Punto Final, Nº 758 – Desde el 25 de mayo al 7 de junio de 2012.
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Tolstoi a contraluz

 

Escritor y pensador polémico, León Tolstoi (1828-1910) es conocido hoy casi exclusivamente por su obra literaria. Su calidad de pensador con alto compromiso moral se ha difuminado aunque algunos de sus planteamientos sociopolíticos y religiosos parecen renacer.
Escritor inmenso, militar destacado que terminó aborreciendo la guerra y predicando la no violencia, conde que criticaba al zar y a la nobleza, era un rico que quería ser pobre y trabajar con sus manos, un latifundista que quería que la tierra se entregara a los campesinos, un feligrés que se apartó de la Iglesia Ortodoxa y se enfrentó a ella. Devoto de la vida sana -se hizo naturista-, condenaba el consumo de carne como un atentado contra la vida. Solitario, de pensamiento a veces contradictorio, sus ideas llegaban a todo el mundo. Hasta a Chile, donde incluso hubo un par de colonias “tolstoyanas” a comienzos del siglo XX, que duraron poco.
Tolstoi no fue bien mirado por los revolucionarios más lúcidos ni tampoco por personas ajenas al misticismo y a las utopías nebulosas, que preferían la ciencia y el progreso material. Anton Chejov escribió: “La razón y el sentido de la justicia me dicen que en la electricidad y el vapor hay más amor al prójimo que en la castidad y el rechazo a comer carne”. Por su parte, Maximo Gorki -que ponía a Tolstoi a la altura de Shakespeare y confesaba sin reservas su admiración ante su obra literaria-, se negó a sumarse a las celebraciones de los ochenta años del escritor, diciendo que no le gustaban su hipocresía, falsa humildad e ilimitado amor a sí mismo. Lenin fue admirador de Tolstoi como escritor, pero desconfiaba de sus ideas políticas, que, con todo, encontraba representativas de cómo pensaban los campesinos sumidos en el atraso. Decía, que “él queda como intérprete de las ideas y del estado de espíritu que se formaba en millones de campesinos rusos, en la cercanía de la revolución”.
León Tolstoi no tenía buena opinión de sí mismo. Enfrentaba sin hipocresía y con rigor extremo su balance moral: “He matado hombres en la guerra, y también los he provocado para matarlos en duelo; he perdido fortunas jugando a las cartas y me he comido el trabajo de los campesinos a los que he castigado brutalmente; he fornicado, he estafado. Mentiras, robos, libertinaje, borracheras, violencia, asesinatos… He cometido todos los crímenes y por todo eso, mis contemporáneos me han alabado. Me han considerado y lo siguen haciendo como un hombre relativamente moral”.
Tal vez uno de los que mejor comprendió el significado de Tolstoi fue Jean Jaurés, el gran dirigente socialista francés asesinado en vísperas de la primera guerra mundial. Dijo: “La personalidad de Tolstoi es muy alta y muy compleja. Este hombre que actuó sobre el espíritu y la vida de todos los pueblos, fue siempre un eslavo, particular y profundamente ruso… Un cristiano revolucionario, un revolucionario que lucha contra todos los partidos organizados para la revolución, un cristiano que se rebela contra los milagros y contra la Iglesia”. Tolstoi -decía Jaurés- es “un innovador prodigioso junto al cual el socialista revolucionario mismo parece a menudo tímido y rutinario”. Y agregaba, “al mismo tiempo es un hombre del pasado, que hace pensar inevitablemente en esas sectas místicas de los primeros tiempos de la época cristiana”.
Jaurés destacaba en Tolstoi “la fuerza de la aspiración moral y religiosa, el apetito no ya de lo mejor sino de lo perfecto, que inflamaba y atormentaba su alma”. A su juicio, esa era la razón por la cual había conmovido. “En él había algo más y mejor que un hombre de letras, más y mejor que un artista, una cosa distinta a un manipulador de ficciones e incluso, diferente a un potente y magnífico creador de almas. Era un hombre apasionado, atormentado por el destino humano como todos los que profundizan en la vida y no se deslizan estúpidamente sobre su superficie”.

