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La peste
El ex ministro de Justicia, Teodoro Ribera, proponía ir a buscar hombres probos a las hospederías. No es mala idea. Incluso en la cárcel encontraría personas con mayor decoro que entre sus colegas, empresarios, millonarios, poderosos, prepotentes, y malversadores enfermos de codicia que pueblan los condominios y clubes selectos. El ex ministro forma parte de una casta, de una costra, formada como producto de la cultura impuesta a sangre y fuego por los militares, y afianzada mediante arrumacos, ofertas y mentiras por una oligarquía que pone por sobre el valor de las cosas y persona, su precio. No es casualidad que se descubran negociados, chamullos, coimas y robos entre gente que hace del acopio de riquezas su razón de vivir, su moral, su destino trascendente. Es condición necesaria. Ya se ha dicho, no puede existir fortuna inocente. En donde haya riqueza de pocos, existirá el sufrimiento de muchos, porque antes de brillar con ese relumbre tan atractivo, toda riqueza debe pasar por la explotación humana, en cualquiera de sus formas.
Los ricos son una mácula en la especie humana. Son los que llevan a la Humanidad al despeñadero, así sea que el reventón final se tarde unos años. No será ningún calendario maya, ni un trozo de hielo flotando en el espacio, sino más bien la avaricia ilimitada de esa gente enferma la que lleve a la asfixia final del ser humano. Los millonarios son una peste que tiene enfermo al planeta.
La Tierra seguirá dando vueltas aún cuando el último habitante haya sucumbido y sólo repten cucarachas sobre el suelo calcinado. Y habrá sido la codicia de un puñado de enfermos la que apretó finalmente el botón de la última hora. Y ya nadie tendrá la oportunidad de preguntarse por qué se llegó a tal límite, y peor aún, no habrá nadie para contestar algún ensayo de respuesta. Y toda la riqueza de esos cadáveres enjoyados, no habrá servido de nada.
Las desgracias que sufren los pobres, casi toda la Humanidad, es producto de la codicia. El acopio de riquezas sin límite de algunos no puede ser otra cosa que una malformación genética que despoja a ciertas personas de su condición de ser humano, y lo transforma en un depredador de su propia especie. Pocas cosas tan dramáticas para los países como tener riquezas naturales que no pidieron ni crearon, que sólo estaban ahí cuando se poblaron. Lo que en teoría debería ser considerado como una bendición, resulta la maldición más abyecta. Así, países que tienen petróleo bajo sus territorios serán invadidos por quienes decidirán quitarle esa riqueza que podría hacer la felicidad de todos, pero que se transforma en una tragedia que dura generaciones. Les sucedió a los países africanos, cuyas riquezas en piedras preciosas, oro, maderas exóticas y esclavos fueron la condenación que resecó sus tierras, envenenó sus aguas y asesinó a sus habitantes. Se calcula que Lepoldo II, emperador belga y dueño del Congo, asesinó a más de diez millones de congoleses que tuvieron la mala idea de nacer en un país rico en caucho.
La riqueza de América Latina que financió el lujo de Europa fue la condenación de sus primero habitantes y de sus descendientes.
Pocas cosas tan riesgosas como habitar un peladero que de pronto se pone a medio camino entre la avaricia y un nuevo yacimiento de oro descubierto por la intercesión de la tecnología. En breve, a los habitantes que regaban sus plantitas y bebían del agua que bajaba inocente y desprevenida de los glaciares que ocultaban ricos filones, le llegará la maldición envuelta en destellos dorados.
Cosa distinta no les sucedió a los habitantes de Freirina y Huasco. De serenos y bucólicos pueblos de gente tranquila y laboriosa, se transformaron en desiertos trasminados de olores nauseabundos, de mosquerío infernal y depósitos de millones de toneladas de mierda de cerdo que ha infectado sus aguas, sus aires y sus hogares. ¿Qué dio origen a la desgracia? Vivir en un lugar cuya riqueza está en sus espacios disponibles y en sus aguas serenas y puras. Los canales chilotes, famosos por su belleza, aislamiento y configuración geográfica, ahora se lamentan de haber sido tan beneficiados por la naturaleza. Les cayó el desarrollo de un sólo golpe y los salmones y las sustancias que aumentan artificialmente su tamaño terminaron por envenenar las que eran consideradas las aguas marinas más limpias del mundo.
Pocas cosas tan seguras para los pueblos como vivir en un país yermo, reseco, sin riqueza posible. De esa manera se minimiza el riesgo fatal de que llegue la plaga más dañina en la historia de la Humanidad: los ricos. Por eso, la medida propuesta por el ex ministro de Justicia, Teodoro Ribera, debería tener el apoyo del pueblo. Entre los abandonados, miserables, perdedores de toda laya, pobres entre los pobres, existe una alta probabilidad que se encuentren personas con más sentido humano, más solidarios y respetuosos de las personas que en los bancos, los ministerios y los barrios en donde se ocultan los ricos para aislarse de la realidad y observar cómo crecen a diario sus fortunas y sus miserias.
Ricardo Candia Cares
(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 773, 21 de diciembre, 2012)
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