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Rafael Correa
derrotó la calumnia
El siguiente es un resumen de la Carta a mi pueblo, a nuestra América y al mundo del presidente de la República del Ecuador, Rafael Correa Delgado.
El mandatario hace un relato del proceso por injurias y calumnias que inició -y ganó- contra el diario El Universo de Guayaquil, poderoso vocero conservador en ese país.
El Universo es de la misma ralea de El Mercurio, de Chile, La Nación, de Argentina, O Globo, de Brasil, El Tiempo, de Colombia, etc. que integran el Grupo de Diarios América (GDA), la inescrupulosa pandilla articuladora de opinión pública en el continente. Los diarios del GDA mantienen una permanente campaña de desinformación y de calumnias sobre las experiencias sociales y políticas que viven Ecuador, Bolivia, Venezuela y, por supuesto, contra la Revolución Cubana.
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Luego de más de cuatro años de una sistemática campaña de desprestigio y difamación a un presidente que jamás se sometió a poder fáctico alguno, que jamás almorzó -como era costumbre- con los dueños de los medios de comunicación, que jamás nombró a alguno de ellos o a sus familiares para embajadas, como era habitual en el pasado, reuní a mis compañeros del buró político de la Revolución Ciudadana para informarles mi decisión personal, pero irreversible, de no permitir que se juegue más con mi honra, con mi familia o con lo ocurrido el 30 de septiembre de 2010, día tan triste para la historia nacional.
Varios compañeros no estuvieron de acuerdo, reconociendo, como todos, una prensa cuyo poder es inversamente proporcional a sus escrúpulos. Les solicité que respetaran mi decisión, y que incluso estaba dispuesto a separarme del proyecto político si ésta lo afectaba, porque ante todo era un ser humano, y ya no podía tolerar tanta infamia. Luego, procedí también a informar de mi decisión al pueblo ecuatoriano.
Pese a ello, una vez más, de la forma más descarada, Emilio Palacio, en aquel entonces editor de “opinión” del diario El Universo, el día 6 de febrero de 2011, en su editorial “No a las mentiras” me acusó de ser “criminal de lesa humanidad” y de “haber ordenado disparar a discreción y sin previo aviso contra un hospital lleno de civiles”. Esto, por respeto a la más elemental dignidad humana, a los caídos aquel nefasto día, a la imagen de la Patria, y por respeto a la historia, no lo podíamos aceptar.
Por ello, como ciudadano y bajo mi absoluta responsabilidad personal, inicié el correspondiente juicio penal en contra de la nueva y monstruosa infamia, dejando los aspectos legales en manos de mis abogados, pero señalando desde el inicio, y también durante todo el proceso, que todo terminaría si rectificaban su mentira -como lo imponía la ética, la Constitución en su artículo 66, y la propia Convención Interamericana de Derechos Humanos, que suscribimos plenamente y que ellos tan acomodaticiamente invocan, en sus artículos 13 y 14-; y que no íbamos a quedarnos con medio centavo, ya que cualquier indemnización sería para el proyecto Yasuní-ITT. Todo ello ha sido largamente ignorado por cierta prensa, cuya manipulación induce a creer que esta lucha fue motivada por un afán de coartar la libertad de expresión y por lucro personal.
Nunca quise ese juicio, como ningún otro. Jamás ha sido nuestra intención meter preso a nadie -nosotros sí pensamos en sus familias, aunque ellos nunca pensaron en las nuestras-, nunca buscamos quebrar a alguien, apoderarnos del dinero de nadie; lo único que buscamos desde el inicio, y así lo dijimos en múltiples ocasiones, es la verdad.
En el juicio, se presentaron más de 150 editoriales injuriosos, en los cuales hasta se insinuaba que habíamos retirado las balas de los cadáveres para que, supuestamente, no se supiera lo que había pasado el 30 de septiembre.
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Este ha sido un juicio duro, tenso, extenuante, con acusados que han esgrimido las más canallescas herramientas; obligando antiéticamente a sus lectores a recibir exclusivamente información parcializada, sesgada, acomodada a sus particulares intereses; pretendiendo en centenas de titulares ganar lo que no lograban en los tribunales. Es el más claro ejemplo de la lucha entre el Estado de opinión contra el Estado de derecho, la dictadura mediática versus la verdadera democracia.
Informaron falsamente que se los acusaba del delito de desacato -anacrónica figura penal ya eliminada en nuestro proyecto de Código Penal-, cuando en realidad era un juicio ordinario de acción privada por injurias calumniosas, de los cuales existen más de 12.000 en nuestro país.
