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Ñuñoa: la guinda de la torta
Como antesala, tenemos la inscripción automática en los registros del Servel, el cual de forma antidemocrática nos incluyó en la decadente escena política como cómplice y garante del statu quo. Aparte, de manera irrespetuosa y negligente, ventilaba los datos personales en la web, en donde cada “ciudadano” forzadamente daba a conocer su domicilio.
Luego lo que ya sabemos. Una abstención del 60%, es decir ocho millones de chilenos que se restaron del deber republicano y derecho liberal de adscribir al contrato social y darle más poder a un poder absolutamente deslegitimado. Aparte de los que fueron, no todos emitieron válidamente su voto, teniendo un amplio universo que anuló, graffitiando con honestidad la papeleta, o siendo dueño de su silencio, dejándola en blanco.
La clase política derrotada, hecha trizas en el corazón mismo de la magnanimidad de la democracia procedimental, podía, a pesar de lo antes descrito, seguir sufriendo los embates de este sucio juego democrático en una “fiesta” con más cara de partuza, en donde sólo faltaba la guinda, encarnada por la comuna de Ñuñoa. Un espectáculo “dantesco” fue el protagonizado y sacralizado en un “piscinazo” al más puro estilo reina del Festival de Viña por Pedro Sabat, el alcalde reelecto en un turbio proceso en donde Maya Fernández quedaba “desalojada”. La candidata del PS y nieta del presidente Salvador Allende en primera instancia pasaba de concejala a alcaldesa de su comuna por escaso margen de 18 votos sobre Sabat, el cual por medio del abogado de RN Marcelo Brunet impugnó el resultado que, finalmente, lo dejó como ganador por 30 votos.
¿Pero, cómo es el asunto? La magia de aparecer y desaparecer votos en el Estadio Nacional -donde podríamos hacer una triste y dolorosa analogía con lo acontecido en el proceso golpista-, no parece ser algo “normal” dentro del electoralismo republicano que, tradicionalmente, se “desarrolla con normalidad y en calma”. Más votos que firmas en la mesa 3 de varones generó la derrota de Maya, y el beneplácito de su partido que la entregó en bandeja de manera evidente al cometer el error no forzado de no presentar el recurso de apelación al Tribunal Electoral de la Región Metropolitana para dejar fuera el conteo de votos de esta mesa “trucha”.
No han faltado los fresquísimos de nalgas y caras de palo que han culpado al abstencionismo de ser los responsables de que Sabat resulte ratificado, cuestión que llega a ser bastante molesta cuando el sentido político de participar por omisión es no reconocer este mismo proceso que ahora cae en lo que más se enorgullecía de no cometer: fraude electoral.
Aunque la historia tiene la tristemente célebre votación de la Constitución gremialista como estandarte de corrupción política por medio de la supuesta “voluntad popular” legitimadora del sistema, en Chile se afirma que tenemos una democracia sólida que jamás sería parte de espectáculos que se dan con frecuencia en países latinoamericanos que secuestran votos y manipulan los resultados. Pues bien, ya no podemos hacer ninguna distinción y la verdad es que ya se quisieran, los que votan, el sistema electrónico venezolano.
Lo que más asombra y avergüenza en todo este caso es que el Partido Socialista se resignara de una manera tan miserable, silenciando a Maya que, aunque secuestrada por las órdenes del partido, recibe las ofertas de un cupo parlamentario y “por mientras” retoma su labor a honorarios en la Dirección General de Relaciones Económicas Internacionales. No es posible creer que políticos de larga trayectoria pudieran cometer semejante estupidez y no presentar la impugnación en los plazos. No es que nos guste ver bajo el agua, pero esto hace nacer las más trasnochadas suspicacias.
Negocio inmobiliario, pactos, negociado y un sinfín de dudas se abren paso en este asunto, en donde el engaño y la truculencia nuevamente sacan las garras y colocan la guinda en una torta mosqueada por la indecencia de un juego que parapetado en la linda palabra democracia tiene espacio para maquinar los más obscenos escenarios.
Esta se presenta como una razón más para no ensuciar nuestro concepto de lo político poniendo guirnaldas en esta decadente fiesta de la democracia.
Karen Hermosilla
(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 771, 23 de noviembre, 2012)
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