FORJADO POR LOS CAMBIOS
Fue un hombre de pensamiento y acción, de vida tormentosa, de pasiones y arrepentimientos profundos. Los cambios sociales marcaron su vida que duró ochenta y dos años, periodo en que en Rusia se produjeron cambios muy importantes, como el desarrollo del capitalismo luego de la derrota a la invasión napoléonica de 1812, que la convirtió en potencia europea. Aumentó la agitación social, se produjo la liberación de los siervos, pero no hubo tierra para los campesinos, lo que provocó rebeliones y represión. La monarquía empezó a tambalearse; hubo numerosos atentados, incluso fue asesinado el zar Alejandro II. La intelectualidad entró en ebullición. Las ideas socialistas revolucionarias ganaron terreno.
Tolstoi nació en una familia noble y fue criado por parientes: su madre murió cuando tenía año y medio y su padre antes que cumpliera diez años. En la escuela fue un alumno mediocre. Quiso ser diplomático y estudió algo de lenguas orientales, pero fracasó. Por casualidad ingresó al ejército. Se distinguió como oficial de artillería en Sebastopol, en la guerra de Crimea y en las campañas en el Cáucaso. Volvió a San Petersburgo con el propósito de abandonar la carrera militar. Comenzaba ya a distinguirse como escritor y se incorporó a círculos de artistas e intelectuales a la vez que llevaba una vida bohemia marcada por el juego, el alcohol y el libertinaje. A los 28 años se retiró definitivamente del ejército. Se fue a vivir a Yasnaia Poliana, una propiedad agrícola familiar distante de Moscú.
Allí comenzó a descubrir a los campesinos y se preocupó de la instrucción de sus hijos. Hizo clases, fundó más de veinte escuelas. Viajó a Europa occidental para capacitarse. Seguía escribiendo, y comenzó La guerra y la paz. Se casó a los treinta y cuatro años y poco después publicó los primeros capítulos de su obra cumbre y el libro completo en 1869, cuando tenía 41 años. Muy pronto comenzó a escribir Ana Karenina.
Para entonces ya era sospechoso para la policía zarista. Era potencialmente subversivo. Yasnaia Poliana fue allanada, lo que aumentó la molestia de Tolstoi y su convicción de que debía profundizar su compromiso social. Comenzó a trabajar la tierra con los campesinos, a vestirse como ellos, y pasar días en la aldea. Aprendió a confeccionar zapatos y se dio tiempo para escribir artículos, folletos y libros para difundir sus ideas. Sus opiniones se hicieron más radicales a medida que comprendía la profundidad de los problemas que agobiaban a Rusia. Publicó Resurrección -que fue censurada-, también cuentos y algunas novelas breves, como La sonata de Kreutzer, La muerte de Iván Ilich y Hadji Murat.
La miseria del pueblo -que para él era básicamente la enorme masa de campesinos-, los movimientos revolucionarios, la brutalidad de la represión zarista respaldada por la Iglesia Ortodoxa lo movían a la acción.
En 1905 estalló una revolución que se extendió por el país y fue aplastada. Tolstoi escribió: “Yo adhiero a esta revolución y estoy con ella por vocación, como voluntario y defensor de cien millones de campesinos. Todo aquello que facilite o pueda facilitar su bienestar me alegra, y todo aquello que no esté orientado a este objetivo no lo apruebo”.

VALEROSO PACIFISTA
Escribía folletos, declaraciones y llamamientos. Los temas eran múltiples, desde la religión -con opiniones que llevarían finalmente a su excomunión-, pasando por el hambre, la propaganda de la alimentación sin carne, la oposición a la guerra y el elogio a la no violencia. Lugar preferente tenían sus escritos sobre el campo y la propiedad rural, en que proponía la entrega de la tierra a los campesinos, y los llamamientos contra la represión del gobierno. Famoso fue el folleto No puedo callar, en que condenaba las ejecuciones de revolucionarios. Participó en el movimiento pacifista y su nombre se dio para el Premio Nobel de la Paz, sin éxito.
Tolstoi fue una personalidad de envergadura mundial, con miles y miles de lectores. Sus ideas circulaban por todas partes. Eran simples, profundas y estimulantes. “La fórmula moral más simple y corta -escribía- es hacerse servir por los otros tan poco como sea posible, y servir a los otros tanto como sea posible. Exigir a los otros lo menos posible, y darles lo más posible”.
“Los seres se destruyen pero se aman y se ayudan unos a otros”, escribió Tolstoi. “La vida no se sostiene en la destrucción sino gracias a la reciprocidad. Desde que he podido entrever cómo marcha el mundo, he visto que el progreso de la Humanidad se produce gracias al principio de la reciprocidad. Toda la historia no es otra cosa que esta concepción más y más clara y la aplicación de este único principio de la solidaridad entre todos los seres (…) La abnegación y el amor producen para el hombre la mayor felicidad que puede conocer, el estado de mayor libertad y mayor dicha. La razón descubre que el hombre es el único camino hacia la felicidad posible, y el sentimiento lo impulsa hacia allá”.
Su genio literario es expresión de un alma atormentada y llena también de esperanza. Pugnan en su interior el pecado y el ansia de perfección, irrealizable en una sociedad que lo ahogaba. Sólo a las puertas de la muerte pudo tomar la decisión que maduraba desde mucho antes -y que lo atemorizaba, paralizándolo-: desprenderse de todo, romper lazos familiares y lanzarse a la aventura de la vida despojado de fortuna, centrado en el trabajo manual y en el amor y la solidaridad. Una salida individual que no tenía otro destino que el fracaso. Su cuerpo ya no lo sostenía. Eran muchas vidas vividas en una sola. En ese último viaje, en el invierno de 1910, pudo sentir el cariño de la gente sencilla, que se quitaba el gorro y se inclinaba para saludarlo. Y antes de perder la conciencia en esa estación ferroviaria donde lo esperaba la muerte, pudo preguntar a sus cercanos porqué se preocupaban tanto por su suerte si había tantos otros desventurados que necesitaban amor.

HERNÁN SOTO

Publicado en “Punto Final”, edición Nº 758, 25 de mayo, 2012

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