A través de su poder mediático indujeron a creer que se cambiaba una y otra vez de jueces para favorecernos, para que actuaran jueces que despectivamente llamaban “golondrinas”, y lo que nunca dijeron es que todos esos cambios fueron pedidos por el propio diario El Universo, intentando encontrar a un juez que se sometiera a sus intereses. Hubo seis recusaciones para cambio de jueces y tribunales durante el proceso, todas por parte de diario El Universo, porque a ningún juez lo consideraban a su medida. Pese a esto, ganamos contundentemente en la primera instancia ya que la defensa del diario fue, por decir lo menos, deplorable. De hecho, el abogado de El Universo ni siquiera se presentó, dejando en la indefensión a su propio cliente.
Luego de la sentencia de primera instancia comenzó un linchamiento mediático sin precedentes al juez que falló en contra del diario, a mis abogados, y a todo el que estuviera a favor de nuestra causa. Mostrando su real malicia -y por favor, ¡prohibido olvidar!- intentaron “demostrar” que la infamia de Emilio Palacio era verdad, para lo cual presentaron al país un video perversamente manipulado en el que supuestamente el 30 de septiembre yo ordenaba disparar en el pecho a los traidores a la patria. Gracias a Dios, teníamos el video original donde se demostraba que lo que había realmente dicho es que “me den a mí un tiro en el pecho antes de traicionar así a la patria”. Esto sirvió para que la ciudadanía abriera los ojos, y nos diera mucho más apoyo popular.
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Los tres jueces de segunda instancia en forma contundente nos dieron nuevamente la razón. En este período empiezan a acudir a la CIDH, donde existe, por decir lo menos, la inapropiada injerencia de la Relatora para la Libertad de Expresión, basándose tan solo en versiones de los acusados, y pretendiendo que hasta sus opiniones debían ser vinculantes para un Estado soberano.
Posteriormente, y al verse perdidos, ocurre algo seguramente inédito en la historia del periodismo mundial: El Universo acepta pedir disculpas -es decir, reconoce que mintió- pero… ¡tratando de imponer condiciones al injuriado! ¡Inaudito! Si mintió, la ética, la Constitución y la Convención Interamericana los obligaba a disculparse y rectificar sin ninguna condición; y si no habían mentido, ¿por qué entonces disculparse? Una muestra más de la descarada soberbia del poder mediático y su desprecio por las leyes y la ética.
Y así vamos a la instancia de casación pedida por los ya sentenciados en dos instancias previas. El país conoce que trataron por todos los medios de dilatar el proceso, de impedir que se administre justicia, y que el día anterior a la fecha original de la audiencia de casación, muy “oportunamente” un juez se enferma y, aunque la audiencia podía instalarse con un juez, el mismo día de la audiencia el presidente del tribunal la suspende, siendo evidente que la parte acusada ya conocía lo que iba a suceder. (Su defensa no se presentó). Cabe indicar que el juez tan oportunamente enfermo declaró que había sido sujeto de toda clase de presiones por los abogados del diario El Universo, lo cual es un delito gravísimo, pero que también ha sido largamente ignorado por la prensa.
Deliberada y claramente, los acusados dilataron el proceso para que asumiera la nueva Corte Nacional de Justicia, y ponerlos en el dilema de darles la razón o someterse al inmisericorde castigo mediático para hacer perder legitimidad a un proceso histórico de reestructuración en forma democrática del sistema de justicia ecuatoriano. Felizmente, los flamantes jueces -elegidos por concurso nacional de merecimientos- no se atemorizaron, y pese a que nuevamente un día antes de la audiencia la defensa del diario trató de generar otro incidente, al presentar sorpresivamente “graves denuncias” de una jueza que había llevado el caso, denuncias presentadas no ante el fiscal sino ante el abogado de los acusados, se realiza la audiencia en que la defensa de El Universo habla durante más de 12 horas, y, ya en la madrugada del día siguiente, después de más de 15 horas de audiencia, por unanimidad los jueces de la Corte Nacional vuelven a ratificar la sentencia en todas sus partes.
En este proceso hemos aprendido mucho, sobre todo acerca de hasta dónde llegan los tentáculos de este poder que se ha creído omnímodo y por encima de las leyes, poder que antes de nuestro gobierno no necesitaba mostrarse de cuerpo entero porque bastaban un par de titulares para arredrar a cualquiera. Nosotros hemos recibido miles, y no han podido derribar nuestras murallas de integridad y dignidad.
