por el alza de la bencina. El pasaje costaba un peso; entonces no existía el pasaje escolar, así que el alza afectaba demasiado el presupuesto familiar.

“REVOLUCION DE LA CHAUCHA”
A los estudiantes, obreros y empleados se iba incorporando la población. La indignación era grande. Los medios de prensa dieron en llamarla “revolución de la chaucha”. A las marchas integradas por multitudes se sumaba la interrupción del tránsito. Las manifestaciones no tenían al centro únicamente como escenario, sino también a los barrios obreros. Hubo choferes que subieron por su cuenta el pasaje, hasta un trescientos por ciento, lo cual provocó mayor ira. Se volcaron micros y quemaron garitas, sobre todo en barrios populares. La violenta represión de Carabineros empezó con bombas lacrimógenas y lumazos y prosiguió a bala limpia: hubo muertos y heridos. La Moneda y la Intendencia cerraron sus puertas.
Los obreros, como los de la Hilandería Nacional, se congregaban a las puertas de las fábricas y llaman a sus compañeros a unirse para salir a manifestar. Los alumnos de derecho de la Universidad de Chile interrumpieron el tránsito en el puente Pío Nono. Los de otras Facultades se guarecían en la casa central. En la Plaza de Armas una multitud se reunió manifestando y cantando la Canción Nacional; intervinieron carros blindados del ejército. Surgió el griterío: “Nos suben el pasaje, les quemamos la micro”. Efectuaron disparos. Hubo heridos a bala y numerosos detenidos.
Unos dos mil estudiantes universitarios y secundarios desfilaron por la Alameda, exigiendo la rebaja de tarifas. El público se aglomeraba a aplaudirlos. Fueron reprimidos. Más tarde hubo nuevos enfrentamientos en la Plaza Bulnes, donde la muchedumbre fue dispersada con tiros. El comercio cerró sus puertas. Se hablaba de hasta treinta muertos y centenares de heridos a bala, lo cual impulsó a los senadores Eduardo Frei, de la Falange Nacional, y Eugenio González, del Partido Socialista Popular, además del abogado Tomás Chadwick, a concurrir al Ministerio del Interior para exigir explicaciones.
El miércoles 17, el gobierno dispuso que la fuerza de Carabineros fuese reforzada por efectivos del ejército y la Aviación. Entonces, carabineros armados de fusiles resguardaron a los pocos microbuses que volvieron a la circulación. Piquetes de carabineros y de soldados se encargaron de disolver a los manifestantes, haciendo disparos al aire. El 18 de agosto, González Videla revocó el alza.
Se aprobaron facultades extraordinarias para el gobierno de modo que las manifestaciones y actividades estudiantiles se realizaban en plena ilegalidad. Eran frecuentes las reuniones clandestinas. No faltaban los cursos de capacitación política. Durante el verano se realizaban aprovechando excusiones a la cordillera u otros parajes. Un 7 de noviembre nos congregamos en la Plaza de Armas para exigir reanudación de relaciones con la Unión Soviética. Fuimos repelidos a balazos.

CONTRA LA GUERRA Y LA BOMBA ATOMICA
Entre 1946 y 1952 en el mundo se impuso la guerra fría y se produjo el distanciamiento definitivo de la Unión Soviética y Estados Unidos. Nació el Movimiento Internacional de Partidarios de la Paz, que en marzo de 1950 lanzó el histórico Llamamiento de Estocolmo, contra el empleo de la bomba atómica y otras armas de exterminio masivo.
La profesora Olga Poblete fue una de las dirigentes del Movimiento Internacional de Partidarios de la Paz. En sus intervenciones testimoniaba acerca de la mayor acción terrorista que hubiera sufrido la Humanidad: el 6 de agosto de 1945, casi terminada la segunda guerra mundial, el presidente Truman de EE.UU. lanzó la bomba atómica en Hiroshima, causando en segundos la muerte de más de 150 mil personas de todas las edades y destruyendo la ciudad. En Nagasaki lanzó otra bomba atómica, que también destruyó la ciudad y causó la muerte de otras 70 mil personas. Centenas de miles de sobrevivientes quedaron irremediablemente vulnerados y su descendencia fue víctima de atroces secuelas. “Con esta bomba hemos añadido un nuevo y revolucionario incremento en destrucción a fin de aumentar el creciente poder de nuestras fuerzas armadas”, declaró Harry S. Truman.
Los estudiantes nos empeñamos en una tarea que nos hizo recorrer casa por casa, aun los conventillos y prostíbulos, ir a la salida de las fábricas y a otros colegios a recolectar firmas para el Llamamiento de Estocolmo, por el desarme nuclear. Se calcula que a este Llamamiento adhirieron más de 500 millones de personas en el mundo, de todas las clases sociales, de las más diversas religiones e ideologías políticas, pero coincidentes en repudiar los horrores de la bomba atómica.
Sin duda, esta movilización mundial contribuyó a impedir que los agresores yanquis lanzaran la bomba atómica contra el pueblo coreano. En junio de 1950 fueron intensas las movilizaciones de apoyo a Corea del Norte. EE.UU. al dividir la península de Corea por el paralelo 38, pretendía apoyo internacional aun de los países latinoamericanos. El norte quedó ocupado por tropas soviéticas y el sur por tropas de EE.UU. Inolvidable es la presencia de Elías Lafferte en una concentración en la Plaza Artesanos, cuando dijo: “…pero llegaron los chinitos y cruzaron el Yalú…”. Esta heroica acción costó a China la vida de un millón de sus soldados.

