Punto Final, Nº771 – Desde el 23 de noviembre al 6 de diciembre de 2012.
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“Islaterra”, el laberinto del inmigrante


De las dificultades para obtener visa habla “Islaterra”.
Ricardo Gaete, mimo contemporáneo.




Cuando se alude a lo kafkiano como a un estado enloquecedor de enredos y situaciones absurdas, muchas veces se cree que sólo se trata de una interesante ficción literaria. No para Ricardo Gaete, “El Topo”, creador de Topomorfosis y Mutación, sus trabajos anteriores. Este artista chileno se fue muy joven a Europa a estudiar en la escuela del mimo Marcel Marceau, en Francia, y en la de los herederos de Etienne Decroux, en Inglaterra. Con el tiempo, luego de ser papá de un niño nacido en Londres de madre alemana, prolongó su visa de estudiante e intentó que se reconociera su derecho a estar con su hijo. No pudo. Inició así un tenebroso proceso judicial que lo obligó a abandonar Inglaterra, tal vez a la espera de descubrir un camino que lo lleve al reencuentro.
De esta situación típica de inmigrante se nutre Islaterra, el unipersonal con que Gaete pretende retratar a multitud de extranjeros en cualquier lugar del mundo y cómo la burocracia, entre otros males, aplasta sus sueños.
¿Cómo caíste en este laberinto?
“En abril de 2006, a tres meses de titularme y regresar a Chile, mi entonces pareja, la artista alemana Frauke Ehmke, me comunicó que seríamos padres, noticia que provocó un cambio abrupto en mis planes. Luego de recibir el título en la Escuela Internacional de Mimo Corporal Dramático de Londres, extendí mi visado por un año como estudiante, realizando un posgrado en la pedagogía de este arte. Esto me permitió acompañar a Frauke en su embarazo y ver nacer, el 29 de noviembre, a Lautaro Nahuel Fernando Gaete-Ehmke. Un año después inicié el intento de renovar mi visa y acceder a mi residencia en Inglaterra para estar con Lautaro.
El 29 de noviembre de 2007 llegó una carta del Home Office que me negaba el derecho a ejercer mi paternidad y, a mi hijo, crecer junto a su padre… Que debía regresar a Chile y hacer una nueva solicitud de visa. La última línea, con un espíritu inglés muy burocrático, decía: “No le estamos exigiendo que abandone el país, le sugerimos que el 30 de noviembre, día en que expira su actual visa, usted regrese a Chile. Esta decisión es sin derecho a apelación”. Tenía 24 horas antes de quedar ilegal. Durante la mañana de ese viernes 30, fuimos con Frauke a una oficina de abogados municipales, un servicio gratuito. Lograron apelar, por lo que permanecería legal hasta que se resolviese mi caso”.

DERECHOS BASICOS
“Fue un año y nueve meses de juicios. En dos ocasiones los jueces se declararon incompetentes, ya que si bien la ley dice que para renovar visa debe hacerse en el país de origen si se cambia el motivo de entrada, en mi caso debían primar los derechos como padre e hijo, aunque no estuviéramos casados con Frauke y ya no fuéramos pareja. A mi favor estaba ser un padre presente y tener un contrato de trabajo: en ese tiempo actuaba como Salvador Dalí en el County Hall Gallery. Pero no bastaron mis argumentos.
En la última apelación, luego de un proceso agotador material y emocionalmente, decidí regresar a Chile y hacer los trámites de la visa desde acá. Era agosto de 2009. Traje toda la documentación que me solicitaban. Sin embargo, un incendio en las oficinas de la corte en Londres retrasó la resolución de mi caso. Me respondieron seis meses después, cuando habían caducado la oferta de trabajo que documenté y el domicilio que alquilaría…
Como desde Chile no podía resolver nada, pedí y obtuve visa de turista… para lo cual Inglaterra me exigía renunciar a la apelación y cerrar el caso. Lo hice, porque dos años viendo a tu hijo por la pantalla de un computador no me parecía sano. En febrero de 2011 regresé como turista por el aeropuerto de Heathrow… Me detuvieron en un interrogatorio de seis horas, mientras mi hijo esperaba. Tomaron mis huellas, me fotografiaron, retuvieron mi pasaporte y me permitieron quedarme sólo una semana, de las cinco a que tenía derecho.
Intenté apelar nuevamente. En el intertanto, en un fax, la autoridad me dice que lamentan lo sucedido en el aeropuerto y que podría apelar en un mes… fecha en que ya estaría en Chile. Fue la última gestión que realicé.
Estos son los hechos. Conservo cada papel, documento, carta y apelación, material que espero un día compartir con mi hijo y quemarlos, para sanar. De esto habla Islaterra. Una historia personal que transformo en una escena universal. La obra no cuenta mi historia, sino la de muchos otros que día a día se enfrentan a esa maquinaria demoledora, con operarios sin rostros”.

PROBLEMAS EN CASA
Se dice que el narcotráfico, el terrorismo y la inmigración son los grandes problemas de la seguridad mundial…
“El planeta es redondo, y mira a tu alrededor… vivimos en un cubo o en cubos. La tierra tiene relieves y nos jactamos de lograr construir superficies planas y habitar en ellas.
Entiendo que la sobrepoblación en ciudades o países es un problema a resolver, pero hay una negligencia repugnante en las estructuras judiciales que segregan, en los casos de quienes intentan una visa lejos de sus raíces. Los aeropuertos de la Unión Europea son muros donde se estrellan rostros con nombres, familias y anhelos… Gente que tiene derecho a una oportunidad de intentar conocer otras tierras o una nueva vida. En Latinoamérica deberíamos tener un pasaporte común y permitirnos intentar el sueño bolivariano, con regulaciones que permitan el flujo legal con una visión continental”.
¿Cuáles son los pilares de “Islaterra”?
“Transmitir una narración corpóreo-vocal de un emigrante que lucha por su derecho a estar, en medio de la burocracia ejercida por un ser sin rostro, que es la cara de un sistema con nombre, pero sin identidad. En lo dramatúrgico, junto al director, David Rousseau, construimos la narración a través de acciones corporales, con condensados mensajes verbales en ‘espaninglish’. Intento hablar como cuerpo en escena, asumiéndome como sujeto más que como un personaje que encarno. En esta propuesta narran también el vestuario, como una segunda piel, y los objetos que uso, como la maleta donde porto mi equipaje vivencial, y el diseño integral de Kathy Ramos. A esto se suma la música de Francisco Loyola, que genera la atmósfera y el ambiente donde encontramos al emigrante. Las últimas incorporaciones al montaje son Gabriel Riquelme y Raúl Durand, los agentes burócratas”

(Sala Alcalá. Bellavista 97. F: 732 7161/681 0347 Vi. y sá., 23.00. $ 6.000 y $ 4.000.
Hasta el 1º de diciembre).

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