Con mucha pena vemos el espíritu de cuerpo, incluso de respetable prensa internacional, publicando versiones de los acusados sin ni siquiera cumplir con el elemental deber de contrastar la información. Jamás, hasta ahora, un diario de América o del mundo ha pedido la versión del ciudadano Rafael Correa sobre este caso. ¡Jamás! Sólo, repito, han recogido la versión de los acusados, en un claro atentado a la ética y profesionalismo periodístico.
Como una muestra de total prepotencia, el grupo de Diarios de las Américas -especialmente medios colombianos- reprodujeron el infamante artículo, lo cual lo consideramos hasta un favor, porque las y los ciudadanos honestos de nuestra América pudieron darse cuenta de la razón que nos asiste, pero demuestra bastante bien la forma de actuar de gran parte del poder informativo latinoamericano. El mensaje fue: si la prensa te insulta, agacha la cabeza, porque si no, te va peor. ¡Esto no va más en Ecuador, y pronto no irá más en nuestra América!
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Esta dura pero fructífera lucha, nos permitió también descubrir las distorsiones del Sistema Interamericano de Derechos Humanos. Cosas realmente intolerables, incluso aberrantes. Por ejemplo: la sede de la CIDH está en Washington, la presidenta de la Comisión es una estadounidense, y, sin embargo, Estados Unidos no es signatario de la Convención. ¿Cómo puede ser posible esto? Por otro lado, la Comisión tiene ocho Relatorías de Derechos, pero la única con informe independiente y con presupuesto propio, es la Relatoría de Libertad de Expresión. Su financiamiento proviene de Estados Unidos, que no reconoce la Convención, y de la Unión Europea, que no es parte del Sistema Interamericano. ¿Es esto lógico? ¿El derecho de libertad de expresión tiene supremacía sobre otros derechos, o refleja sólo la hegemonía del capital que está detrás de los negocios dedicados a la comunicación? Como experto económico, esto ya lo he visto. Por ejemplo, la independencia de los bancos centrales, que se presentó como avance científico y civilizatorio, no era otra cosa que formas de garantizar los privilegios del capital financiero.
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Tengo que agradecer a muchas personas: a mis abogados, a mi familia, a mis amigos, pero, sobre todo, quisiera agradecer el inmenso apoyo de los ciudadanos no sólo de Ecuador, sino de toda nuestra América. Pese a la impresionante campaña mediática, a la manipulación de la información, a los intentos de deslegitimación del proceso, los niveles de popularidad del gobierno nacional están más altos que nunca y los niveles de credibilidad de la prensa, más bajos que jamás.
Aunque sé que muchos quieren que no se haga ninguna concesión a quienes no la merecen, así como tomé la decisión de iniciar este juicio, he decidido ratificar algo que hace tiempo estaba decidido en mi corazón y que decidí también con familiares, con amigos y compañeros cercanos: perdonar a los acusados, concediéndoles la remisión de las condenas que merecidamente recibieron, incluyendo a la compañía El Universo. También he decidido que desistiré de la demanda que propuse en contra de los autores del libro El gran hermano, donde de la forma más infame se afirmó que conocía de los ilegales contratos de Fabricio Correa, y que la terminación de los mismos era una simulación para beneficiarlo por medio de los juicios millonarios que efectivamente puso, y que el Estado poco a poco va ganando. Lo que les faltó decir, es que las empresas fantasmas y las contrataciones, así como los juicios contra el Estado, fueron y son asesorados por el procurador del diario El Universo. Sin embargo, ya nadie les cree, y no vale la pena perder el tiempo en personas que ni aquello merecen.
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La prensa corrupta, abusiva, ha sido vencida, esa prensa que, ante la derrota contundente de la derecha y los grupos conservadores, se ha convertido en un actor político beligerante contra los gobiernos progresistas y que arremete en forma ilegítima, deshonesta y prepotente contra las conquistas democráticas de los pueblos.
Hay perdón, pero no olvido. Tenemos que aprender del presente y de la historia, luchar por una verdadera comunicación social en la cual los negocios privados sean la excepción y no la regla, donde la libertad de expresión sea un derecho de todos y no el privilegio de oligarquías que heredaron una imprenta para ponerla a nombre de empresas fantasmas en Islas Caimán.
Jamás permitiremos otra hoguera bárbara, el más cruel crimen político de la historia del país, impulsado directa y descaradamente por la prensa.
Y decimos con Eloy Alfaro Delgado: “Nada soy, nada valgo, nada quiero para mí, todo para vosotros, pueblo que se ha hecho digno de ser libre”.
¡Hasta la victoria siempre!
RAFAEL CORREA DELGADO
Presidente Constitucional de la República del Ecuador
(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 753, 16 de marzo, 2012).
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