EXPULSIONES EN EL PC
En abril de 1951 vino un remezón con la expulsión de Luis Reinoso, secretario regional del PC, Benjamín Cares y Marcial Espinoza, acusados de favorecer “la violencia y el terrorismo”. Significó un gran golpe para las JJ.CC. porque participaban en crecientes acciones de autodefensa en los actos públicos, requisiciones y repartición de alimentos de primera necesidad, como la leche y el pan entregados en las poblaciones donde era mayor la miseria. Después fue expulsado el secretario de las JJ.CC. Daniel Palma, y marginados Alberto Eyzaguirre, Jamett y otros; también mujeres profesionales sobre las cuales se cernía la sospecha de lesbianismo. Se produjo la pública petición de perdón de Fernando Ortiz, quien se convirtió en el secretario de la Jota. Cayó un manto de silencio sobre estos sucesos que jamás fueron esclarecidos. En el congreso del PC en 1988, aún en clandestinidad, se propuso la rehabilitación póstuma de los expulsados, porque fueron precursores de otras formas de lucha. No fue aceptada la propuesta y se dijo que eran puros “cabezas de pistola” y “bomberos locos”.

PRIMERA CAMPAÑA DE ALLENDE
La creciente participación estudiantil en los movimientos de masas adquirió nuevo cariz con la primera campaña presidencial de Salvador Allende, en 1952. Los jóvenes no fuimos indiferentes a la consecuencia, personalidad y planteamientos de este médico que muy temprano había demostrado su iniciativa política en bien de la población como ministro de Salubridad del presidente Pedro Aguirre Cerda. Aún no teníamos derecho a voto (entonces se ejercía a partir de los veintiún años), pero trabajamos con pasión por la candidatura en el comando de calle Serrano. Pese a las rabias maternas, cocíamos kilos de harina para preparar engrudo y salíamos a pegar propaganda en las noches, afiches que hacíamos nosotros mismos. En una de ésas, nos detuvieron y los carabineros revisaron las manos de los chiquillos; salvo los estudiantes, todos tenían callos.
También el movimiento estudiantil participaba en la lucha contra el cohecho en las elecciones. Aunque ya habían pasado los días de “remates de rotos” efectuados por los latifundistas, en práctica a fines del siglo XIX y comienzos del XX, se habilitaban bodegas donde se les pagaba por el voto y se les repartía vino y empanadas. Grupos de estudiantes llevaban bolsitas de harina o tiza para marcar disimuladamente a los cohechados, luego se los seguía al lugar de las encerronas para denunciarlos. No faltaron quienes les propinaban un castigo de obra. Con el tiempo, se perfeccionó la denigrante práctica y las damas de varios partidos llegaban a las poblaciones a entregar anticipadamente paquetes de ropa y víveres comprometiendo a los desamparados para que votaran por sus candidatos, lo cual se sumó a la calumnia que auguraba la invasión roja y el secuestro de los hijos para llevarlos a la URSS.
Fue excepcional el día que el joven arquitecto Sergio González Espinoza nos invitó a su casa, construida por él mismo. Con un gesto misterioso puso un disco y quedamos mudos al oír esa voz inconfundible: “Del aire al aire, como una red vacía, /iba yo entre las calles y la atmósfera, llegando y despidiendo…”.

A LA UNIVERSIDAD
Terminada la enseñanza media correspondía dar el bachillerato. Claro que la universidad era gratuita, pero no se crea que fácilmente accesible. Ya no se usaría uniforme: se necesitaba ropa y pagar la movilización, algo de comer al mediodía… Para muchos era posible matricularse y esforzarse en avanzar, pero la imperiosa necesidad de trabajar llevaba a la deserción. Otros caminos, otras luchas.
El empeño tenaz en lograr un cambio profundo dentro del país culminó con el triunfo de la Unidad Popular y los mil días de gobierno de Salvador Allende.
Tras el golpe de Estado, los exonerados de la Empresa Editora Horizonte a los pocos días del 11 de septiembre de 1973 nos pusimos en la cola de la vergüenza y el dolor frente a la puerta de la empresa. Periodistas y trabajadores de talleres, todos mezclados, esperando la entrega del papel del finiquito.
Muchas amistades juveniles se mantuvieron durante toda la vida. Martín Cerda fue un notable ensayista y terminó siendo presidente de la Sech. Arsenio Poupin Oissel llegó a ser subsecretario general de Gobierno y asesor de Salvador Allende, solíamos visitarlo en La Moneda y él recordaba con emoción esos años juveniles. Nos golpeó terriblemente su desaparición. A su padre don Antonio Poupin, le dijeron que su hijo estaba vivo, que tuviera paciencia, porque lo vería pronto. 
Recuerdo en especial a Poupin porque fue de los primeros en dejar la militancia comunista cuando la URSS invadió Hungría. Ingresó al Partido Socialista. A los sucesos de Hungría seguiría con el tiempo la invasión de Checoslovaquia. Costaba sobreponerse y apegarse a la convicción de que errores y crímenes horrendos se superarían desde adentro...

Virginia Vidal

(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 783, 14 de junio, 2013)


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